BLOC CULTURAL,

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lunes, 15 de febrero de 2021

El paisano - Viernes -19- Febrero - Un extremeño en la cúspide de la lucha antiterrorista . / VACACIONES - EUROPA DE PELICULA - Carmen de Rosa: «La segunda generación de los De Rosa va a dar mucho que hablar»,. / HOSPITAL - El hospital de la Montaña queda «en prealerta», ya sin enfermos de covid,. / VUELTA AL COLE - Andrés Alfaro Hofmann: «Mi padre nunca quiso ser un ejemplo para sus hijos» ,. / EN PRIMER PLANO - A FONDO - REVISTA XL SEMANAL PORTADA ENTREVISTA - En la tuya o en la mía - Miercoles -24- Febrero - Antonio Valero: «No necesito engañar a mi mujer, las juergas ya me las corrí» ,. / EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - MI CASA ES LA TUYA - viernes -26- Febrero - El amor de una noche,.

 

 TITULO: El paisano - Viernes -19- Febrero - Un extremeño en la cúspide de la lucha antiterrorista,.

Viernes -19- Febrero  a las 22:10 horas en La 1 , foto,.

 Un extremeño en la cúspide de la lucha antiterrorista,.

 Un extremeño en la cúspide de la lucha antiterrorista

Nombramiento. El coronel Francisco Javier Molano, de Brozas, dirigirá la Unidad de Acción Rural (UAR), a la que pertenece el GAR, un cuerpo de élite clave en la Guardia Civil,.

Uno de los pilares de la lucha antiterrorista en España pasa desde hace unas semanas por manos extremeñas. La UAR (Unidad de Acción Rural), un escalón clave en el organigrama de la Guardia Civil, tiene nuevo jefe: el cacereño Francisco Javier Molano Martín. Su padre, ya fallecido, nació en Garrovillas de Alconétar y su madre en Brozas, etc,.

TITULO:   VACACIONES - EUROPA DE PELICULA -Carmen de Rosa: «La segunda generación de los De Rosa va a dar mucho que hablar»,.

 

Carmen de Rosa: «La segunda generación de los De Rosa va a dar mucho que hablar»,.

El clan familiar que conforman los cuatro hermanos ha sido el gran apoyo de la presidenta, sobre todo en la época en que se quedó viuda, y que coincidió con el año en que su hija fue la fallera mayor de Valencia,.

Carmen de Rosa, en el Ateneo Mercantil, donde lleva ocho años como presidenta. /Jesús Signes
 
fotos / Carmen de Rosa, en el Ateneo Mercantil, donde lleva ocho años como presidenta.

Las puertas de la quinta planta del Ateneo Mercantil todavía son de cristal labrado traslúcido, con ese aire demodé de un edificio histórico que va dando pequeños pasos hacia la modernidad, entre salas de banderas o biblioteca con incunables y una terraza con chill-out para gente vip. Y, en la cúspide, Carmen de Rosa, en la difícil encrucijada que supone modernizar una institución que lleva la tradición en su ADN, en una lucha entre quienes adoran que las cosas se queden como están y los que quieren abrir las ventanas y que entre aire fresco. Entre tertulias taurinas y exposiciones de superzings -solo conocerá a los muñequitos si es abuelo o padre de un menor de diez años-, Carmen de Rosa se mantiene en ese complicado equilibrio. Ella misma representa un poco de cada mundo: es la primera mujer en ocupar la presidencia de la entidad civil más importante de Valencia -quitando las deportivas- y, al mismo tiempo, pertenece a una de las familias que mejor representa la burguesía valenciana conservadora, los De Rosa.

-Acaba de ser reelegida presidenta del Ateneo por cuatro años más. Y sin oposición.

-Estoy muy contenta porque el hecho de que no haya habido ninguna candidatura alternativa quiere decir que los socios están contentos, que encuentren aquí su casa, que han valorado de forma positiva nuestra gestión en los últimos ocho años. Hay paz en el Ateneo. Ahora tenemos que ser capaces de ilusionarlos todavía más, y que le digan a la gente que en el Ateneo se está muy bien.

-Sé que uno de sus objetivos era rejuvenecer la institución. ¿Lo ha logrado?

-Cuando entramos en el Ateneo hace ocho años la mayoría de los socios tenía una media de ochenta años. Hemos bajado a setenta, que aparentemente es alta pero eso quiere decir que cada vez hay gente de menor edad, y que hay muchos socios activos más jóvenes.

«Cuando me quedé viuda me sentí muy sola, y me di cuenta de que hay que acostumbrarse a una vida individual»

-Visto con perspectiva, ¿cree que fue una buena decisión aceptar el cargo?

