Clara Lago, "perdida" por Matthew Fox
La actriz tenía solo 14 años cuando
Matthew Fox se convirtió en el actor de moda gracias a la serie
'Perdidos'. Ahora, cumplidos los 25, Clara Lago se encuentra con su
héroe de ficción favorito en 'Extinction', un drama posapocalíptico.
Hablamos con ellos de los desafíos, la fama y, sí, también de Dani
Rovira y del final de 'Perdidos'.
Clara Lago (Torrelodones, Madrid, 1980) no puede evitar bromear y partirse de risa con Matthew Fox (Pensilvania, Estados Unidos, 1966), con el que ha trabajado en su última película, Extinction, dirigida por Miguel Ángel Vivas y de producción española.
A sus 49 años recién cumplidos, Matthew Fox conserva la luz que lo convirtió en una de las más brillantes estrellas de la televisión gracias a Perdidos, la serie rodada entre 2004 y 2010 y que arrasó en todo el mundo. Es alto, atractivo y tímido -no le gusta posar, aunque inició su carrera como modelo-, pero, sobre todo, mucho más complejo y melancólico que aquel Jack Shephard, el personaje de la serie que lo lanzó a la fama.
XLSemanal. ¿Cómo decidió meterse en este proyecto? ¿No pensó: otra historia de ciencia ficción?
Matthew Fox. Leí el guion y enseguida me atrapó. Yo no sabía nada de Miguel (Ángel Vivas), pero hablamos de la película y me explicó que, sobre todo, es una historia de emociones, especialmente en el caso de mi personaje, cuya vida está rota y que sufre una especie de proceso de redención.
Clara Lago. Con esta película tienes suspense y criaturas monstruosas, pero realmente de lo que habla es de las emociones humanas. El desafío es haber puesto todo eso junto.
M.F. Sí, creo que es una de las cosas que quería contar Miguel: lo esencial que es la conexión con los otros. No es una película de ciencia ficción al uso, y eso fue lo que me enganchó.
XL. ¿Cómo fue la relación del equipo? ¿Tienen los españoles una forma especial de trabajar?
C.L. [Risas]. Ahí tienes que responder tú, Matthew...
M.F. Sí, creo que todo el equipo tenía una gran pasión. Casi todos habían trabajado juntos antes con Miguel en su anterior película y se entendían a la perfección. Hablaban entre ellos casi terminándose las frases, casi con un lenguaje propio. Era increíble y, a veces, muy frustrante [risas].
XL. ¿Por qué creen que están tan de moda las historias apocalípticas?
C.L. Quizá porque sobrevivimos a 2012 y luego tenemos que hablar de ello todo el rato... [risas].
M.F. ... o porque este tiempo es muy incierto. Yo hubiera pensado que las películas sobre el fin de mundo se hacen cuando la gente se siente segura. Pero parece lo contrario. Me sorprende. Más que una forma de escapismo, parece una forma de reflexión.
XL. ¿Es este un paso previo a una posible carrera en Hollywood, Clara?
C.L. Sí, yo tengo intención de trabajar en Estados Unidos, siempre la he tenido. De hecho me fui a estudiar inglés allí, cuando tenía quince años, con esa idea. Se hace muy buen cine y tienen una industria alucinante. Pero eso no quiere decir que sea mi única meta. No tengo ningún interés en dejar de trabajar en España y muchísimo menos en dejar de vivir aquí. Cuanto más salgo, más aprecio las cosas bonitas que tenemos.
XL. Ambos han vivido un éxito arrasador: Matthew, con una serie mítica, y Clara, con la comedia más taquillera del cine español. ¿Supone eso un peligro para una carrera?
M.F. No, creo que este tipo de éxitos son beneficiosos, son oportunidades que puedes aprovechar. Sé que hay gente que siempre me verá como Jack Shephard, el personaje de Perdidos, haga lo que haga. Ese tipo de fans me apoyan, siguen todo lo que hago. Quizá pueda ser un problema para tu carrera si decides hacer una y otra vez el mismo tipo de cosas. Pero yo no elijo mis proyectos para huir de lo que he hecho, simplemente escojo lo que me interesa. Es tan simple como eso.
XL. ¿Por eso dijo que no iba a volver a hacer ninguna serie de televisión? ¿No le parecen interesantes precisamente ahora?
