"Soy poeta, no modelo: ¿ por qué se meten con mi físico ?"
-foto--Elena Medel "Soy poeta, no modelo: ¿por qué se meten con mi físico?"
- Comenzó a publicar a los 17 años, pero cuantos más años cumple, menos prisa tiene. Tan imitada como criticada, durante años ha editado a autores jóvenes, pero ahora quiere reivindicar a las poetas olvidadas.
Con solo 17 años publicó 'Mi primer bikini', un libro a golpe de intuición, con un estilo entre el pop y el surrealismo confesional, que luego ha sido copiado hasta la saciedad. Pero, como suele ocurrir cuando un autor publica demasiado joven, ahora a ella no le gusta nada ese libro tan oportuno como bien titulado.
Entonces llevaba una melena larga y lacia (con flequillo), pero un buen día se la cortó por razones sentimentales. "Para mí, el largo del pelo es algo emocional. Terminé una relación de muchos años, me fui a la peluquería y así se quedó". De esa ruptura nacieron también algunos de los poemas más hermosos de su último libro, 'Chatterton' (Ed. Visor, Premio Loewe a la Creación Joven), donde una maceta de hortensias en la terraza simboliza el florecimiento y deterioro de una pareja.
Poemas tristes, pero con un sedimento de ironía (Ninguna mujer se casa con sus plantas, escribe), porque Elena se ríe de sí misma muy seriamente. "Mi abuela Pepita me dejó en herencia unas caderas inconmensurables y este cutis", dice con marcado acento cordobés durante la sesión de fotos, en la que resulta estar completamente ciega por culpa de sus 11 dioptrías y un problema con las lentillas. Y, sin embargo, a pesar de su aparente ligereza, cuanto mayor es, más teórica. "Madurar era esto -escribe en Chatterton-, no caer al suelo, chocar contra el suelo, contemplar el pudrirse de la piel igual que un fruto antiguo". Sin duda, tiene canas.
En 2003, en un alarde de precocidad, creó su propia editorial, 'La Bella Varsovia' (que ya tiene más de 50 títulos), desde hace unos meses dirige la revista literaria 'Eñe'; sus poemas han sido traducidos a más de 10 idiomas, incluido el swahili; y su obra reunida, 'Un día negro en una casa de mentira' (1998-2014), acaba de publicarse en la editorial Visor. Pero, pese a todos sus éxitos, su libro más vendido hasta la fecha es un heterodoxo y muy personal ensayo sobre Antonio Machado, 'El mundo mago' (Ed. Ariel), un texto capaz de atraer a los estudiantes hacia nuestro clásico.
Mujerhoy. ¿No le pareció sorprendente que la llamaran para escribir sobre un poeta que, en principio, está tan lejos de usted y de su universo creativo?
Elena Medel. Es cierto que el rastro de Machado no se ve claramente en mi escritura, pero es un autor que me ha influido en la trastienda. Yo creo que hay muchas modernidades en Machado, pero se nos han ido olvidando o han sido eclipsadas por esa imagen tan fuerte del poeta del compromiso. A mí me interesa mucho más el Machado que juega con las identidades, el que se inventa a los apócrifos o el que enfrenta la filosofía con la poesía...
MH. En su libro, cuenta la historia de la maleta que tuvo que abandonar el escritor en su huida hacia Francia. ¿Por qué nadie se la quiso quedar?
EM. Cuando la familia salió de Barcelona hacia Francia, Machado cargaba una maleta en la que llevaba sus posesiones más preciadas. Él intentó, justo antes de cruzar la frontera, que alguien se la guardara. Pero nadie la quería por miedo a que le comprometiera, así que terminó abandonándola. Muchos creen que debían de ser las cartas que le envió Guiomar, pero no lo sabemos. Todo son hipótesis y, en una vida que es muy clara, este es el único episodio lleno de interrogantes.