-Cuando me lo propusieron me quedé muy sorprendida y también asustada, porque el Ateneo es un buque insignia tan importante que no sabía si podría dar la talla. Pero bueno, pensé que los trenes pasan sólo una vez, que si decía que no nunca sabría si podía con ello. Y que en el caso de que efectivamente no pudiera, me iba a los cuatro años y asunto solucionado. Ahora veo que el Ateneo me ha atrapado y es una parte muy importante en mi vida.

-Fuera de entrevista comentaba que se despierta incluso por la noche...

-La verdad es que suelo dormir bastante mal, y cuando me despierto me vienen a la cabeza cosas que me quiero hacer y voy anotándolo.

-¿Ha sido de subirse a trenes?

-Sí, porque las oportunidades pasan, me gustan los retos y aunque al principio tenga dudas, me considero una persona valiente y prefiero pensar que soy capaz.

-Después de todos estos años, ¿qué le ha dado el Ateneo?

-Yo soy una persona muy social, a mí me gusta mucho relacionarme con la gente, y en lo personal me ha dado una satisfacción muy íntima, porque he conocido gente muy interesante. Tanto, que yo siempre digo que estoy casada con el Ateneo.

-¿La han animado sus hijos?

-Ellos son mis primeros fans, me apoyan, me ayudan y están muy contentos de que continúe cuatro años más. Ellos me ven con ilusión y con ganas, y lo que quieren en definitiva, es ver a su madre satisfecha.

«Las oportunidades pasan, me gustan los retos y, aunque tenga dudas, prefiero pensar que voy a ser capaz»

-Si mira atrás, usted se quedó viuda justo el año que su hija era fallera mayor de Valencia. ¿Cómo recuerda aquella época, mirado con perspectiva?

-Para mí fue un golpe muy fuerte y, visto con el tiempo, ha sido sin duda la época más dura de mi vida. Quienes han pasado por algo así sabrán de qué estoy hablando. Me sentí muy sola pero, sobre todo, te das cuenta de que estás sola para tomar decisiones, de que hay que acostumbrarse de pasar de una vida en común a una vida individual. Pese a todo, me siento afortunada porque me sentí arropada por mucha gente.

-Qué año de luces y sombras.

-Para mí fue muy duro pero para mi hija… un reinado que debería de haber sido maravilloso, de película, tuvo un final muy duro, y ella cumplió como una campeona, sin dejar de ir a ningún acto, con una disciplina inquebrantable y siempre con una sonrisa. Fue admirable.

Carmen de Rosa ha renovado por cuatro años como presidenta de la institución centenaria.
 
Carmen de Rosa ha renovado por cuatro años como presidenta de la institución centenaria.

-¿Qué les ha intentado inculcar a sus hijos?

-Les he intentado inculcar los valores de la familia, de la responsabilidad, del trabajo, de la honorabilidad, que sean personas rectas, y ahora que ya son adultos me han demostrado que son maravillosos, responsables y trabajadores, y me siento muy orgullosa de ellos.

-¿Han pasado el confinamiento juntos?

-Sí, viven conmigo y ha sido extraordinario porque hemos hablado, hemos hecho muchas actividades juntos, nos hemos metido en la cocina... Hacía tiempo que no tenía conversaciones con ellos de esa forma, con mucho tiempo por delante, e incluso conocí opiniones de ellos sobre temas diversos; fue muy interesante. No me gustaría repetirlo porque el confinamiento es duro y notas esa falta de libertad, que nosotros no paramos, pero siempre hay una parte positiva, y en este caso fue que nos unimos más todavía como familia.

«Al acceder a la presidencia la media de edad en el Ateneo era de ochenta años. Ha bajado a setenta»

-Es cierto que es usted una persona muy social, muy vinculada, además, a tradiciones como las Fallas.

-Ni siquiera cuando estaba viviendo fuera de Valencia dejé de venir a las Fallas, es algo consustancial a mí. Vivir la ofrenda, las mascletàs, participar de la vida del casal... Este año lo he echado mucho de menos y, como nos ha pasado a la mayoría, no te das cuenta de lo que tienes hasta que lo pierdes. El día de la ofrenda fue muy triste y este año marcará un antes y un después. Además, esos días me contagié de coronavirus y tuve que cuidarme.

-Su madre era de una familia muy arraigada en Valencia, su padre murciano. ¿Él se adaptó bien a la ciudad?

-Mi padre nació en Caravaca de la Cruz y vino a estudiar a los Jesuitas y enseguida se adaptó, incluso aprendió a hablar valenciano. Es verdad que murió muy joven y se perdió la implicación con Murcia, pero si hay año jubilar volvemos a las fiestas de la Cruz, porque siempre es bueno acordarse de los orígenes.