M.F. Dije eso al final de Perdidos, porque necesitaba más tiempo para mí. Una serie es muy exigente en ese sentido, inviertes demasiada energía en una sola cosa. Para mí, mi familia es lo más importante y quiero estar muy presente en la vida de mis hijos. No quiero trabajar en algo nueve meses al año durante seis años seguidos. Prefiero trabajar dos meses, tener algo de tiempo libre, y luego empezar algo nuevo, y si no llega, pues nada. La vida es muy corta.
XL. Clara, ¿cómo se lleva convertirse en algo así como la novia de España por su relación con Dani Rovira?
C.L. Pues con toda la alegría y el sentido del humor que se puede. Intentas coger perspectiva y relativizar. Obviamente ha habido momentos duros y muy de golpe. Sobre todo los paparazis, de repente, algo que yo nunca había vivido, y eso fue raro, la verdad. Pero, bueno, ya sabemos que todo lo que sube, baja, y hay que intentar tener paciencia [risas]. Por suerte, ya no tengo detrás de mí a un paparazi con una moto.
XL. Imagino que también es complicado que le pregunten siempre por su pareja, sobre todo cuando los dos se dedican a lo mismo...
C.L. Bueno, tú misma lo estás haciendo ahora [risas]. Sí es duro, pero también la gente sabe que yo no hablo nunca de mi vida privada, que no entro en ese juego. Siempre he sido muy discreta con mis parejas. Obviamente, si tengo que hablar de Dani a nivel profesional, porque ha sido un compañero de trabajo, pues lo hago, pero en otro ámbito me mantengo al margen. No me gusta explotar eso, no soy consumidora de prensa rosa e intento no fomentarlo.
XL. ¿El tándem Clara Lago-Dani Rovira puede continuar más allá de la segunda parte de Ocho apellidos vascos, que se estrena en noviembre?
C.L. La verdad es que no. Se nos asocia tanto a la imagen de 'Ocho apellidos vascos' que será difícil que volvamos a coincidir como protagonistas hasta dentro de un tiempo.
XL. Y usted, Matthew, ¿volverá a la ciencia ficción?
M.F. Estreno una película que hice el pasado otoño y luego no tengo idea de cuál va a ser mi próximo proyecto. Quizá me retire [risas].
XL. Bueno, no puedo dejar de preguntarle a Clara si aprovechó para hablar con usted del final de Perdidos...
C.L. ¡Sí, claro! No quería ser como una fan friki, aunque no pude evitarlo. Pero creo que él ni siquiera lo sabía [risas].
M.F. Bueno, tengo mi propia teoría, pero tampoco sé la respuesta exacta. Creo que esa es la clave de la serie, las interpretaciones de los espectadores.
XL. ¿Puede compartir algo de su propia interpretación?
M.F. Creo que el final es la muerte de Jack... y que todo lo que pasa es su vida viéndola pasar antes de morir. Creo que la última temporada es una preparación para ese momento. C.L. ¡Quiero verla otra vez para comprobar tu teoría!,.
Su desayuno es el siguiente tostada con mantequilla con un café con leche y también uno cereales de miel,.
La cena, filetes de carne con patatas fritas, pan, lechuga y tomate, beber agua, postre una pera,.
Camarada Gordievsky, el último espía soviético - foto
Este espía de la KGB pasó información a
los británicos durante más de una década. La suya es una historia de
espionaje, traición y valor que cambió el curso de la Guerra Fría.
Cuando se cumplen 30 años de su espectacular fuga de la Unión Soviética,
él mismo repasa su increíble aventura.
Una calurosa tarde de julio de 1985, un hombre de mediana
edad esperaba en la acera de Kutuzovsky Prospekt -una avenida en el
centro de Moscú- con una bolsa de plástico en la mano. Vestido con traje
gris, su aspecto era el de cualquier ciudadano soviético. Lo único
llamativo era la bolsa. Llevaba el logotipo de Safeway, la cadena
británica de supermercados.
El hombre era un espía.
Alto funcionario de la KGB, llevaba más de un decenio suministrando a los británicos secretos del mismo centro de la maquinaria soviética de inteligencia. Ningún otro espía había perjudicado tanto a la KGB. La acera en la que se hallaba era un punto que el MI6 británico llevaba años controlando visualmente a la espera de que llegase este momento. La bolsa de Safeway significaba que había sido descubierto y que era preciso activar el plan de fuga antes de que la KGB le echara el guante.