MH. Es una de las poetas más premiadas, publicadas y reconocidas de su generación y, sin embargo, Chatterton, su último libro nace de una amarga sensación de fracaso. ¿Por qué?
EM. En algún momento, alrededor de los 30 años en mi caso, te das cuenta de que todo eso que habías pensado que sería tu vida, todo eso en lo que creías que te convertirías, no ha llegado. Ahora las cosas son un poco distintas, pero el libro lo escribí en un momento en el que no tenía trabajo y estaba de vuelta a casa de mis padres porque no me podía mantener. Escribí con esa sensación de desencanto, que era íntima pero también colectiva, porque muchos de mis amigos se estaban marchando fuera de España para poder tener un trabajo.
MH. Un libro con viajes en autobús...
EM. Sí, porque cuenta un poco la búsqueda del lugar de uno mismo, tanto físico como íntimo. Cuando me fui de Madrid llegué a Córdoba con muchos borradores, pero fue allí donde el libro tomó una forma verdadera. Escribí 'Chatterton' en mi habitación de adolescente. Once años después de Mi primer bikini estaba en la misma silla y haciendo lo mismo. El proceso de escritura fue doloroso.
MH. ¿Cree que el éxito precoz la ha ayudado o le ha perjudicado?
EM. Tiene sus ventajas, claro. Llevo muchos años publicando, estuve viviendo en la Residencia de Estudiantes, he viajado gracias a la poesía, he ido a festivales... Empezar pronto me ha curtido para muchas cosas, pero también me ha hecho un poco desconfiada.
MH. Casi nunca lee en recitales poemas de 'Mi primer bikini'. ¿Por qué?
EM. Durante mucho tiempo no lo soportaba. Pero últimamente he leído 'I will survive' y 'El secreto de Heidi' porque creo que tienen que ver formalmente con lo que más me interesa ahora. Con el poema largo y narrativo... Pero los poemas más adolescentes, escritos de manera más intuitiva, como escritura automática, no.
MH. ¿Qué está escribiendo ahora?
EM. Estoy tanteando. Siempre me tiro un par de años hasta que me doy cuenta de hacia dónde voy. Cada vez me interesa más la poesía como mirada que como género. Me gusta mucho pensar que un poema no tiene por qué ser un poema. Es decir, que puede ser un ensayo, un relato o una novela corta. Me interesa difuminar las barreras entre los géneros y quiero darle vueltas a esa idea. Temáticamente, es probable que sea un libro sobre cómo las relaciones entre unos y otros nos van construyendo y deconstruyendo. La verdad es que a mí no me importa estar siete años sin publicar. Sobre todo, porque todos tenemos unas cosas limitadas que decir y me parece que escribir por escribir es faltarle el respeto al lector.
MH. ¿Ha conseguido vivir de la literatura?
EM. Vivo de sus aledaños. De la edición, de escribir para otros, pero no de mis libros ni de mi editorial...
MH. En los últimos años, han aumentado las editoriales de poesía, las revistas, los recitales... Autores como el poeta y cantautor Marwan venden miles de ejemplares. ¿Estamos viviendo una especie de burbuja poética?
EM. No lo sé. Tengo compañeros que están contemplando este fenómeno con distancia y escepticismo, pero a mí me gustaría pensar que todos esos nuevos lectores en algún momento van a incorporarse a los lectores de siempre. Que esa gente que está entrando en la poesía a través de las redes sociales o los recitales en bares, se van a acabar quedando y van a pasar de un poeta que han conocido por Twitter a descubrir a Cernuda.
MH. A veces en internet la critican duramente. ¿Lee los comentarios?
EM. No, por salud mental me los ahorro. Porque me hacen sufrir, como harían sufrir a cualquiera. Y yo creo que se está siendo salvaje con mucha gente como Luna Miguel o Yolanda Castaño. Si no te gusta lo que escribo, ignórame y ya está. Es un tipo de crítica que solo se hace a mujeres jóvenes, porque yo no he visto ese tipo de comentarios en contra de poetas hombres.