-El Ateneo, las Fallas, San Vicente, además de todas las entidades en las que está involucrada... Usted además es funcionaria, ¿cómo llega a todo?

-Organizándome. De ocho a tres soy funcionaria en el departamento de Fundaciones de la Conselleria de Justicia. Además, me gusta mucho lo que hago. Llego a casa y apenas descanso cinco minutos y me vengo al Ateneo. Ahora no hay vida social, pero me gusta mucho participar de la vida de Valencia.

-La verdad es que no me la imagino tirada en el sofá.

-No soy de esas. Y lo único que pido es seguir con la misma energía para poder llegar a todo como ahora.

-Usted se preparó una oposición. Ahora lo hace su hija. ¿Le da consejos?

-Las oposiciones son una carrera de fuerza mental, de positividad, de disciplina y de horarios. Yo aprobé no una, sino varias, hasta que encontré lo que me gustaba. Ahora ella está preparándose para la carrera judicial y fiscal y yo le aconsejo que crea en ella y que tenga claro que lo puede hacer, pero existe un trabajo detrás. Hay que ser una persona fuerte, segura de sí misma, con una disciplina mental diaria. Hay mucha gente que se deprime, que quiere salir, pero no puedes, se trata de una carrera de fondo y no todo el mundo tiene la fuerza necesaria.

«Este año he echado mucho de menos las Fallas. No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes»

-En este mundo que parece basado en la recompensa inmediata.

-Por ese motivo hay que saber que la recompensa, aunque tarda en llegar, es para toda la vida.

-Si hablamos de familia, en una entrevista de hace unos años con sus hermanos (Fernando, Alberto y Cristina) hablaban de lo unidos que siempre han estado.

-Sí, nos apoyamos mutuamente y nos encanta estar juntos. Además, nuestros hijos van haciéndose mayores y es muy interesante ver cómo van saliendo adelante. Tenemos una segunda generación de De Rosa que va a dar mucho que hablar.

-No será una Navidad como otros años...

-Intentaremos celebrarlo juntándonos cumpliendo las normas y siempre con precaución. Ya habrá años para volver a estar todos juntos...

-¿Qué es lo que volverá a hacer cuando todo esto pase?

-Viajar. Me siento constreñida, tengo ganas de volar y de sentirme libre viajando. Retrasamos los dos viajes previstos este año en el Ateneo, a Rusia y a la costa oeste de Estados Unidos, a 2021, y espero que no tengamos que posponerlos más.

TITULO: HOSPITAL - El hospital de la Montaña queda «en prealerta», ya sin enfermos de covid,.

El hospital de la Montaña queda «en prealerta», ya sin enfermos de covid,.

La ciudad estrena en dos semanas tres dotaciones sanitarias: la unidad de coronarios agudos, el PAC del Provincial y el nuevo centro de salud,.

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foto / Libre de covid. Ese es el estado en el que se encuentra ya el hospital de la Montaña. Fue habilitado, por segunda vez, el pasado 11 de enero, cuando reabrió para poder dar cobertura sanitaria ante el repunte de casos. Entonces, el San Pedro de Alcántara rozaba el límite de su capacidad y 11 pacientes fueron trasladados al edificio de la Diputación, etc,.

TITULO: VUELTA AL COLE - Andrés Alfaro Hofmann: «Mi padre nunca quiso ser un ejemplo para sus hijos»  ,.

 

Andrés Alfaro Hofmann: «Mi padre nunca quiso ser un ejemplo para sus hijos»,.

No tiene buenos recuerdos de sus años de infancia, quizás porque en aquella época no se diagnosticaba la hiperactividad. Pero él tenía claro su camino en el mundo del interiorismo y a punto de cumplir 64 años mira atrás con satisfacción y la ilusión intacta por seguir trabajando. «No me reconozco en la edad que pone el carné»,.

Andrés Alfaro Hofmann, junto a una de las esculturas de su padre, ubicada en el Espai Alfaro de Godella./Iván Arlandis
 
Andrés Alfaro Hofmann, junto a una de las esculturas de su padre, ubicada en el Espai Alfaro de Godella. / fotos,.