Un hombre más joven y en mangas de camisa pasó caminando. En una mano llevaba una bolsa de los almacenes londinenses Harrods; en la otra, una chocolatina Mars Bars. Mordisqueó la chocolatina, y los dos hombres establecieron un contacto visual momentáneo. El joven era un funcionario del MI6. La chocolatina era la respuesta: hemos visto su anuncio, activamos el plan de fuga y dentro de cuatro días trataremos de sacarlo del país. Así comenzó uno de los episodios más audaces y extraordinarios en la historia de los servicios secretos. Desde el inicio de la Guerra Fría, nadie había conseguido sacar a un agente de Rusia.
Oleg Antonovich Gordievsky, hoy de 76 años, recuerda en el comedor de su casa -una anodina vivienda en un tranquilo barrio inglés de las afueras- lo sucedido aquella noche. «No había un plan alternativo», explica.
El perfecto espía
Gordievsky era el prototipo de agente soviético: hijo de un oficial de la KGB, tan inteligente como ambicioso, en 1963 hizo como su hermano mayor e ingresó también en los servicios secretos. Todo indicaba que era un eficiente y convencido servidor del régimen.En 1966, recién casado y en ascenso en las filas de la inteligencia soviética, Gordievsky fue asignado a Dinamarca, donde trabajaría, bajo cobertura diplomática, organizando la red de espías en aquel país al servicio de la KGB. En Copenhague disfrutó, entre otras cosas, de la literatura y la música prohibidas en la Unión Soviética. La libertad era embriagadora. «Empecé a aprender la verdad sobre el mundo, sobre Europa, sobre la Unión Soviética... Comprendí que la vida en mi país no era una vida normal. Siempre nos habían dicho que vivíamos en la mejor de las sociedades, pero la pobreza y la ignorancia eran enormes. Me volví muy idealista».
Despertar en Praga
El momento de la verdad llegó en agosto de 1968, cuando los carros de combate soviéticos invadieron Checoslovaquia para aplastar la llamada Primavera de Praga. «Cada vez me sentía más alejado del sistema comunista, y estas medidas tan brutales tomadas contra personas inocentes me llevaron a detestarlo directamente», dice.
Pero pasaron todavía cinco años antes de que hubiese contacto con ningún servicio occidental. Tras un nuevo período de servicio en la central moscovita de la KGB, en 1972 volvió a ser destinado a Copenhague. El PET, el servicio danés de seguridad, sugirió al MI6 que Gordievsky podía estar dispuesto a cambiar de bando. En noviembre de 1973, el MI6 tomó la iniciativa. Tras varios sutiles acercamientos durante meses se estableció la colaboración. A lo largo de los tres años siguientes, Gordievsky proporcionó un extraordinario cúmulo de información de inteligencia, tan única y valiosa que las posibles dudas sobre su buena fe no tardaron en evaporarse por completo.
Célula 'dormida'
En 1978, la etapa de Gordievsky en Dinamarca empezaba a llegar a su final. Y lo mismo estaba pasando con su matrimonio. Él se había enamorado de una joven llamada Leila Aliyeva, cuyos padres también trabajaban para la KGB. Se casaron poco después de regresar a Moscú y tuvieron dos hijas. Oleg se decía que un día revelaría su doble vida a Leila, pero de momento era demasiado peligroso para los dos.
Gordievsky y el MI6 acordaron suspender todo contacto a partir de su regreso a Rusia. La vigilancia de la KGB en Moscú era demasiado rígida. Oleg seguiría 'dormido' hasta que fuera trasladado a otro destino en el extranjero. Eso sí, fueron trazados dos planes de emergencia: uno que permitiría a Gordievsky transmitir información urgente a Londres en caso de necesidad, y otro para facilitar su fuga de Rusia si su vida corría peligro. Este último era el que incluía la bolsa de los supermercados Safeway. Durante tres años no volvieron a oír hablar directamente del espía ruso. Pero en enero de 1982, para el asombro y júbilo del MI6, a Londres llegó la solicitud de un visado para Oleg Gordievsky. Iba a ser un nuevo consejero en la Embajada soviética. En realidad, Oleg había sido designado responsable del reclutamiento de agentes en suelo británico. Él y su familia llegaron a Gran Bretaña el 28 de junio de 1982.
