BLOC CULTURAL,

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martes, 30 de octubre de 2018

¡Qué grande es el cine! - EL HORMIGUERO VIERNES -9- Noviembre - Mágico y magistral misticismo de Goya,./ ME RESBALA - AQUEMARROPA - ¡ QUE TIEMPO TAN FELIZ ! - Schiele y Basquiat: cometas paralelos.

TITULO: ¡Qué grande es el cine! - EL HORMIGUERO VIERNES -9- Noviembre -Mágico y magistral misticismo de Goya,.
 
 
¡Qué grande es el cine! ,.  
 

  ¡Qué grande es el cine! fue un programa de cine dirigido por José Luis Garci y emitido por Televisión Española por su cadena La 2.
El programa comenzaba con una presentación de la película que se emitía esa noche, posteriormente esta película se emitía y acababa con una tertulia entre Garci y los invitados del día sobre ella.1​ El programa comenzó a llevarse a cabo en enero de 1995 y comenzó sus emisiones el 13 de febrero del mismo año., etc.

 

 EL HORMIGUERO VIERNES -9- Noviembre -Mágico y magistral misticismo de Goya,.

Mágico y magistral misticismo de Goya,.

Detalle de 'La última comunión de San José de Calasanz'. /Archivo
Detalle de 'La última comunión de San José de Calasanz'. / foto.

'La última comunión de san José de Calasanz', cima de la pintura religiosa, regresa 'cedida' al Prado,.


«Es el óleo religioso más importante de Goya y la última obra maestra del género en la pintura española». Miguel Falomir, director del Museo del Prado, no alberga dudas sobre la excepcional calidad y relevancia de 'La última comunión de san José de Calasanz'. Es una de las pocas grandes obras de Goya en manos privadas y regresa al Prado durante «al menos un año». La ceden sus propietarios, los padres escolapios, quienes se la encargaron al genio aragonés hace dos siglos. Goya la concluyó en 1819, el año en que abría sus puertas el Prado, donde será una de las estrellas del bicentenario.
Pintada para la iglesia de San Antón del colegio de las Escuelas Pías de Madrid, hoy sin culto, estará en un lugar de privilegio: en la sala 66 del edificio Villanueva, entre las pinturas negras y los icónicos cuadros del dos y del tres de mayo. Estará quizá dos años, sí así lo acuerdan el Patronato del Prado y los escolapios, quienes descartan ya que la magistral tela, de más tres por dos metros, pueda quedarse para siempre en la pinacoteca pública.
Propiedad de la Orden de las Escuelas Pías de la Provincia de Betania, la obra se restauró en los talleres del Prado hace más de tres décadas. No ha perdido un ápice de su magnificencia, según Manuela Mena, jefa de Conservación de Pintura del Siglo XVIII y Goya del Prado, y la mejor conocedora del legado goyesco. «La pintó cuando tenía 75 años y es un lección de fuerza moral y física», asegura la máxima autoridad en el pintor.
Realizada en 1819, sólo dos años después del también excepcional cuadro de altar de las Santas Justa y Rufina para la catedral de Sevilla, cierra la pintura religiosa de Goya, además de ser su última obra pública. «Goya tuvo taller pero está pintada por una sola mano. Se ve la magia de sus pinceles y su magisterio», resume Mena. «Sus manos entrelazadas tienen la perfección de los dibujos de Durero», destaca Mena del emotivo retrato del santo tomando su última comunión el 1 de agosto de 1648 en la iglesia romana de San Pantaleón, tres semanas antes de morir.
El préstamo tiene especial relevancia al coincidir con la celebración de los doscientos años de la apertura del museo, pero no se prorrogará más allá de dos años. «Se encargó para una iglesia y la prestamos con gozo, pero tras su estancia en el Prado, deberá regresar a su lugar natural», dijo Daniel Hallado, provincial de los escolapios. Sí anunció que la orden desea «abrir más al público» su colección artística, que cuenta con otra obra de Goya, 'Oración en el huerto', regalada por el pintor.