Se intuye la sonrisa de Andrés Alfaro bajo la mascarilla, que luego muestra sin ambages al quitársela para las fotos, con un punto de timidez que todavía le queda después de tantos años de cara al público en aquella tienda de maravillosos muebles que regentó en la calle del Mar. Como intentando no destacar, con su chaqueta de punto y sus vaqueros, algo desgastados en el bolsillo trasero que ocupa el lugar estable del móvil, y con pocos artificios, como esas casas que diseña junto al arquitecto Fran Silvestre, donde solo hay líneas puras y blancas. Hemos quedado con él en el Espai Alfaro de Godella, el mismo lugar donde su padre, el escultor Andreu Alfaro, tenía su taller, ahora convertido en estudio, aulas y museo, en una oda a lo industrial que ya comenzó el artista y ha seguido en el ADN de Andrés. Y, para muestra, su colección histórica de electrodomésticos, recogida entre rastros y casas vaciadas, fascinado por las soluciones de ingeniería y diseño que han ido aplicándose a los productos más cotidianos del hogar. Un lugar fascinante con neveras de patas victorianas y televisores con forma de casco de astronauta.

-Creció con un padre escultor y se convirtió en interiorista. Acabaron trabajando en un mismo espacio. ¿Cuánta relación hay entre los dos?

-A veces me preguntan algo que a mí me parece banal, y es el hecho de no haberme dedicado a lo que hacía mi padre. Ser escultor, la actividad artística, lleva implícita una forma de pensar, de actuar, y mi padre nunca quiso ser un ejemplo ni una referencia para nosotros. Es más, su trabajo diario lo mostraba poco a la familia, quizás sí los resultados. Así como mi madre sí tuvo una influencia mayor en él y su opinión la tenía muy en cuenta, siempre fue receloso de su trabajo con el resto.

-Su padre estudió en una escuela que pertenecía a la Institución Libre de Enseñanza, ¿Cómo era la familia en la que creció?

-Era una familia republicana y anticlerical, y eso hizo que le llevaran a un colegio, como dice, donde existía una forma revolucionaria de entender la educación, mucho más participativa y dialogante. Sin embargo, su padre era un comerciante de ganado que tenía una carnicería en Valencia y entendía que el primogénito se tenía que dedicar al negocio familiar. En eso era muy tradicional. Le tocaba a mi padre, pero desde luego a él no le interesaba para nada. Durante un tiempo estuvo compaginando las dos cosas, carnicería de mañanas y escultura por las tardes, en una especie de pluriempleo que le duró mucho tiempo.

«Mi padre fue muy receloso con mostrar su trabajo a la familia»

-Su madre, además, era hija de alemanes.

-Mi abuelo, después de huir de Alemania en los años veinte, fue el fundador de la empresa Hofmann y junto a mi abuela pertenecían a la numerosa colonia de alemanes en Valencia. Ella quería que mi madre se casara con alguien de la misma nacionalidad, pero conoció a mi padre y se casaron muy jóvenes, quizás por las ganas que tenían de vivir juntos. Con los años, tras una exposición en Barcelona que había funcionado muy bien, se fueron a vivir a Rocafort, donde encargaron el diseño de la casa a Emilio Giménez. Mi padre le dio carta blanca y aplicó todas sus revolucionarias ideas, empezando por el color, que era chicle. La hemos vendido, mal que nos pese... Además, viajaban muchísimo y pudieron tomar el pulso a la modernidad fuera de España. Yo viví con esa estética, y me influyó mucho.

-¿Qué le queda a usted de alemán?

-Posiblemente tengo algo de cultura alemana, por lo que he visto en casa. Además, estudié en el Colegio Alemán, pero le tengo que decir que no tengo buenos recuerdos de aquella época. Era muy mal estudiante y me dispersaba mucho, quizás tenía hiperactividad, aunque entonces no se prestaba atención a ese tipo de cosas. Pero es que llegábamos a las ocho, salíamos a la una y media, a las cuatro y media entrábamos de nuevo hasta las siete y media, y los sábados también. Cuando alguien me cuenta qué feliz era en el colegio... yo no lo fui. Además, era un centro que clasificaban a los niños, desde pequeños, en grupos según las notas. Imagine en qué grupo estaba yo.

Andrés Alfaro Hoffman ha crecido con la influencia del afamado escultor, que ha aúnado su responsabilidad de perpetuar su legado con un exitoso trabajo de interiorista.
 
Andrés Alfaro Hoffman ha crecido con la influencia del afamado escultor, que ha aúnado su responsabilidad de perpetuar su legado con un exitoso trabajo de interiorista.

-Pero ha conseguido triunfar en su profesión. ¿Sabía lo que quería?

-Me gustó desde siempre el interiorismo, pero no había estudios en Valencia y me decidí por la Arquitectura Técnica. Sin embargo, no lo terminé porque antes de licenciarme ya estaba trabajando.

-Usted, que lleva una dilatada carrera profesional, ¿está satisfecho con el recorrido que ha hecho en todos estos años?

