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lunes, 23 de julio de 2018

ESPAÑOLES POR EL MUNDO - Jerte, viajando por el valle inaudito,./ REVISTA DOMINICAL - PERIODICO EL PAIS -La aventura total de un explorador vallisoletano,.

TITULO: ESPAÑOLES POR EL MUNDO - Jerte, viajando por el valle inaudito,.

  Jerte, viajando por el valle inauditos,.

Jerte, viajando por el valle inaudito - foto.

Resultado de imagen de jerte, viajando por el valle inauditoDescendemos del puerto de Tornavacas y nos disponemos a recorrer los pueblos cargados de frutos, repletos de belleza de un territorio intenso y armónico,.

Resultado de imagen de jerte, viajando por el valle inauditoReceta infalible para sentirse lleno de de inmensidad y repleto de armonía y bienestar: suba al puerto de Tornavacas, a 1.275 metros de altura, asómese al mirador que cuelga sobre el Valle del Jerte, contemple en silencio la plenitud del paisaje, las montañas paralelas, los pueblos junto al río, la naturaleza generosa... Calle, escuche en silencio las esquilas y los campanos de las vacas avileñas, que pastan en la espesura y se oyen, pero no se ven... Y déjese llevar, no tenga prisa, contemple, columbre, vislumbre, divise... Déjese llevar otro rato y después, poseído por la promesa de un viaje inaudito, comience a descender del puerto y dispóngase a recorrer el valle de los valles. O sea, El Valle.
Hicimos este viaje a principios de julio y por la carretera que desciende al pueblo de Tornavacas se veían aún cerezos cargados de fruto. En lo alto, dejábamos un espacio llano explanado en la cumbre para aparcar, un mirador y una lección de geografía: a un lado, la meseta castellana, mil metros de altura y un descenso suave y corto, al otro, el valle extremeño, casi mil metros más abajo, al final de un descenso vertiginoso y difícil que pronto, cuando se remate la nueva carretera, será historia.
Llegamos a Tornavacas, con Piornal, el pueblo más fresquito del Valle. Es lógico: se encuentra situado a 871 metros de altura y el Jerte, recién nacido, recorre el pueblo regalando a nativos y turistas la clave del buen veraneo: por las noches, hay que salir de casa con una rebeca.
Tornavacas tuvo un nombre más lírico, Villaflor de las Cadenas, aunque su nombre actual es recio, único y muy evocador. Ya saben, viene de la leyenda de que el rey de León, Ramiro II, ordenó que regresaran las vacas que habían asustado y puesto en fuga al ejército musulmán llevando teas encendidas en los cuernos. Donde dieron la vuelta las vacas, quedó el topónimo de Tornavacas. Esto sucedió en el siglo X, así que cualquiera se fía. No sabemos si es cierto, pero sí sabemos que es bonito. Tanto como el casco viejo del pueblo, lleno del encanto singular de la arquitectura popular.
«Supongo que a los pastores nos gusta la literatura porque nos gusta la soledad»
Piornal es el pueblo más alto y fresquito de la región y allí abrió la primera casa rural
Enfilamos la carretera del Valle, que a pocos kilómetros de Tornavacas se convierte en una cómoda y ancha vía rápida. A ambos lados, se suceden las plantaciones de cerezos. La cereza empieza a desarrollarse en el Jerte en los años 50-60 del siglo pasado, cuando la enfermedad de la tinta se cargó los castaños de la comarca. Antes, en el Valle, se vivía de la castaña, de la ganadería y de la agricultura de subsistencia.
Cuando se acabe la cereza, empezará la frambuesa, luego, un poco de higo y de ciruela, y en otoño, la castaña. También se da el kiwi, el arándano, la grosella o la chirimoya. Por darse, hasta hemos visto una platanera en Navaconcejo. En cuanto se termine la cerecera, hay que empezar a curar el árbol, regarlo, abonarlo... La castaña, riqueza ancestral del Valle, es menos trabajosa y si llueve no es una tragedia como pasa con la cereza, sino una bendición.
En el pueblo de Jerte, dos calles largas: a un lado, la carretera, al otro, la calle peatonal con sus tiendas, sus casas bonitas y sus negocios. En estos días de verano, la vida en Jerte transcurre alrededor de su piscina fluvial, situada en el casco urbano.
Nos detenemos en La Cabaña, un restaurante de la carretera con terraza. Tienen quesos y embutidos de primera, trucha en escabeche tan típica como rica, unas patatas revolconas, la carrillera, las sartenadas de huevos con patatas y callos, picadillo o morros. Hay caldereta, migas, lagarto, abanico, plumas... Tradición gastronómica extremeña en plena carretera.
Comemos y seguimos, que nos espera la Garganta de los Infiernos, reserva natural donde cuida sus cabras Alfonso, El Cabrero de los Infiernos, como se hace llamar en su página de Facebook. Alfonso apacenta su ganado a más de mil metros de altura, en esta Garganta de los Infiernos que pasa por ser la zona más agreste y y salvaje del Valle del Jerte.