MH. ¿Qué crítica le ha hecho más daño?
EM. Recuerdo cuando era muy pequeña, cuando publiqué 'Mi primer bikini', que leí un foro donde insultaban a mi padre, que era un señor normal y corriente que estaba trabajando en una tienda. Supongo que era gente de Córdoba. Aquello me dolió y me pareció incomprensible. Y, por supuesto se han metido mucho con mi físico. La que es guapa, porque es guapa, y la que es fea, porque es fea. Porque puedo entender que te metas con un poema mío que no te guste, que pienses que no merece la pena (aunque agradecería que lo hicieras con argumentos), pero yo no soy modelo, no soy actriz, nunca he hecho nada que no sea escribir, así que no entiendo por qué se meten con mi físico. Supongo que tiene que ver con la posibilidad de parapetarte en el anonimato. La gente puede llegar a ser muy cruel.
MH. ¿Alguna vez se ha sentido cuota?
EM. No lo sé. A veces vas a un festival y eres la única mujer. Y me sigue sorprendiendo que, a pesar de que la poesía más interesante que se está haciendo ahora mismo la están escribiendo mujeres, el lugar que se les reserva en los catálogos, en los festivales y en los medios siga siendo mínimo. No entiendo por qué poetas enormes, como Julia Uceda, Paca Aguirre, Maria Victoria Atencia y Olvido García Valdés o Chantal Maillard, no tienen el lugar ni la repercusión que merecerían. ¿Por qué cree que ocurre? Porque como en todos los ámbitos de la sociedad, a las mujeres nos está costando incorporarnos. Pero creo que es importante hacer un ejercicio de compromiso.
A mí cada vez me interesa más rescatar a autoras que se han quedado fuera del canon porque han estado completamente ocultas. Algunas estaban centradas en su familia, pero seguían escribiendo y publicando de manera bastante dispersa. Me obsesionan las escritoras de los años 50, como Elena Soriano, que es una autora completamente olvidada; o Gloria Fuertes, que por haber escrito poesía infantil ha sido borrada del canon cuando tiene una poesía social muy interesante, que dialoga con las vanguardias del momento. Y pienso también en Ángela Figueras, una autora un poco anterior, que empieza a publicar cuando su hijo se hace mayor y que deja la poesía adulta cuando nace su nieto. Me parece que son autoras que merecen la pena y que hay que comprometerse con una definición nueva del canon.
MH. Hasta que no entren en los libros de texto no existirán...
EM. Los alumnos deberían poder leer en los libros de texto algo más allá de la poesía de Rosalía de Castro. Hace unos meses se organizó una lectura dramatizada de lo mejor de la literatura española del siglo XX. Leyeron a 57 autores, de los que solo ocho eran mujeres, y la primera fue Ana María Moix. No hubo nada de Carmen Conde, de Ángela Figueras ni de Julia Uceda, por nombrar a tres grandes escritoras. No digo que quites a Lorca, pero sí que en la Generación del 27 había muchísimas mujeres mejores que Juan José Domenchina, que se encuentra en todas las antologías. A mí me parece que Lucía Sánchez Saornil o María Segarra no eran peores que Domenchina y, sin embargo, ellas no existen.
MH. Volviendo a su último libro y a las hortensias. ¿Qué tal sus plantas?
EM. Fatal. En el piso de alquiler donde ahora vivo me han dejado dos plantas y creo que las he matado. Y eso que eran potos.
MH. Pero si los potos son indestructibles...
EM. Yo destrocé un aloe vera [Risas]. Lo de las plantas conmigo es un caso perdido. Y no es una metáfora. Pero tengo que confesar que la hortensia del libro ha vuelto a florecer. La salvó mi madre. Estuvo varios años renqueante, pero por fin floreció el año pasado.
MH. Lo de la hortensia es una noticia.