-Sí, pero no crea que no me ha costado encontrar mi lugar. Cuando empiezo a trabajar, Valencia era una especie de hervidero, una ciudad en ebullición donde la arquitectura que se hacía, la oficial, como el edificio de la Conselleria de Educación, o el del Ayuntamiento demolido en la avenida de Aragón, no me gustaba nada. Siempre me he encontrado incómodo en lo de ir a la moda, y encontrar tu identidad no es fácil si el entorno no ayuda. Mi padre siempre decía que él nunca había seguido las tendencias. Cuando empecé con Fran (Silvestre) vi que había encontrado lo que buscaba. Hasta ahora, mi relación no ha cambiado, y eso que han pasado ya muchos años.

«Siempre me he encontrado incómodo en lo de ir a la moda»

-¿Dónde encuentra usted la belleza?

-A todo el mundo le gusta estar rodeado de cosas que le gusten, pero la belleza no es algo sofisticado ni tiene por qué ser caro. A mí me fascina contemplar arquitectura bien hecha. Además, cuando el trabajo está hecho con honestidad, cuando has cuidado el detalle, el resultado tiene premio, y encuentras algo que no esperabas. Es como una conversación.

-¿Qué necesita para poder completar bien un día de trabajo?

-La colección de diseño. Documentar, reparar o, simplemente, contemplar algún objeto, me ayuda mucho a evadirme.

-Está a punto de cumplir 64 años, ¿ha pensado en algún momento en retirarse?

-(Contesta rápidamente) No, no me quiero retirar. La edad es la que pone en el carné, pero yo no me reconozco en absoluto en ella. Nunca me he guiado por eso. Conozco a gente que con cincuenta años son unos auténticos abuelos. Tengo la suerte de que me relaciono con gente mucho más joven que yo, y eso también ayuda.

«Era mal estudiante y me dispersaba mucho»

-¿Todavía te queda ilusión e ideas?

-Ideas no sé, ilusión muchísima (ríe). Ahora estamos ideando el futuro que queremos para el Espai Alfaro.

-¿Le ha quedado la responsabilidad de mantener el legado de su padre?

-Nos ha quedado a los tres hermanos. Hubiera sido más fácil para nosotros que hubiera marcado una especie de ruta sobre sus últimas voluntades, pero no lo hizo. Al final de su vida se dedicó a recomprar obra suya y, con la colaboración de amigos suyos, como Raimon o Tomás Llorens, elegimos las obras que creímos que le gustaban más para completar la colección.

 

TITULO:  EN PRIMER PLANO - A FONDO - REVISTA XL SEMANAL PORTADA ENTREVISTA - En la tuya o en la mía - Miercoles -24- Febrero - Antonio Valero: «No necesito engañar a mi mujer, las juergas ya me las corrí»  ,.

 

En la tuya o en la mía  - Miercoles -24- Febrero  ,.


 En la tuya o en la mía', presentado por Bertín Osborne, acerca a los espectadores el lado más desconocido de personajes relevantes de diversos ámbitos. Durante aproximadamente una hora, los telespectadores tienen la oportunidad de conocer mejor al invitado y también al propio Bertín Osborne, en La 1 a las 22:30, el miercoles  -24- Febrero  , etc.

EN PRIMER PLANO - A FONDO - REVISTA XL SEMANAL PORTADA ENTREVISTA - Antonio Valero: «No necesito engañar a mi mujer, las juergas ya me las corrí»  ,. 


Antonio Valero: «No necesito engañar a mi mujer, las juergas ya me las corrí»,.

Se considera una persona tímida y «hasta puedo parecer simpático». Pero lo que siempre le ha gustado es hacer cosas, por eso él quería subirse a un escenario. «He besado a las chicas más guapas del país, ¿qué más puedo pedir?», dice,.

Antonio Valero, en uno de los descansos de la serie que graba actualmente, 'Servir y Proteger', que se emite en la 1. /José Ramón Ladra
 
fotos / Antonio Valero, en uno de los descansos de la serie que graba actualmente, 'Servir y Proteger', que se emite en la 1.

Antonio Valero empezó el confinamiento cancelando un billete de avión a Nueva York. «Era el regalo que le hacía a mi hija por su veinte cumpleaños. A tomar por saco». Ese fue el sacrificio personal, porque en realidad acababa de rodar con la BBC y podía tomarse el lujo de tener unos días de descanso. Pero el actor no se queja de esa circunstancia, tampoco de las precauciones extremas que deben tomar en la grabación de la serie en la que está trabajando,'Servir y Proteger'. Lo que le pasa a Antonio Valero es que es una persona comprometida. Con su profesión, sobre todo, con la cultura, en mayúsculas. Con la realidad. Y ataca sin piedad a los políticos. «Qué nivel... si es que no tengo calificaciones para definir lo horrorosos que son», asegura Valero, que vivió en primera persona la apertura del país cuando comenzó a subirse a los escenarios, en un momento en que «la intelectualidad y la cultura tenían algo que decir». Pero después de criticar durante unos minutos le sale la vena traquera de quien se ha criado en las calles de Burjassot, con sus anécdotas e historias divertidas, y ruega que la entrevista no salga deprimente...

