Arif tiene nueve años. Si alguien le pregunta qué espera del futuro, dirá gravemente: "Nada, puedo morir hoy o mañana".
Arif es de Daraa, una ciudad del sur de Siria.
Pertenece a una familia de clase media con siete hijos: el mayor, de
23, y el menor, de 6. Arif y sus hermanos jugaban a ser periodistas o
reporteros de guerra en un conflicto enquistado ya cinco años. Pequeños
Hemingways que salían por la mañana a ver dónde habían caído los
proyectiles del último bombardeo. Y que volvían a casa a contarle a sus
padres qué vecinos habían muerto.
Los niños preguntaban: «¿Cuándo nos tocará a nosotros?».
Arif
y sus hermanos son carne de éxodo. Una generación que vagará por el
mundo con la remota esperanza de echar raíces en alguna parte. Miles
morirán por el camino.
Save the Children calcula que este año se ahogarán 2500 niños en el Mediterráneo, el mar que es la fosa común europea.
En 2015 se batirán todos los récords siniestros de esta ruta de la emigración, que ya es la más mortífera del mundo. En
lo que va de año han cruzado el Mediterráneo más de 40.000 personas. Y
han muerto más de 1700 (850 en un solo naufragio); cientos de ellas,
menores de edad. Son sirios errantes, eritreos errantes, somalíes
errantes...
Esta avalancha dejará en mantillas las cifras del año pasado:
219.000 solicitantes de asilo y 3500 muertos.
Pero más allá de los números (las llegadas se han triplicado) hay un
hecho diferencial y estremecedor: ahora vienen más niños que nunca.
Gemma Parkin, colaboradora de Save the Children en Sicilia, lo sabe bien
porque lo está viendo con sus propios ojos: «Muchos de los que intentan
llegar a Europa son niños. Y de estos chicos, muchos viajan
completamente solos. En 2014, la mitad de los menores que llegaron a
Italia iban solos, pero este año son dos de cada tres.
No son
criminales. Son víctimas de la guerra, la persecución, la pobreza
extrema, los estados fallidos, los regímenes represivos. Vienen de Siria, Eritrea, Somalia, Libia, Irak...».
El drama de los menores no acompañados. También
Médicos sin Fronteras
ha detectado esta tendencia... «Hasta 2014, la mayoría de quienes
emprendían esta peligrosa travesía eran hombres jóvenes. Pero durante el
año pasado y lo que llevamos de 2015 estamos viendo a personas de todas
las edades.
Llegan familias enteras, con abuelos y niños
pequeños... También estamos atendiendo a un número cada vez mayor de
menores no acompañados; por lo general son adolescentes que
emprenden el viaje sin sus padres», relata Chiara Montaldo, coordinadora
de esta organización en Sicilia. El desastre humanitario es de tal
envergadura que Médicos sin Fronteras ha puesto en marcha operaciones de
salvamento en el Mediterráneo, una misión sin precedentes en la
historia de esta ONG, «ante la falta de voluntad de la Unión Europea
para cambiar las políticas que han llevado a esta situación», explica su
portavoz Aurélie Ponthieu.
¿Por qué una familia entera o un menor desamparado se echan el mar?
Porque lo que dejan atrás es espeluznante. Según el
Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (Acnur),
el perfil de las personas que intentan alcanzar Europa por la frontera
sur ha cambiado. Se ha reducido el perfil de inmigrante por motivos
económicos. El 60 por ciento escapa de la violencia. Y la mitad son
eritreos y sirios, según Frontex, la agencia europea de control de
fronteras.
Los adolescentes que viajan solos suelen ser de Eritrea.
Allí, el servicio militar es obligatorio para chicos y chicas. Y es
indefinido. Te ata de por vida al Ejército. Las detenciones arbitrarias y
las desapariciones están a la orden del día. En cuanto a los sirios,
viajan en familia si tienen suficiente dinero... Si no, los padres
envían a uno o más hijos por delante con la esperanza de reunirse más
tarde con ellos. Por ley, los menores que llegan a Italia no pueden ser
repatriados.
La mayor crisis desde la Segunda Guerra Mundial.
El éxodo de Siria
es la mayor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial.
Han salido del país casi cuatro millones de personas; la mitad, menores
de edad. El 96 por ciento de los refugiados sirios han sido acogidos
por los países vecinos: el Líbano, Turquía, Jordania, Irak y Egipto. Los
28 países de la Unión Europea solo estaban dispuestos a reubicar a
36.000.