La calidad y cantidad de información aportada por Gordievsky no tenía precedentes y aportaba nueva luz sobre las actividades de la KGB en Gran Bretaña y sobre los planes del Kremlin.
Al borde de la guerra atómica
A principios de los ochenta, los dirigentes soviéticos habían llegado al convencimiento de que Occidente estaba planeando un ataque nuclear por sorpresa contra la URSS, temor que se veía alimentado por la retórica sobre «el imperio del mal» de Ronald Reagan. En noviembre de 1983, unas maniobras de la OTAN fueron interpretadas por algunos líderes soviéticos como el prólogo a un ataque atómico. Como consecuencia, la paz mundial se vio amenazada de una forma nunca vista desde la crisis de los misiles de Cuba.
La información suministrada por Gordievsky dejó claro que no se trataba de un simple arrebato pasajero de paranoia, sino de un temor que llevó al Kremlin a estar a punto de recurrir a todas sus opciones militares. La tensión se disparó y el doble agente ruso aportó pruebas del riesgo. De acuerdo con Robert Gates, por entonces subdirector de la CIA, la inteligencia aportada por Gordievsky reforzó la convicción de Reagan de que había que hacer todo lo necesario no ya para reducir la tensión, sino para acabar con la Guerra Fría.
A todo esto, la carrera profesional de Gordievsky en la KGB estaba en su momento álgido... con la ayuda del MI6. Su superior inmediato fue expulsado de Gran Bretaña, y Oleg no tardó en ocupar el puesto vacante, lo que mejoró su capacidad de acceso a la información confidencial.
Delatado por los suyos
Todos los espías viven con el miedo a ser descubiertos. A Gordievsky no lo descubrieron sus enemigos en Moscú, sino los amigos del bando que había escogido. Los estadounidenses llevaban recibiendo desde 1974 muestras del filón de inteligencia de los británicos, que nunca dieron pistas sobre la identidad de su fuente. La CIA concluyó que contaban con un topo de gran envergadura en la KGB. ¿Quién estaba proporcionando este impagable flujo de datos? Aldrich Ames, director de contrainteligencia de la CIA, recibió el encargo de averiguarlo. Y lo hizo.
Pero Ames, un prototípico funcionario de la CIA, estaba a punto de convertirse en espía de los soviéticos. Ames necesitaba dinero. Tenía muchos gastos tras su divorcio, y su nueva esposa era propensa a los caprichos costosos. El 16 de abril de 1985 contactó con un funcionario soviético y ofreció vender secretos. La KGB le pagó 4,6 millones durante los siguientes años a cambio, entre otras cosas, de revelar los nombres de los espías soviéticos al servicio de la CIA. Hay pocas dudas de que Ames traicionó a Gordievsky.
El interrogatorio
El 16 de mayo, Gordievsky recibió un mensaje de Moscú: «A fin de confirmar su nombramiento, por favor, vuelva a Moscú urgentemente durante los próximos dos días, pues es necesario hablar de ciertas cuestiones importantes».Gordievsky creyó percibir que algo marchaba mal desde que aterrizó en Moscú el 19 de mayo. Su angustia se convirtió en pánico al llegar al apartamento de la familia. Alguien había entrado en el piso usando una ganzúa y, al salir, había cerrado de forma cuidadosa en exceso. La KGB sospechaba de él.
Una semana después, su jefe de departamento le dijo: «Hay unas personas que quieren hablar con usted sobre las filtraciones entre los agentes en el Reino Unido». Lo llevaron a un bungaló y aparecieron dos desconocidos. Alguien sirvió coñac. Gordievsky, de pronto, sintió que la cabeza le daba vueltas.
A la mañana siguiente se despertó solo vestido con una camiseta, unos calzoncillos y un recuerdo vago de lo sucedido. Habían estado interrogándolo con la ayuda de alguna droga psicotrópica. «Ha sido muy grosero con nosotros, camarada Gordievsky», le dijeron. «Es usted un hombre muy soberbio». Medio atontado, empezó a recordar las anteriores cinco horas de interrogatorio. «Confiese. Ya lo ha hecho, así que hágalo una vez más».