-La profesión de actor es dura. No garantiza un trabajo, ni unos ingresos, aunque sea bueno.

-Tienes que estar un poco mal de la cabeza para meterte en esta profesión. Yo soy del 55, no hay ningún problema en decirlo, y he vivido toda una época en que en Valencia estaba la escuela de Arte y Declamación. Pero tenía una gran vocación y decidí liarme la manta al cuello e irme a Londres sin ni siquiera saber inglés.

-De Burjassot a Londres en el año 1976 debía de ser como ir a la Luna.

-Cuando a los seis meses de estar allí me vine quince días e intenté regresar a Londres me devolvieron inmediatamente en un avión a Madrid. Tuve que coger un autobús para volver a Valencia y cuando me puse a hacer autoestop para llegar a Burjassot fue el amigo que me había llevado al aeropuerto un día antes quien paró y me dijo: «¿qué haces aquí? Yo te había puesto en un avión». Los españoles éramos casi como africanos en Europa.

-¿Su familia aceptó que se fuera?

-Yo por desgracia perdí a mis padres siendo muy joven, y cuando yo le decía a mi tía que quería ser actor ella me contestaba: «tú lo que tens que fer és una oposició». Y eso que era muy fan del teatro, que mientras bordaba lo escuchábamos por las noches en la radio. Al cumplir los 21 años me fui. Ella antes no había querido autorizarme el pasaporte porque sabía que si lo hacía salía corriendo.

-He leído que algunos genes de actor sí tenía.

-Mi abuelo fue el fundador del cuadro escénico del Círculo Católico de Burjassot y se declaró a mi abuela depués de una función diciéndole: «Consuelito, això que t'he dit en l'escenari es lo que sent per tú, te vols casar en mí?». Otra cosa era decir que uno quería ser actor.

«Si me llamaban para actuar yo lo dejaba todo y me iba cagando leches. El problema es que dejas cadáveres en el camino»

-Estuvo en un internado. ¿Le marcó?

-Estuve desde los ocho hasta los catorce años interno en los Salesianos porque era un niño muy movidito y en aquel momento pensaron que era la única manera de controlarme.

-Ahora le hubieran diagnosticado hiperactividad.

-Seguro. Allí me la quitaron a hostias, pero es que en aquel momento era muy normal que nos pegaran. Pero no tengo trauma. Cualquier madre de un amigo tenía el derecho a coger la zapatilla y darte. O los amigos de mi padre, 'llauros' que te daban en la espalda con esas manos enormes y te gritaban: «xe, Tonín, ¿cóm estàs?».

-¿Qué queda de aquel niño que recuerda?

-Aunque parezca mentira, todavía me queda mucho de timidez. Con los años lo llevo muy bien, ya socializo y puedo parecer hasta simpático. Y siempre me ha gustado hacer cosas. Como en el fútbol, que nunca me interesó verlo en la televisión, yo lo que quería era jugar. Además, a mí siempre me suspendieron en el colegio y tenía que ir a septiembre. Excepto cuando fui al Instituto del Teatro, donde solo sacaba sobresalientes y matrículas.

Antonio Valero llevaba en los genes la vocación de actor que heredó de aquel abuelo que se declaró a su novia desde el escenario del Círculo Católico de Burjassot. Después de cuarenta años de profesión se siente un privilegiado que todavía puede vivir de lo que más le gusta.
 
Antonio Valero llevaba en los genes la vocación de actor que heredó de aquel abuelo que se declaró a su novia desde el escenario del Círculo Católico de Burjassot. Después de cuarenta años de profesión se siente un privilegiado que todavía puede vivir de lo que más le gusta. / José Ramón Ladra

-¿Cómo es su vida ahora?

-Ahora mismo me siento raro por considerar que estoy en una situación privilegiada, pero lo único que hago es trabajar. Y no se puede imaginar el nivel de trabajo que es. A mí me vienen a recoger a las cinco y cuarenta y cinco, a las tres y treinta… Imagínese a qué hora me tengo que acostar. Además, con el papelito aprendido, así que voy del set a casa y de casa al set.