España ha ofrecido 130 plazas. La Eurocámara
está pidiendo a los países europeos que establezcan cuotas más
generosas. Pero los gobiernos son reticentes. No quieren estimular el
efecto llamada.
Así que países como Jordania, donde hay 700.000
sirios, cargan con el peso de la crisis. El diez por ciento está ubicado
en el campo de refugiados de Zaatari, y el resto está diseminado por el
país, en bolsas de pobreza de las grandes ciudades.
Son decenas de miles de familias.
Pero el Gobierno jordano no da permisos de trabajo a los sirios, por lo
que las opciones de supervivencia pasan por el trabajo infantil (hay
miles de niños mendigando o recogiendo chatarra por las calles), el
matrimonio forzoso de las hijas o hacer el 'petate' de nuevo.
Un millón de personas esperando cruzar.
De este modo, eritreos y sirios siguiendo rutas diferentes acaban confluyendo en Libia. La Fiscalía de Palermo calcula que
hay un millón de personas esperando en la costa africana su oportunidad para llegar a Europa. No es fácil entrar en Libia. Ni barato. Las mafias que controlan la frontera cobran unos 3000 euros.
Tampoco es fácil salir.
Subirse a un cascarón infame cuesta entre 700 y 1500 euros. Como en el Titanic, hay clases. Los de cubierta pagan más, pero tienen más posibilidades de sobrevivir en caso de naufragio.
Los de bodega se ahogarán sin remedio.
Y, antes de zarpar, hay que esperar durante semanas o meses en un
territorio donde impera la anarquía y donde el Estado Islámico ya se ha
infiltrado. El pánico está servido. Y miles de refugiados intentan
adelantar la salida para evitar a los yihadistas. Berhane, eritreo de 17
años, es testigo del horror. «He visto a gente que decapitaba a los
cristianos. De camino a Trípoli veíamos coches quemados por grupos
fundamentalistas. En este recorrido, unas 60 personas fueron asesinadas.
De ellas, 25 decapitadas... Luego esperamos durante cuatro meses cerca
de Trípoli, hacinados en una fábrica. Había más de mil personas. Te
hacían llamar a tu casa para decir que te estabas muriendo y, mientras,
te golpeaban para que tu familia oyera los gritos».
Nadia, de 15
años, es de la ciudad siria de Homs, muy castigada por la guerra. «Nos
fuimos de allí hace dos años y medio. Papá, mamá y mis dos hermanos
pequeños. Primero, a Damasco; luego, a El Cairo; y, por fin, a Libia.
Un libio quería casarse conmigo. Ni mis padres ni yo estábamos interesados, así que nos amenazó de muerte.
Hay muchas chicas sirias que pasan por situaciones similares, a veces
solo porque tenemos la piel y los ojos claros». Para embarcarse, la
familia pagó unos 1200 euros por persona. El barco tenía vías de agua
desde que zarpó, pero llegaron a Italia. La familia de Nadia confía en
ser acogida en Dinamarca.
La humanidad por delante de la política.
Ellos
tuvieron suerte. Miles no la van a tener. «¿Cuántos niños inocentes más
y sus familias tienen que morir para que nuestros líderes actúen? se
pregunta el director general de Save the Children, Andrés Conde. Es hora
de poner la humanidad por delante de la política».
Los niños que cruzan el mediterráneo. Por ley, los menores que llegan a Italia no pueden ser repatriados.
A la deriva Ahamed, de seis años,
envuelto en una manta termal tras ser rescatado del carguero Ezadeen en
enero. El barco fue abandonado en alta mar por los traficantes al
quedarse sin combustible. Más de 350 inmigrantes de Siria e Irak iban a
bordo sin agua ni comida.
Los niños de los campos. Dos millones de niños sirios viven como refugiados en el Líbano, Jordania, Irak, Turquía, Egipto...
A la intemperie. Tamara, de cuatro años,
fuera de la tienda de su familia en un asentamiento temporal para
refugiados sirios en el Líbano. La pequeña se frota las manos para
entrar en calor.
Fuerza mental. Asiyah,
en Irak, es uno de los dos mil niños que participan en el programa de
apoyo psicológico de Save the Children. «Aprendemos la importancia de la
cooperación y de la paciencia; y, además, a ayudar a otros cuando están
mal».
