TÍTULO:EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - Una historia de España (LI),.
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El reinado de Isabel II fue un continuo sobresalto: un putiferio de
dinero sucio y ruido de sables. Un disparate llevado a medias entre una
reina casi analfabeta, caprichosa y aficionada a los sementales de
palacio, unos generales ambiciosos y levantiscos, y unos políticos
corruptos que, aunque a menudo se odiaban entre sí, generales incluidos,
podían ponerse de acuerdo durante opíparas comidas en Lhardy para
repartirse el negocio. Entre bomberos, decían, no vamos a pisarnos la
manguera. Eso fue lo que más o menos ocurrió con un invento que aquellos
pájaros se montaron, tras mucha ida y venida, pronunciamientos
militares y revolucioncitas parciales (ninguna de verdad, con guillotina
o Ekaterinburgo para los golfos, como Dios manda), dos espadones
llamados Narváez y O'Donnell, con el acuerdo de un tercero llamado
Espartero, para inventarse dos partidos, liberal y moderado, que se
fueran alternando en el poder; y así todos disfrutaron, por turnos, más a
gusto que un arbusto. Llegaba uno, despedía a los funcionarios que
había puesto el otro -cesantes, era la palabra- y ponía a sus parientes,
amigos y compadres. Al siguiente turno llegaba el otro, despedía a los
de antes y volvían los suyos. Etcétera. Así, tan ricamente, con
vaselina, aquella pandilla de sinvergüenzas se fue repartiendo España
durante cierto tiempo, incluidos jefes de gobierno sobornados por
banqueros extranjeros, y farsas electorales con votos comprados y
garrotazo al que no. De vez en cuando, los que no mojaban suficiente, e
incluso gente honrada, que -aunque menos- siempre hubo, cantaban espadas
o bastos con revueltas, pronunciamientos y cosas así, que se zanjaban
con represión, destierros al norte de África, Canarias o Filipinas
-todavía quedaban colonias-, cuerdas de presos y otros bonitos sucesos
(todo eso lo contaron muy bien Galdós, en sus Episodios Nacionales, y Valle Inclán, en su serie El ruedo ibérico;
así que si los leen me ahorran entrar en detalles). Mientras tanto, con
aquello de que Europa iba hacia el progreso y España, pintoresco
apéndice de esa Europa, no podía quedarse atrás, lo cierto es que la
economía en general, por lo menos la de quienes mandaban y trincaban,
fue muy a mejor por esos años. La oligarquía catalana se forró el riñón
de oro con la industria textil; y en cuanto a sublevaciones e
incidentes, cuando había agitación social en Barcelona la bombardeaban
un poco y hasta luego, Lucas, para gran alivio de la alta burguesía
local -en ese momento, ser español era buen negocio-, que todavía no
tenía cuentas en Andorra y Liechtenstein y, claro, se ponía nerviosa con
los sudorosos obreros (Espartero disparó sobre la ciudad 1.000 bombas;
pero Prim, que era catalán, 5.000). Por su parte, los vascos -entonces
se llamaba aquello Provincias Vascongadas-, salvo los conatos carlistas,
estaban tranquilos; y como aún no deliraba el imbécil de Sabino Arana
con su murga de vascos buenos y españoles malvados, y la
industrialización, sobre todo metalúrgica, daba trabajo y riqueza, a
nadie se le ocurría hablar de independencia ni pegarles tiros en la nuca
a españolistas, guardias civiles y demás txakurras. Quiero decir,
resumiendo, que la burguesía y la oligarquía vasca y catalana, igual que
las de Murcia o de Cuenca, estaban integradas en la parte rentable de
aquella España que, aunque renqueante, iba hacia la modernidad. Surgían
ferrocarriles, minas y bancos, la clase alta terrateniente, financiera y
especuladora cortaba el bacalao, la burguesía creciente daba el punto a
las clases medias, y por debajo de todo -ése era el punto negro de la
cosa-, las masas obreras y campesinas analfabetas, explotadas y
manipuladas por los patronos y los caciques locales, iban quedándose
fuera de toda aquella desigual fiesta nacional, descolgadas del futuro,
entregando para guerras coloniales a los hijos que necesitaban para arar
el campo o llevar un pobre sueldo a casa. Eso generaba una intensa mala
leche que, frenada por la represión policial y los jueces corruptos,
era aprovechada por los políticos para hacer demagogia y jugar sus
cochinas cartas sin importarles que se acumularan asuntos no resueltos,
injusticias y negros nubarrones. Como ejemplo de elocuencia frívola y
casi criminal, valga esta cita de aquel periodista y ministro de
Gobernación que se llamó Luis González Brabo, notorio chaquetero
político, represor de libertades, enterrador de la monarquía y carlista
in artículo mortis: «La lucha pequeña y de policía me fastidia.
Venga algo gordo que haga latir la bilis. Entonces tiraremos
resueltamente del puñal y nos agarraremos de cerca y a muerte». Eso lo dijo en un discurso, sin despeinarse. Tal cual. El muy cabrón irresponsable.
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