EM. [Risas] Lo que yo no sabía cuando escribí los poemas era el simbolismo de la flor. [Resopla] Una amiga me dijo que a las mujeres solteras las deja sin pareja y a las parejas las rompe. Así que recomiendo a las lectoras muy seriamente que se abstengan de comprar hortensias.
- La polémica
Desde la asociación Genialogías de poetas se lanzó un manifiesto (suscrito por 1.000 nombres de la cultura y con más de 2.000 firmas en Change.org) reivindicando que dejase los jurados de premios públicos en los que está presente. Mientras, Elena Medel empezó a publicar en internet un blog, 'Cien de cien', donde cada día incluía a una poeta española del siglo XX a reivindicar. El resultado de esta selección se publicará, en forma de antología, en 'La Bella Varsovia'.
TÍTULO: SI TIENES MINUTOS Y DESCANSO - PADRES E HIJOS,.
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Me gustan los niños traviesos, los que derrochan imaginación y son capaces de entretenerse con un palo y una piedra. Pero no soporto a los gritones y maleducados. Y sí, hay que distinguir entre uno travieso y otro maleducado porque entre ellos media un abismo. Eso sí, creo hay niños maleducados porque hay padres maleducados o que renuncian a educarlos.
Este verano, en el vuelo hacia Mallorca, tenía detrás de mí a una señora con sus dos hijos de unos ocho años. Se pasaron el vuelo dando patadas al asiento, gritando y pelándose, ante la impasibilidad de su madre. Creo que fue a la cuarta patada cuando me volví y le pedí a la señora que les dijera que dejaran de patear el asiento. Son niños, no pretenderá que estén quietos, me dijo. Le respondí que no pretendía que se convirtieran en esfinges, pero sí que dejaran de dar patadas. Ella se enfadó, pero no se le ocurrió decirles que se estuvieran quietos.
Días antes, me pasó algo parecido volando desde Boston. Un matrimonio se instaló cómodamente y su hija comenzó a llorar porque quería algo. Los padres le dijeron que no, pero ella insistía en la rabieta. Para mi sorpresa, el papá se colocó unos cascos con música y la mamá otros para ver una película, mientras la niña se desgañitaba berreando. El resto no teníamos otra opción que imitar a sus padres o pedir unos tapones para no escuchar al angelito, que lloró casi las siete horas de vuelo.
En vano fueron los esfuerzos de la azafata para calmarla. Los papás le dijeron que no se preocupara, que terminaría cansándose y se dormiría. Tuve que morderme la lengua para no levantarme y decirles que eran unos desaprensivos que no tenían la mínima consideración hacia el resto del pasaje. Pero no lo hice.
Otra anécdota veraniega. Imagínense un hotel-balneario donde hay gente que acude en familia, pero donde los mayores buscamos tranquilidad. A la entrada de la piscina del circuito hidrotermal, un cartel indicaba en varios idiomas que los menores de 16 años no podían bañarse. Pues todos los días unas cuantas mamás acudían con sus hijos, a los que permitían tirarse en plancha, aún a riesgo de caer sobre alguien. Ellas se sentaban en el borde, ignorando las molestias que sus criaturas provocaban, aunque había otras dos piscinas en las que podían jugar sin molestar. La culpa no era de los niños. El problema eran sus mamás, a las que nada importaba que sus hijos molestaran.
Más anécdotas. Un restaurante en la costa. En una mesa, dos parejas con hijos. Los niños ríen, hablan y parecen entretenerse. Pero llegan los platos y empieza el espectáculo: dos de los críos comen espaguetis sin cubiertos, metiendo la mano en el plato. Los papás, impertérritos. Y cuando un camarero con sorna dice que están poniendo el mantel perdido, la mamá, ufana, contesta: "Déjele, es verano, en el colegio ya le obligan a comer bien". Me quedé sin palabras. Bueno, me vinieron unas cuantas a la punta de la lengua. Y no es que los niños fueran maleducados, es que sus padres estaban renunciando a educarles. Como era verano...
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