NUESTRAS HISTORIAS
La mirada de Bashira, 10 años. Siria
Los
ojos de Bashira han visto más de lo que cualquiera puede imaginar. Para
protegerse, Bashira se ha construido un mundo de fantasía. En ese mundo
tiene un montón de vestidos y juguetes que se trajo de Siria. Su
favorito es un vestido azul que hace que se sienta como una auténtica
princesa. Un vestido que no enseña a nadie. Pero su madre explica: «No
existe tal vestido. No hay nada.
Nuestra casa fue destruida
durante un bombardeo. Todo se quemó. Mi hija se imagina que tiene esos
vestidos y juguetes. Me rompe el corazón». Bashira vive con sus
padres y ocho hermanos en el campo de refugiados de Zaatari (en
Jordania), el segundo mayor del mundo, con 106.000 personas. La
violencia e inseguridad en el campamento se han convertido en el mayor
de los problemas para las autoridades jordanas y los miembros de Acnur.
La huida de Delvin, 12 años, Y sus tres hermanos. Iraquíes
Delvin
y sus hermanos pequeños escaparon del avance del Estado Islámico hasta
un campo de refugiados en el Kurdistán iraquí. Medio millón de personas
abandonaron sus casas, aterradas por los yihadistas. «Huimos porque
teníamos mucho miedo. A nuestro vecino lo mataron. A nosotros nos
dispararon y querían matarnos. Tuvimos que escapar de Mosul sin coger
nada, solo algo de agua. Caminamos hasta que llegamos a la región kurda.
Estábamos muy cansados... Tuvimos que dormir seis días en la carretera.
Vimos a gente muerta por explosiones cuando escapábamos. Llorábamos de miedo. En
el camino hubo gente que nos metió en sus casas, nos dio comida y nos
ayudó en todo lo que pudo. Nuestro padre está operado de un riñón. En
Irak solíamos llevarlo al hospital. A pesar de que pasó por una
operación grave, seguía trabajando como taxista para que no nos faltase
de nada. Pero todas nuestras cosas se quedaron en casa... Nuestra ropa,
nuestros juguetes. No pudimos traer nada. Ahora dependemos de la
generosidad de la gente». Los hermanos de Delvin son Gilan, de ocho
años; Reem, de cuatro; y Marwa, de tres.
Las mafias y Feben, 16 años. Eritrea
Mi
hermana y yo hemos viajado durante cinco meses para llegar a Europa.
Salimos de Eritrea y caminamos tres días hasta la frontera con Etiopía.
Allí nos enviaron a un campo de refugiados, pero queríamos reunirnos con
nuestro hermano mayor, que está en el Reino Unido. Así que caminamos
otros tres días más hasta la frontera con Sudán.
La cruzamos por el río Tezeke, que está infestado de cocodrilos. Unos
traficantes nos llevaron hasta Jartum y, cuando llegamos, nos dijeron
que les debíamos 1400 dólares cada una. Nuestro hermano tuvo que
hacerles una transferencia. Estuvimos dos meses en Jartum, escondidas en
casa de unos parientes. Nunca salíamos a la calle por temor a que nos
detuviese la Policía. Luego fuimos en camión hasta Bengasi. Tardamos una
semana en cruzar el desierto. Allí nos vendieron a unos traficantes, y
nuestro hermano tuvo que hacer una colecta para recaudar los 1700
dólares que pedían por liberarnos a cada una. Luego tuvimos que pagar
otros 1800 dólares por el viaje en barco. La travesía es lo peor: 340
personas y una avería a las tres horas. Es como esperar para morir.
Rezábamos. Es todo lo que puedes hacer. Aparecieron unos pescadores
tunecinos y nos remolcaron durante 24 horas hasta que nos rescató la
Marina italiana y nos trajo a Lampedusa».
El rescate de Hamid, 15 años, y su madre. Sirios
Nos
fuimos de Siria cuando empezaron los combates en nuestro barrio. Nos
bombardeaban. Así que mi madre, mi hermano pequeño Salim (de 13 años) y
yo nos fuimos al Líbano, donde estuvimos viviendo en una residencia. Mi
padre se quedó en Siria, cuidando de nuestro abuelo, que es demasiado
mayor para viajar. Pero todo es caro en el Líbano: la comida, el agua,
la ropa, el teléfono... Así que nos mudamos a Libia. Estuvimos catorce
meses en una ciudad llamada Brega. Yo trabajé de albañil. Muchos niños
trabajan en la construcción. Pero la vida era insoportable.