Pero, curiosamente, la KGB dejó a Gordievsky en libertad. En lugar de seguir interrogándolo, se limitaron a vigilarlo. ¿Por qué? La única explicación es que estaban utilizándolo como cebo.La KGB esperaba que Gordievsky tratara de contactar con el MI6 y atrapar con las manos en la masa tanto al espía como a sus contactos británicos. Eso sería un triunfo doblemente importante en el plano propagandístico. Gordievsky sería juzgado y ejecutado.
Oleg tenía que escapar. A su mujer le contó que había perdido el empleo en Londres por intrigas internas e hizo que la familia se marchara de vacaciones al mar Caspio, donde les prometió que se reuniría con ellas después, a sabiendas de que era posible que nunca más volviera a verlas. «¿Cómo podía contárselo a Leila? -apunta hoy-. No podía. Era demasiado peligroso».
El 16 de julio, Gordievsky echó mano a la bolsa de los supermercados Safeway y salió del apartamento. Cuatro días después logró huir del país con ayuda de agentes británicos.
Un británico más
La mujer y las hijas de Gordievsky siguieron retenidas en la Unión Soviética seis años más. Cuando se reunieron en Gran Bretaña, el matrimonio pronto se fue a pique. Oleg nunca volvió a ver a sus padres o a su hermana. En Moscú fue juzgado y condenado a muerte por un crimen de lesa patria. Dicha condena nunca ha sido revocada.
En Inglaterra escribió numerosos libros sobre la KGB y el mundo de la inteligencia y trabajó como asesor del Gobierno británico. «A estas alturas soy un británico más. No siento la menor nostalgia de Rusia -dice-. Soy británico desde el mismo día en que tomé la decisión de convertirme en agente de los servicios secretos británicos». Eso sí, reconoce, sin ira ni autocompasión: «Me sentí muy solo. ¡Ya lo creo que me sentí solo!».
TÍTULO: LA COCINA DEL DOMINGO - SALMONETES LASARTE,.
Tiempo de preparación: 45 minutos
Ingredientes para 4 personas: 3 salmonetes, 6 dientes de ajo, perejil, 1 pastilla de caldo de pescado, 1 vaso de salsa de tomate, 1 vaso de chacolí, 2 cebolletas picadas, 2 dientes de ajo picados, 1 pizca de cayena, 2 puñados de almejas, 1 rebanada de pan tostado, 1 pizca de harina, aceite de oliva, agua y sal.
Elaboración: se despiezan los salmonetes; los cuerpos, por un lado, y las cabezas y raspas, por otro (se guardan los higaditos). En una olla se sofríen las cabezas con aceite y sal. Se majan en un mortero los ajos pelados con las hojas de perejil y sal. Se agrega el majado a la olla y se sofríe 5 minutos.
Se añaden la pastilla de caldo, una pizca de tomate, el chacolí, se reduce e incorpora el agua. Se hierve 10 minutos y se cuela. Mientras, en una cazuela ancha y baja se sofríen las cebolletas, los ajos y la cayena con aceite y sal. Se sazonan los salmonetes limpios. Se pasan las almejas por una pizca de harina y se añaden a la cazuela con un chorro de chacolí. Cuando abren, se retiran, se vierte el caldo y se reduce un poco la salsa.
Se colocan en el fondo los salmonetes y se guisan en la salsa 8 o 10 minutos. En una sartén se doran los hígados con sal y se ponen sobre el pan. Antes de servir, se meten las almejas, se menean y se espolvorea con perejil.
El vino, por J.L.Recio: Marqués de Cáceres Blanco 2014.
Este fresco y joven vino procede de viura de viñas viejas crecidas en clima dominantemente atlántico, durante 30 años, en la Rioja Alta. De color paja acerado, desvela en nariz aromas de frutas y flores blancas sobre un fondo cítrico. En boca se advierte una agradable acidez sobre un sabor de fruta blanca. Servir a 6 ºC como aperitivo y para acompañar platos veraniegos, pescados y mariscos. Precio aproximado: 4,50 ¬. J. L. Recio
El hombre era un espía.