«Los de Enguera dicen que hay dos actores en el pueblo: Nacho Vidal y Antonio Valero. Le compré la casa a su abuelo»

-Con lo bohemia que parece la vida del actor.

-Es cierto, pero hay una cosa que yo digo ahora, y es que me quiten lo bailao, porque me he movido, he salido, he viajado tanto... En estos momentos no necesito engañar a mi señora, que las juergas ya las corrí de soltero. El problema es que no lo puedas disfrutar de joven, como ahora le pasa a la gente. Mi mujer tiene un nieto, que los dos somos divorciados, y el niño nació en noviembre del año pasado. Casi no ha socializado, y los niños necesitan a esa tía que llega y los achucha, que está con otros niños. Y no digo en la guardería. Es que ahora hay que hacerse una PCR para ver al niño. Eso sí, yo tengo una hija y la beso.

-¿Pensó su hija en algún momento en seguir sus pasos?

-Hizo hasta sexto profesional de piano, pero no ha querido dedicarse a la actuación. En realidad, tengo una hija muy lista, no sé a quién habrá salido... Está en tercero de Magisterio, trabajando, dando clases. Es una chica buena de las de ahora. Yo estoy muy orgulloso, se ha independizado con veinte años, intenta hacer las cosas por ella misma…

-¿Le hubiera gustado?

-No, porque fíjese: hoy estaba allí el hijo de Juanjo Artero, que se gana un dinerito de figurante. Y le pregunto a su padre: «este no querrá meterse aquí, ¿verdad? Dile que hable conmigo, que se va a enterar». Por un lado, yo creo que siempre hay que decirles que no, meterles el susto en el cuerpo para ver si tienen los huevos de tirar adelante. Porque si no los tienen… Con el tiempo me he dado cuenta de que cuando yo empecé a ser actor, si me llamaban lo dejaba todo, ya fuera la novia, los amigos o cualquier plan. Me iba cagando leches, porque a mí me interesaba más que cualquier otra cosa. Eso es la vocación; el problema es que hay que tener cuidado porque vas dejando muchos cadáveres por el camino.

-No hay equilibrio que valga en esos momentos.

-Es cierto. Con el tiempo, el balance es positivo. Y profesionalmente he tenido la suerte de trabajar con grandes actores que yo admiraba muchísimo, he besado a las chicas más guapas del país y me han pagado por ello. ¿Qué más se puede pedir?

«En el internado la hiperactividad me la quitaron a hostias»

-¿Se siente valenciano?

-¡Por supuesto! Pilar Miró me llamaba el de Burjassot y la directora de mi escuela en Nueva York me regaló una camiseta que ponía: 'Burjassot, Nueva York'. Allí me quieren mucho y me siento muy reconocido. Sin embargo, siempre he tenido la sensación de que no me han considerado valenciano, pero en realidad yo vivo en Valencia desde hace más de veinte años. Tengo casa en Madrid, donde resido por trabajo, pero en el momento en que acabe me vuelvo porque allí está mi mujer y mi hija.

-¿Piensa alguna vez qué hubiera hecho si no hubiera cogido aquel vuelo?

-Todo lo que he hecho ha sido para convertirme en actor. Ir a Londres, a Nueva York, formar parte dels Joglars, incluso cuando empecé en el teatro aficionado. No me imagino en la casa de comidas de mis padres.

-Una curiosidad. ¿Es cierto que compró la casa de la familia de Nacho Vidal en Enguera?

-Sí, se la compré a su abuelo cuando él todavía no era conocido. Quería una casa en un lugar tranquilo, y ahora dicen en el pueblo que tienen dos actores, Nacho Vidal y yo.

 

 TITULO:  EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - MI CASA ES LA TUYA - viernes -26- Febrero -  El amor de una noche,.

 

 

MI CASA ES LA TUYA - VIERNES-26- Febrero-,.

 MI CASA ES LA TUYA -', presentado por Bertín Osborne, 

acerca a los espectadores el lado más desconocido de personajes relevantes de diversos ámbitos. Durante aproximadamente una hora, los telespectadores tienen la oportunidad de conocer mejor al invitado y también al propio Bertín Osborne, en Telecinco  a las 22:00, el viernes -26- Febrero    ,etc.

 EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - MI CASA ES LA TUYA - viernes -26- Febrero -  El amor de una noche  ,.

  El amor de una noche,.