Amenazas de muerte, mucha inseguridad. A mí me apuñalaron y me robaron. Decidimos marcharnos.
Conocíamos a otra familia siria. El padre había contactado con una de
las mafias que pone los barcos para cruzar a Italia. Fuimos a Trípoli.
Un día, los traficantes nos dijeron adónde teníamos que ir. Allí nos
dieron algunas instrucciones para pilotar el barco. No había capitán ni
marinos. Dos voluntarios entre los refugiados se hicieron cargo. Pero
uno de los motores se rompió a las pocas horas de zarpar y empezó a
entrar agua. Teníamos mucho miedo de ahogarnos. La gente en cubierta
formó una cadena humana y achicó el agua con cubos, hasta que un
guardacostas italiano nos rescató. Hemos pedido asilo en Dinamarca».
TÍTULO: ENTREVISTA,.Pablo Hermoso de Mendoza,.
Entrevista a Pablo Hermoso de Mendoza - foto,.
"Mis caballos son como yo: rebeldes y sin castrar"
Está considerado el mejor rejoneador
del mundo. Y no solo eso. Hermoso de Mendoza ha cambiado para siempre el
toreo a caballo. Su técnica y su estética. Con motivo de la publicación
de sus memorias y a punto de cumplir los 50, nos recibe en su finca de
Navarra.
Acaba de celebrar 25 años desde que tomó la alternativa. Y
lo ha hecho por todo lo alto, con tres corridas memorables en las que
compartió cartel, mano a mano, con los grandes maestros de la lidia:
José Tomás, El Juli y Enrique Ponce. Estos días se presenta su
biografía, El corazón de los caballos (Ediciones Temas de Hoy); y, por este motivo, XLSemanal
se ha desplazado hasta Zarapuz, la finca que tiene en Navarra, en donde
vive junto con su mujer y sus tres hijos, rodeado de toros y caballos.
XLSemanal. Su padre compraba y vendía caballos, y su madre puso una tienda de alimentos en el pueblo para poder salir adelante.
Pablo Hermoso de Mendoza. No éramos una familia pobre; comíamos todos los días; pero a veces no se podían pagar las cuentas.
XL.
Nació con el gen de la rebeldía activado. Lo expulsaron de clase un
millón de veces, hasta que un profesor convenció a sus padres de que lo
sacaran de la escuela. Dejó el colegio sin sacar el graduado escolar...
P.H.M.
Es que para mí la escuela era como una cárcel, mi cabeza siempre estaba
con los caballos. Y aquel profesor lo entendió. Ya desde niño pensaba
que no todos tenemos que seguir el mismo camino ni movernos en el mismo
rebaño.
XL. Un día vio por televisión una corrida de
rejones y decidió que ese era su camino. A su primer festejo de corto se
presentó con ropa apañada de aquí y de allá.
P.H.M.
Mi madre me arregló una chaqueta de mis hermanas; y me metió unos
pantalones de mi padre que me estaban enormes. El sombrero cordobés me
lo regaló un amigo de mi padre, que se lo había comprado en Sevilla;
pero me venía muy grande y lo tuve que rellenar con cartón y papel de
periódico.
XL. Y se fabricaba sus propios rejones y banderillas.
P.H.M.
Sí [sonríe]. Acudía al carnicero de mi pueblo, que quitaba los arpones a
los toros después de las corridas. Esos arpones viejos los montaba en
palos de escoba, compraba papel cebolla e incluso usaba el espumillón de
Navidad para decorarlos.
XL. La mayor parte de los rejoneadores pertenecían a familias de cierto nivel social.
P.H.M.
El origen social del rejoneo estaba muy definido, familias de ganaderos
muy vinculadas al mundo del toro en Andalucía. Para ellos era un hobby,
como jugar al polo.
XL. Cuando su nombre empieza a
sonar, los hermanos Domecq (Álvaro y Luis) le proponen formar siempre
cartel los tres juntos, pero usted lo rechazó.
P.H.M. Ellos buscaban monopolizar las corridas de rejones. Pero mi parte rebelde me dijo que debía seguir solo.
XL. Su negativa les sentó muy mal.
P.H.M.