Alto funcionario de la KGB, llevaba más de un decenio suministrando a los británicos secretos del mismo centro de la maquinaria soviética de inteligencia. Ningún otro espía había perjudicado tanto a la KGB. La acera en la que se hallaba era un punto que el MI6 británico llevaba años controlando visualmente a la espera de que llegase este momento. La bolsa de Safeway significaba que había sido descubierto y que era preciso activar el plan de fuga antes de que la KGB le echara el guante.
Un hombre más joven y en mangas de camisa pasó caminando. En una mano llevaba una bolsa de los almacenes londinenses Harrods; en la otra, una chocolatina Mars Bars. Mordisqueó la chocolatina, y los dos hombres establecieron un contacto visual momentáneo. El joven era un funcionario del MI6. La chocolatina era la respuesta: hemos visto su anuncio, activamos el plan de fuga y dentro de cuatro días trataremos de sacarlo del país. Así comenzó uno de los episodios más audaces y extraordinarios en la historia de los servicios secretos. Desde el inicio de la Guerra Fría, nadie había conseguido sacar a un agente de Rusia.
Oleg Antonovich Gordievsky, hoy de 76 años, recuerda en el comedor de su casa -una anodina vivienda en un tranquilo barrio inglés de las afueras- lo sucedido aquella noche. «No había un plan alternativo», explica.
El perfecto espía
Gordievsky era el prototipo de agente soviético: hijo de un oficial de la KGB, tan inteligente como ambicioso, en 1963 hizo como su hermano mayor e ingresó también en los servicios secretos. Todo indicaba que era un eficiente y convencido servidor del régimen.En 1966, recién casado y en ascenso en las filas de la inteligencia soviética, Gordievsky fue asignado a Dinamarca, donde trabajaría, bajo cobertura diplomática, organizando la red de espías en aquel país al servicio de la KGB. En Copenhague disfrutó, entre otras cosas, de la literatura y la música prohibidas en la Unión Soviética. La libertad era embriagadora. «Empecé a aprender la verdad sobre el mundo, sobre Europa, sobre la Unión Soviética... Comprendí que la vida en mi país no era una vida normal. Siempre nos habían dicho que vivíamos en la mejor de las sociedades, pero la pobreza y la ignorancia eran enormes. Me volví muy idealista».
Despertar en Praga
El momento de la verdad llegó en agosto de 1968, cuando los carros de combate soviéticos invadieron Checoslovaquia para aplastar la llamada Primavera de Praga. «Cada vez me sentía más alejado del sistema comunista, y estas medidas tan brutales tomadas contra personas inocentes me llevaron a detestarlo directamente», dice.
Pero pasaron todavía cinco años antes de que hubiese contacto con ningún servicio occidental. Tras un nuevo período de servicio en la central moscovita de la KGB, en 1972 volvió a ser destinado a Copenhague. El PET, el servicio danés de seguridad, sugirió al MI6 que Gordievsky podía estar dispuesto a cambiar de bando. En noviembre de 1973, el MI6 tomó la iniciativa. Tras varios sutiles acercamientos durante meses se estableció la colaboración. A lo largo de los tres años siguientes, Gordievsky proporcionó un extraordinario cúmulo de información de inteligencia, tan única y valiosa que las posibles dudas sobre su buena fe no tardaron en evaporarse por completo.
Célula 'dormida'
En 1978, la etapa de Gordievsky en Dinamarca empezaba a llegar a su final. Y lo mismo estaba pasando con su matrimonio. Él se había enamorado de una joven llamada Leila Aliyeva, cuyos padres también trabajaban para la KGB. Se casaron poco después de regresar a Moscú y tuvieron dos hijas. Oleg se decía que un día revelaría su doble vida a Leila, pero de momento era demasiado peligroso para los dos.
Gordievsky y el MI6 acordaron suspender todo contacto a partir de su regreso a Rusia. La vigilancia de la KGB en Moscú era demasiado rígida. Oleg seguiría 'dormido' hasta que fuera trasladado a otro destino en el extranjero. Eso sí, fueron trazados dos planes de emergencia: uno que permitiría a Gordievsky transmitir información urgente a Londres en caso de necesidad, y otro para facilitar su fuga de Rusia si su vida corría peligro. Este último era el que incluía la bolsa de los supermercados Safeway. Durante tres años no volvieron a oír hablar directamente del espía ruso. Pero en enero de 1982, para el asombro y júbilo del MI6, a Londres llegó la solicitud de un visado para Oleg Gordievsky. Iba a ser un nuevo consejero en la Embajada soviética. En realidad, Oleg había sido designado responsable del reclutamiento de agentes en suelo británico. Él y su familia llegaron a Gran Bretaña el 28 de junio de 1982.