Cobrado

Goya recibió 20.000 reales en dos pagos, el primero de 12.000 y el segundo de 8.000 por la pintura que ahora recala en el Prado. Precio «de mercado» para el número uno de la época, según confirma Manuela Mena, quien derrumba la leyenda de que un generoso artista renunciara al segundo pago. Como para la mayoría de los artistas de su época, los encargos eclesiásticos, públicos y de devoción privada, bien documentados en toda su trayectoria, constituyeron la segura base económica sobre la que Goya cimentó su carrera artística.
El lienzo actualiza también la visión romántica que consagró la imagen de Goya como un escéptico o descreído en materia religiosa, minimizando así el interés de su obra de carácter devocional. Una visión modificada gracias al reciente descubrimiento de nuevos lienzos de tema religioso pintados por él genial artista y conservados en colecciones particulares. También con la revisión de los frescos y lienzos de altar ya conocidos, «que permiten establecer ahora con mayor certeza que la pintura religiosa tuvo un peso fundamental en su producción».
La exhibición de esta tela de inspiración mística junto a la mayor y más completa colección del artista «permite profundizar en la esencia de la pintura de Goya y de su arte en general, que revela un profundo y excepcional conocimiento del ser humano y de sus tensiones, desgarros y padecimientos», apuntan los expertos del Prado.
Se evidencia en este enorme lienzo de altar «para el que Goya estudió cada uno de los caracteres de la escena, que prefigura un tema clásico del mundo occidental: el estudio de las tres edades del hombre, el de la mansedumbre contra la violencia, el de la luz y la sombra como metáfora de los actos y pensamientos de los protagonistas».
La cesión se inscribe en el programa 'La obra invitada' que patrocina desde 2010 la Fundación Amigos del Museo del Prado, institución que cuenta con 38.000 asociados. 'La última comunión de San José de Calasanz' se exhibe junto a un dibujo preparatorio de una cabeza que podría ser de la su amigo fray Juan Fernández de Rojas, fallecido en 1817 y que Goya regaló a su ayudante Felipe Arroyo.

  TITULO: ME RESBALA - AQUEMARROPA - ¡ QUE TIEMPO TAN FELIZ ! -  Schiele y Basquiat: cometas paralelos.
 


  ME RESBALA - AQUEMARROPA - ¡ QUE TIEMPO TAN FELIZ ! - Schiele y Basquiat: cometas paralelos. , fotos.

  Schiele y Basquiat: cometas paralelos.