Sí, Luis Domecq me dijo: «Un día te darás cuenta de que te has
equivocado». Entonces le pregunté con cierta provocación que, de las
cien plazas que venían en aquel contrato, si no lo firmaba, en cuáles no
iba a torear. Él me contestó que, desde luego, en Jerez no lo iba a
hacer.
XL. ¿Y toreó en Jerez?
P.H.M. Por ironías de la vida y por circunstancias ajenas a ese contrato, ese año yo toreé en Jerez y ellos no.
XL. Rechazó también una oferta que podía haberle resuelto muy bien la vida: la venta de uno solo de sus caballos.
P.H.M.
El colombiano Fabio Ochoa me ofreció un talón en blanco por vender a
Cagancho, que entonces era mi mejor caballo; pero no lo hice. Fui fiel
al amor que le tenía. No siempre se cumple esa regla de que todo en esta
vida tiene un precio.
XL. Cagancho tiene casi 30 años y sigue en su cuadra esperando junto con usted el final.
P.H.M.
Lo que yo siento por mis caballos es una gratitud inmensa. Él me ha
dado su vida y se ha entregado sin límites. Mi obligación es darle la
mejor vida posible. Aquí, debajo de casa, quiero hacer un panteón donde
enterrar las cenizas de los caballos que me lo dieron todo y hacer unas
esculturas que los recuerden.
XL. Con usted llegaron los
grandes cambios estéticos, técnicos e incluso económicos. Empecemos por
lo más elemental: ¿rejoneador o torero a caballo?
P.H.M. Yo prefiero decir torero a caballo, porque lo que busco es torear con mi caballo como si fuera una muleta.
XL. Fue el primero en negarse a torear por colleras (dos rejoneadores para un mismo toro).
P.H.M.
Me rebelé contra esos vicios de la profesión. Yo no me encontraba a
gusto engañando al toro entre dos, sorprendiéndolo con medias vueltas...
Tristemente, aquello enloquecía a la gente y era fácil dejarse llevar,
pero no lo hice; y me dejaron fuera de varias ferias importantes.
XL.
Una tarde se enteró de que usted iba a recibir 300.000 pesetas, cuando
al primer espada le iban a pagar diez veces más. Y también se plantó.
P.H.M.
No era cuestión de dinero, sino de dignidad. Mi planteamiento fue: o
todo o nada, no quiero ser una marioneta del sistema. Si no era capaz de
hacerme respetar, prefería quedarme en mi casa.
XL. Y de nuevo su rebelión le costó cara.
P.H.M. Algún
torero se molestó y me soltó a la cara: «Cuando te juegues los muslos,
podrás pedir lo que pide un torero a pie». Recuerdo que le respondí:
«Julio Iglesias arriesga menos que tú y que yo, y gana más». Los
honorarios no van de acuerdo al riesgo, sino a la gente que tú metes en
la plaza, al precio que pagan por ti.
XL. Otra de sus guerras fue que las entradas de las corridas de rejones dejaran de ser más baratas que las de toros.
P.H.M.
De nuevo fue cuestión de dignidad. Se lo planteamos a la Comunidad de
Madrid y lo entendió. En las corridas de abono de las Ventas se
igualaron los precios. Otro logro fue que vinieran los abonados de
siempre, porque parecía que el toreo a caballo era cosa de señoras y de
niños; o que se programasen en San Fermín, donde era impensable. Para
mí, eso fue un hito tras el que ya me podía retirar tranquilo.
XL. Otra de sus reivindicaciones fue la de torear toros, no novillos, y de ganaderías de renombre.
P.H.M. Me
negué a seguir matando novillos. Si yo exigía un reconocimiento
profesional y económico, tenía que dar a cambio un espectáculo serio,
con un toro toro, con más riesgo, con más espectáculo.
XL. Si mira al futuro, ¿contempla la lidia sin sangre?
P.H.M. Sí.
He hecho mis pruebas de lidia incruenta en California en unas cinco o
seis actuaciones. Y artísticamente eran parecidas a lo que se puede
hacer aquí.
XL. Todos sus caballos están enteros y muchos muerden, patean y organizan peleas serias.
P.H.M. Mis
caballos son como a mí me gustaría ser si me reencarnara en caballo:
rebeldes, con personalidad fuerte, nada sumisos... y sin castrar, claro
[ríe]. Jamás castraré un caballo por muchos problemas que me cause. Es
una humillación. Busco un caballo fuerte y con personalidad, que en la
plaza sea especial. Estoy seleccionando un tipo de animal que a lo mejor
no van a poder montar muchos jinetes, pero es con el que yo me
identifico.