La calidad y cantidad de información aportada por Gordievsky no tenía precedentes y aportaba nueva luz sobre las actividades de la KGB en Gran Bretaña y sobre los planes del Kremlin.
Al borde de la guerra atómica
A principios de los ochenta, los dirigentes soviéticos habían llegado al convencimiento de que Occidente estaba planeando un ataque nuclear por sorpresa contra la URSS, temor que se veía alimentado por la retórica sobre «el imperio del mal» de Ronald Reagan. En noviembre de 1983, unas maniobras de la OTAN fueron interpretadas por algunos líderes soviéticos como el prólogo a un ataque atómico. Como consecuencia, la paz mundial se vio amenazada de una forma nunca vista desde la crisis de los misiles de Cuba.
La información suministrada por Gordievsky dejó claro que no se trataba de un simple arrebato pasajero de paranoia, sino de un temor que llevó al Kremlin a estar a punto de recurrir a todas sus opciones militares. La tensión se disparó y el doble agente ruso aportó pruebas del riesgo. De acuerdo con Robert Gates, por entonces subdirector de la CIA, la inteligencia aportada por Gordievsky reforzó la convicción de Reagan de que había que hacer todo lo necesario no ya para reducir la tensión, sino para acabar con la Guerra Fría.
A todo esto, la carrera profesional de Gordievsky en la KGB estaba en su momento álgido... con la ayuda del MI6. Su superior inmediato fue expulsado de Gran Bretaña, y Oleg no tardó en ocupar el puesto vacante, lo que mejoró su capacidad de acceso a la información confidencial.
Delatado por los suyos
Todos los espías viven con el miedo a ser descubiertos. A Gordievsky no lo descubrieron sus enemigos en Moscú, sino los amigos del bando que había escogido. Los estadounidenses llevaban recibiendo desde 1974 muestras del filón de inteligencia de los británicos, que nunca dieron pistas sobre la identidad de su fuente. La CIA concluyó que contaban con un topo de gran envergadura en la KGB. ¿Quién estaba proporcionando este impagable flujo de datos? Aldrich Ames, director de contrainteligencia de la CIA, recibió el encargo de averiguarlo. Y lo hizo.
Pero Ames, un prototípico funcionario de la CIA, estaba a punto de convertirse en espía de los soviéticos. Ames necesitaba dinero. Tenía muchos gastos tras su divorcio, y su nueva esposa era propensa a los caprichos costosos. El 16 de abril de 1985 contactó con un funcionario soviético y ofreció vender secretos. La KGB le pagó 4,6 millones durante los siguientes años a cambio, entre otras cosas, de revelar los nombres de los espías soviéticos al servicio de la CIA. Hay pocas dudas de que Ames traicionó a Gordievsky.
El interrogatorio
El 16 de mayo, Gordievsky recibió un mensaje de Moscú: «A fin de confirmar su nombramiento, por favor, vuelva a Moscú urgentemente durante los próximos dos días, pues es necesario hablar de ciertas cuestiones importantes».Gordievsky creyó percibir que algo marchaba mal desde que aterrizó en Moscú el 19 de mayo. Su angustia se convirtió en pánico al llegar al apartamento de la familia. Alguien había entrado en el piso usando una ganzúa y, al salir, había cerrado de forma cuidadosa en exceso. La KGB sospechaba de él.
Una semana después, su jefe de departamento le dijo: «Hay unas personas que quieren hablar con usted sobre las filtraciones entre los agentes en el Reino Unido». Lo llevaron a un bungaló y aparecieron dos desconocidos. Alguien sirvió coñac. Gordievsky, de pronto, sintió que la cabeza le daba vueltas.