 La Fundación Louis Vuitton expone en París la obra de los dos pintores, unidas por dos biografías culturantes
Resultat d'imatges de ME RESBALADos relámpagos en el cielo del siglo XX. La efervescencia de dos cometas. La prensa dispara metáforas celestes para hablar de Jean Michel Basquiat y Egon Schiele, astros del otoño parisino, reunidos por la Fundación Louis Vuitton. Agitados pero no mezclados en la coctelera que el arquitecto Frank Gehry proyectó en el Bois de Boulogne.
¿Pero qué asoma en las dos imágenes que acompañan este texto? Dos miradas fieras. Cuatro ojos como tizones. Cuatro imanes que te dejan clavado, sin poder eludir su atracción. Son una muy buena apuesta repartida entre 100 obras de Schiele y 120 de Basquiat. Fulgor. Esa es la palabra que la RAE define con otras dos: resplandor y brillantez.
Buena elección porque el Autorretrato de Schiele es de 1912. Y el Sin título de Basquiat de 1982. Ambos autores tenían 22 años y ambos vivieron 28. A esa edad, cuando el resto de humanos empieza a darle cuerda a la vida, ellos se encendieron como el chispazo de un fósforo para apagarse con rapidez. El austriaco por la mal llamada gripe española. El estadounidense por una sobredosis de speedball, mezcla de cocaína y heroína. Destinos trágicos. Autores malditos.
En 1911 a Schiele ya le habían pasado dos hechos destacados: 1) Había expuesto en solitario por primera vez, en Viena. 2) Había conocido a Walburga Neuzil, Wally, 17 años. Su biografía no está muy documentada. Se cree que era una modelo (y quizá amante) de Gustav Klimt. «¿Tengo talento?», le preguntó Schiele a Klimt. Se conocieron cuando el primero tenía 17 y el segundo 45, y era el macho alfa del arte de aquella Viena febril y rompedora. «Mucho. Demasiado», respondió el maestro, mentor y gran influencia de un joven fascinado por sus desnudos y paisajes.
En 1911, Schiele se autorretrata con chaleco y aura de santo. Seguro de sí mismo. Ese mismo año, Wally se convierte en su modelo y su amante. Cansado de las intrigas de la capital del imperio, el pintor se va con su amante a Krumlov, el pueblo de su madre en Bohemia (hoy República Checa). «Por fin es feliz. Se llamaba a sí mismo el Klimt de plata», escribe Alesandra Comini, que recorre en el catálogo la vida del pintor a partir de sus dibujos.
Vivir con una mujer sin estar casado y en un pueblo era un escándalo. Y eso los expulsa hacia Neulengbach, a 20 kilómetros de Viena, donde alquilan una granja aislada. Wally sigue de modelo y lleva la casa; él expone con éxito en Viena, Budapest, Colonia y Múnich. «Schiele empieza a sentirse en la cumbre de la autoestima y cree que su privilegiado estatus de artista le da derecho a abordar cualquier tema».
No sólo se pasea con su amante, sino que invita a los niños del pueblo a posar para él. Los muchachos cuentan a sus padres que la casa está llena de dibujos eróticos. El 13 de abril de 1912, dos policías se presentan en la granja, confiscan 125 dibujos, prenden al pintor y lo llevan al calabozo. Allí permanece hasta el 7 de mayo, acusado de abuso de menores, violación e inmoralidad pública. No hay pruebas de los dos primeros cargos, pero el juez Stovel, coleccionista de dibujos eróticos, lo condena por el último. Lo deja en libertad, pero quema simbólicamente uno de los papeles en la Audiencia. Los otros 124 no aparecen más. Para entonces, Egon Schiele es un artista con voz propia y mundo particular. El mismo que esta exposición despliega casi como una anatomía de la noche psíquica del artista, de la delicadeza de su turbadora expedición.
Ahora un salto hasta 1982. Uno de los mejores años de la producción de Basquiat. Ha participado ya en la exposición colectiva New York/ New wave en Queens, en el PS1, templo del arte emergente del momento. Ha cogido la ola. Viaja por primera vez a Europa y Annina Nosei lo instala (o lo encierra) en el sótano de su galería neoyorquina durante el mes de septiembre. Así nace la primera exposición individual de Basquiat en marzo de 1982. Apuntala las referencias tribales de su pintura, la ferocidad del trazo grafitero, el expresionismo y la caligrafía fundidas en un crisol del que sale un grito que sólo él genera, aunque todos comprenden. El trabajo de Basquiat es un imponente faro sin luz de aviso y con certeza de tormentas. Una ruptura que viene de la vanguardia y llega a una pintura dislocada, desquiciada en ocasiones, estableciendo un canon propio.
Hay mucho de precoz osadía en Basquiat. De fortuito. De instinto desatado. Impresiona a dealers y a Andy Warhol. A coleccionistas y a brokers. Es el producto de consumo artístico más refinado de aquel Manhattan de los primeros años 80. El arte viene zarandeado en todas direcciones y uno de sus evangelistas es un joven mulato que sale del underground y no entiende enteramente lo que sucede. Pero es parte principal de lo que pasa. Pone el foco en algunos iconos populares de aquella década convulsa: el boxeador Cassius Clay o músicos de jazz como el saxofonista Charlie Parker...
Ese año prodigioso es también el del dibujo sobre papel que ilustra estas páginas. Y el de otra obra sin título, una cabeza negra y rabiosa sobre fondo azul pintada sobre tela. La que algunos años después hizo entrar a Basquiat en el club de los 100 millones de dólares. Una cofradía en la que apenas figuran Picasso, Modigliani, Bacon, Giacometti, Munch y Warhol. Basquiat es el único nacido después de 1945.
Juntos, agitados pero no mezclados, conviven ahora en París dos de los artistas más impetuosos de sus tiempos. Las coincidencias son feroces: precocidad, singularidad, relación virtuosa con el dibujo, figurativos, expresionistas... Ambos tuvieron problemas con sus padres y dejaron como estela un estruendo extraordinario.
Egon Schiele, en el calabozo, anota en su diario el 22 de abril de 1912: «Como la divinidad, llámese Buda, Zoroastro, Osiris, Zeus o Cristo, el arte encarna un principio eterno y no obedece al tiempo». En la soledad de la celda, Schiele pintó lo que veía, dos sillas y un cubo. Y escribió en el reverso: «El arte no puede ser moderno. El arte es primordialmente eterno».
La línea de Schiele era radical y desconcertante. Menos intuitiva que Basquiat, pero más temblorosa, más precisa y más inquitetante por delicada. El dibujo, el gouache, la pintura como una confusión definen a uno de los artistas principales del primer tercio del siglo XX. Obsesionado con autorretratarse, aquel gesto tenía tanto de narcisismo como de autodestrucción. De hacer visible el daño y el extravío. Pues así pinta Schiele (más o menos lo que décadas después hará Basquiat): delineándose a sí mismo desde el centro de una poderosa oscuridad.
La práctica de la dramatización de las escenas está en ambos artistas. Pero Schiele lo lleva más lejos. Cuerpos de mujeres que entran o salen de un éxtasis. O de un frío. Amantes de una extraña estilización donde se establece un juego de alternancias entre vacío y plenitud. La sexualidad descarnada también desborda los papeles de Egon Schiele. No hay más reglas que la pasión de pintar incluso desde el asco.
Ninguno de estos dos agentes provocadores tienen una vocación lúdica. No pintan como bálsamo, sino como desacuerdo. Esta muestra propone una de las colisiones más excitantes del panorama expositivo del otoño europeo. Popular, sí. Complaciente, porqué no. Estratégicamente exitosa, sin duda. Pero una audaz confrontación que abunda en la fuerza de las grietas. Muchas grietas. Puntos de vértigo y de intersección.

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