XL. ¿Le muerden sus propios caballos?
P.H.M.
A veces, sí. Viriato, por ejemplo, no me deja montar cuando voy a salir
a la plaza y me ataca. Entonces, le voy buscando fórmulas. Hubo un
tiempo en el que le ponía una toallita en los ojos para que no me viera
acercarme. Pero luego mutó y no se deja poner la toalla e intenta
morderte. Ahora, para sujetarlo, utilizamos un tubo largo, como el que
usan con los perros rabiosos, y así consigo montarme por un lateral.
Pero en México aprendió a morder el tubo, a partirlo y a volver a
agredirme... ¡Ese es Viriato! [se ríe]
XL. ¿Y en ese plan salen juntos al ruedo?
P.H.M.
Ha habido veces que no lo he convencido y he tenido que cambiar de
caballo a punto de salir a la plaza. Sin embargo, cuando consigo montar,
ya somos solo uno; y en el ruedo se transmite la enorme conexión que
tenemos y es ¡la bomba! Es como si nos fundiéramos el uno con el otro.
XL.
Cuentan que una vez un toro hirió a uno de sus caballos y que, al
llegar a la finca, se fue con él a dar un paseo, los dos solos, para
pedirle perdón por no haberlo evitado; que incluso llora y duerme en sus
cuadras cuando necesitan su compañía y que no le gusta nada que lo vean
entrenar.
P.H.M. No me gusta porque hay
momentos en los que te adentras tanto en el alma del caballo que me
perturba que haya alguien mirando, aunque esté calladito. Es algo
íntimo, como hacer el amor. ¿A que a nadie le gusta que lo estén mirando
en ese momento?
XL. ¿Es casi un enamoramiento?
P.H.M.
Sí, claro; no lo voy a comparar con el amor hacia una persona, pero,
sin enamorarte de un caballo y sin sentir esa fuerte atracción,
difícilmente consigues entenderlo y vincularte a él.
XL. Entonces, ya no le pregunto si deja que otros monten sus caballos.
P.H.M. Por
supuesto que no, de ninguna manera. Cuando separo un caballo para el
rejoneo, ese ya solo lo monto yo. Soy muy celoso para estas cosas.
XL. En la vida civil, ¿es tan celoso también?
P.H.M. ¿Quién no es celoso si ama de verdad? El amor y los celos van unidos, pero hay que aprender a controlarlos.
XL. Miren Tardienta fue su novia de toda la vida...
P.H.M. ¡Hombre, de toda la vida no! Pero sí estuvimos muchos años de novios, siete u ocho...
XL. Vivir con usted ¿es fácil?
P.H.M.
No [rotundo]. Con los años, me he dado cuenta de que soy muy muy
difícil. Además, soy poquísimo de eventos sociales. Cuando termina la
corrida, donde mejor estoy es en mi casa, en el campo... Soy un hombre
muy austero.
XL. Tiene 49 años, ¿le preocupa?
P.H.M.
Sí, porque cumplir años no tiene nada de bueno, porque ves que pasa la
vida. Me hice un planteamiento de esos locos cuando empezaba a triunfar:
«Si llego a los 40 toreando, me retiro». Luego pasaron los 40... y aquí
sigo. De mi generación ya solo queda Bohórquez, que se retira este año.
Es una decisión que llegará cuando el público me marque la salida o
cuando mi condición física me lo diga.
XL. «Dejar de torear es aceptar la muerte», ha dicho.
P.H.M. Unamuno
decía: «Vale más morir como Ícaro que vivir toda una vida sin haber
intentado volar nunca, aunque sea con alas de cera». Y yo he vivido y he
volado.
Privadísimo
Nació en Estella. Es
el pequeño de cuatro hermanos y el único que no fue a la universidad.
Dejó el colegio sin obtener el graduado escolar.
Con cuatro años hizo de alguacilillo en la plaza de toros de Estella y a los ocho fue campeón infantil de hípica del norte.
Seis
meses al año vive en México, donde también tiene finca, casa y yeguada.
La pasada temporada toreó en 70 corridas en cada uno de los dos países.
En estos 25 años ha toreado a caballo en 2185 corridas.
Los pilares del torero
«Morico fue mi mejor juguete de la infancia. Más que domarlo, lo convertí en cómplice de mis travesuras».