A la mañana siguiente se despertó solo vestido con una camiseta, unos calzoncillos y un recuerdo vago de lo sucedido. Habían estado interrogándolo con la ayuda de alguna droga psicotrópica. «Ha sido muy grosero con nosotros, camarada Gordievsky», le dijeron. «Es usted un hombre muy soberbio». Medio atontado, empezó a recordar las anteriores cinco horas de interrogatorio. «Confiese. Ya lo ha hecho, así que hágalo una vez más».
Pero, curiosamente, la KGB dejó a Gordievsky en libertad. En lugar de seguir interrogándolo, se limitaron a vigilarlo. ¿Por qué? La única explicación es que estaban utilizándolo como cebo.La KGB esperaba que Gordievsky tratara de contactar con el MI6 y atrapar con las manos en la masa tanto al espía como a sus contactos británicos. Eso sería un triunfo doblemente importante en el plano propagandístico. Gordievsky sería juzgado y ejecutado.
Oleg tenía que escapar. A su mujer le contó que había perdido el empleo en Londres por intrigas internas e hizo que la familia se marchara de vacaciones al mar Caspio, donde les prometió que se reuniría con ellas después, a sabiendas de que era posible que nunca más volviera a verlas. «¿Cómo podía contárselo a Leila? -apunta hoy-. No podía. Era demasiado peligroso».
El 16 de julio, Gordievsky echó mano a la bolsa de los supermercados Safeway y salió del apartamento. Cuatro días después logró huir del país con ayuda de agentes británicos.
Un británico más
La mujer y las hijas de Gordievsky siguieron retenidas en la Unión Soviética seis años más. Cuando se reunieron en Gran Bretaña, el matrimonio pronto se fue a pique. Oleg nunca volvió a ver a sus padres o a su hermana. En Moscú fue juzgado y condenado a muerte por un crimen de lesa patria. Dicha condena nunca ha sido revocada.
En Inglaterra escribió numerosos libros sobre la KGB y el mundo de la inteligencia y trabajó como asesor del Gobierno británico. «A estas alturas soy un británico más. No siento la menor nostalgia de Rusia -dice-. Soy británico desde el mismo día en que tomé la decisión de convertirme en agente de los servicios secretos británicos». Eso sí, reconoce, sin ira ni autocompasión: «Me sentí muy solo. ¡Ya lo creo que me sentí solo!».
TÍTULO: LA COCINA DEL DOMINGO - SALMONETES LASARTE,.
Ingredientes para 4 personas: 3 salmonetes, 6 dientes de ajo, perejil, 1 pastilla de caldo de pescado, 1 vaso de salsa de tomate, 1 vaso de chacolí, 2 cebolletas picadas, 2 dientes de ajo picados, 1 pizca de cayena, 2 puñados de almejas, 1 rebanada de pan tostado, 1 pizca de harina, aceite de oliva, agua y sal.
Elaboración: se despiezan los salmonetes; los cuerpos, por un lado, y las cabezas y raspas, por otro (se guardan los higaditos). En una olla se sofríen las cabezas con aceite y sal. Se majan en un mortero los ajos pelados con las hojas de perejil y sal. Se agrega el majado a la olla y se sofríe 5 minutos.
Se añaden la pastilla de caldo, una pizca de tomate, el chacolí, se reduce e incorpora el agua. Se hierve 10 minutos y se cuela. Mientras, en una cazuela ancha y baja se sofríen las cebolletas, los ajos y la cayena con aceite y sal. Se sazonan los salmonetes limpios. Se pasan las almejas por una pizca de harina y se añaden a la cazuela con un chorro de chacolí. Cuando abren, se retiran, se vierte el caldo y se reduce un poco la salsa.
Se colocan en el fondo los salmonetes y se guisan en la salsa 8 o 10 minutos. En una sartén se doran los hígados con sal y se ponen sobre el pan. Antes de servir, se meten las almejas, se menean y se espolvorea con perejil.
El vino, por J.L.Recio: Marqués de Cáceres Blanco 2014.
Este fresco y joven vino procede de viura de viñas viejas crecidas en clima dominantemente atlántico, durante 30 años, en la Rioja Alta. De color paja acerado, desvela en nariz aromas de frutas y flores blancas sobre un fondo cítrico. En boca se advierte una agradable acidez sobre un sabor de fruta blanca. Servir a 6 ºC como aperitivo y para acompañar platos veraniegos, pescados y mariscos. Precio aproximado: 4,50 ¬. J. L. Recio
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