 

foto / Había sido muy guapa, y a los 82 años todavía lo era. Después he visto una foto de su juventud, con un vestido rojo que no hace sino confirmarlo. Fue realmente un trueno de mujer, de las que pisan fuerte. Nacida en la Martinica, enviada por sus padres a estudiar a Francia siendo quinceañera, entró precozmente en el mundo cultural parisién. Atractiva, audaz, lectora voraz, conoció en persona o entabló correspondencia con los nombres más importantes del momento: Anouilh, Camus, Sartre, Cocteau, el actor Jean Marais… Incluso llegó a tiempo de tratar a Colette antes de que la famosa novelista desapareciese. Adoraba a Alejandro Dumas en particular y la literatura en general, pero su libro favorito siempre fue el Quijote. Eso la llevó a vivir en Madrid, a enamorarse de España. A convertirse en la gran señora del hispanismo francés que fue toda su vida.

La conocí en Tolón, sur de Francia, hace poco más de un año. Se celebraba un congreso sobre la presencia del Mediterráneo en mis novelas, y allí se habían reunido catedráticos, profesores y amigos franceses, italianos, ingleses y españoles. Marie-Stéphane Bourjac, especialista en mi trabajo, era la moderadora de unas charlas que yo agradecía pero procuraba evitar o asumía con resignación, pues a todo novelista –al menos a mí me pasa– le avergüenza escuchar a quienes, aunque sea para bien y no para mal, desguazan y analizan sus libros. Aquella noche fuimos todos a cenar a Le Gros Ventre, y ella y yo nos sentamos juntos. Era una gran conversadora, entusiasta de muchas cosas que compartíamos. Hablamos de todo en varios tonos distintos, desde Juan Valera y Felipe Trigo hasta la pesca del atún rojo en el Mediterráneo. Del mar, que ambos necesitábamos. De la vejez, de la juventud y de los amores.

Para mi asombro, y seguramente el suyo, terminamos coqueteando. O algo parecido. La situación era agradable y Marie-Stéphane recobraba o recordaba, supongo, antiguos y gratos reflejos. Ecos de lo que fue y que, en aquel momento casi mágico, todavía era. Nos rozábamos las manos al conversar. Sus 82 años se desvanecían, diluidos en sus palabras y su sonrisa. Hablaba como si el tiempo no hubiera pasado en la vida de aquella jovencita que llegó a París, en la mujer que llegó a Madrid. Le brillaban los ojos, aniñándole el rostro. De pronto me hacía confidencias sobre su juventud, sobre su gato Mazarin y su nueva gata Tessa, adoptada, que si hubiera sido gato, aseguró, se habría llamado Sidi. Sobre su pasión infinita por el mar, en el que se bañaba incluso en invierno porque, decía, podía aguantar el frío tan bien como una ballena. Y también sobre un español cuyo nombre no pronunció, al que había amado durante toda su vida, pero junto al que no pudo envejecer.

No me habló de su cáncer hasta que salimos del restaurante. Caminábamos por la orilla del mar, muy por detrás del grupo. El cielo estaba cuajado de estrellas, destellaba un faro a lo lejos, y la penumbra de la noche difuminaba la frontera de nuestra edad. Se cogió de mi brazo y anduvimos despacio. Estaba muy enferma, confesó. Su vida dependía, sin remedio, de una operación de las que son decisivas, a cara o cruz. A vida o muerte. El quirófano estaba previsto para esas fechas, pero había conseguido aplazarlo para participar en el congreso. Eran aquéllos unos días felices que no quería perderse, dijo. Y añadió: «Estos días son para mí como una última luz antes de entrar en la oscuridad». Fue exactamente lo que dijo: entrar en la oscuridad. En cuanto a mí, soy mejor escuchando que hablando, así que atendía en silencio. Se apretó un poco más contra mi brazo y apuntó de improviso, pensativa: «Por un tiempo fui una joven más bien disoluta». Rió un poco al decirlo, y aún más cuando apunté: «Me habría gustado mucho conocerte cuando lo eras». Seguía riendo cuando hizo un ademán hacia la noche y dijo: «Quizá en otro tiempo nos habríamos besado». Asentí a eso, convencido. «No te quepa la menor duda», repuse. Entonces se inclinó hacia mí y nos besamos en la mejilla el uno al otro.

Hace una semana me contactó desde Tolón una común y querida amiga, Marie-Thérèse García, para decirme que Marie-Stéphane se veía al borde de la oscuridad final, de la última certeza. La operación no había salido bien y se hallaba en cuidados paliativos, estoica como siempre, consciente de la situación; pero me enviaba sus recuerdos. «Cuando vayas a verla –respondí– dale un beso por mí, y dile que quiero que el último beso que reciba de un hombre sea mío». Ayer, nuestra amiga me envió un correo electrónico para decirme que Marie-Stéphane había muerto. Que llegó a tiempo de darle mi encargo. Y que sonreía.

 

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