Las cerca de 200 cabras veratas negras de Alfonso son las últimas de la reserva de la Garganta de los Infiernos. «Entre Cabezuela y Tornavacas solo quedo yo», nos contaba durante nuestra última visita a su territorio. «En Navaconcejo, hay otro pastor, que es de Jerte, y en el Puerto de Honduras, quedan seis. Pero esta reserva siempre fue muy pastoril y llegó a haber hasta 3.000 cabras», calculaba.
«Estas cabras necesitan pastoreo, no se pueden dejar solas», aclaraba Alfonso antes de silbar componiendo una pose tan bucólica como literaria: «Sí que he oído hablar de la poesía pastoril y me gustaría leerla. Supongo que a los pastores nos gusta la literatura porque nos gusta la soledad».
Dejamos los riscos y las cascadas de la «garganta infernal» y seguimos nuestra ruta por el Valle buscando uno de sus pueblos más bellos: Cabezuela. Antes de llegar al puente de un único sentido, embudo desesperante del Valle, nos detenemos en la piscina natural La Pesquerona, una zona de baños amplia, sombreada y de cómodo acceso desde la carretera. Ya en Cabezuela del Valle, hay que disfrutar de su precioso casco viejo de arquitectura popular. La iglesia de San Miguel Arcángel, la judería, las casas con entramado, el río encajonado y saltando alegre entre las piedras, buenos bares, naves donde se venden cerezas... Cabezuela del Valle.
En Extremadura, todo el mundo sabe quién es el Jarramplas, quiénes son las Carantoñas, el Pero Palo o los Empalaos, pero pocos conocen la existencia de un singular personaje, una especie de fenómeno o máscara que todos los años por San Sebastián aparece en Navaconcejo. Estamos hablando del Taraballo, una botarga clásica de la mitología popular extremeña.
Navaconcejo es pueblo vivo y activo, como todos los del Jerte. Tiene la localidad un paseo fluvial muy llamativo y personajes emprendedores capaces de revolucionar el turismo como Eugenio Rodríguez, que gestiona más de 70 apartamentos turísticos en el norte de Extremadura y en Portugal.
Nicolás Paz, un filósofo que se vino a Jerte a vivir y abrió casa rural, nos decía que el turismo solo debe ser un complemento económico en el Valle, pero lo fundamental debe ser la agricultura, algo que en la comarca se ha hecho muy bien. «Hay que apostar por los agricultores, protegerlos más, defenderlos más. Al final es la agricultura la que ha permitido que la gente se quede y el Valle se desarrolle», opinaba.
En su cerezal, cercano a la garganta Calderón de Piornal, nos encontramos con Melani. «Durante la cerecera, me levanto a las cinco y media, a las seis me voy a la finca con mis padres y estamos recogiendo hasta las dos y media, que regresamos a comer en casa y a dormir un poco de siesta antes de ponernos a seleccionar hasta las ocho o más tarde», detalla su jornada de trabajo. Melani es un ejemplo de la importancia de la agricultura de primor en el Valle. Nos enseña a coger cerezas: «De la picota se tira para el lado contrario del que crece el rabo y le queda un hueco sellado de color blanco; si no es picota, se coge con el rabo».
Piornal es el pueblo más alto de Extremadura. Está situado a 1.175 metros de altitud y es el pueblo más fresco de la región. Solo La Garganta, que en las previsiones meteorológicas suele marcar uno o dos grados más que Piornal, puede competir en temperatura veraniega agradable con este pueblo del Valle del Jerte.
En Piornal, abrió la primera casa rural de Extremadura: La Casa Verde. Hay cinco rutas circulares de senderismo, abundan las gargantas (La Bonal, Cascada del Caozo, Charco del Calderón, Desesperá), tienen un camping con piscina ecológica orientado hacia el turismo de motor, un museo del Jarramplas y unas fachadas pintadas que han convertido el recubrimiento de planchas de uralita de las casas en un museo al aire libre.
De vuelta al Valle, pasamos por pueblecitos primorosos y encantadores como Cabrero, Barrado o Casas del Castañar. Cruzamos la carretera y volvemos a ascender por las laderas montañosas situadas al norte del río. Llegamos a Rebollar, mirador magnífico del Valle. El pueblo es un museo de arquitectura popular y algunas viviendas se levantan sobre canchales imponentes de granito, como si fueran casas colgantes.
La carretera de montaña que lleva a El Torno nos tienta en una curva. Aquí está una de las gargantas más salvajes y recónditas del Valle. La Puria se llama y es una de las menos visitadas, pero también la de vegetación más exuberante. Antiguamente, se conocía como garganta de la Furia por su caudal. Sus pozas de agua cristalina y sus pequeñas cascadas la convierten en un lugar muy especial, uno de esos rincones que quienes lo conocen lo ocultan como si fuera una joya secreta.
El Torno, situado a 770 metros de altitud, es el último pueblo de este viaje que comenzaba en lo alto del puerto de Tornavacas y acaba donde el Jerte baña la ciudad de Plasencia. Pueblo de guerrilleros y de maquis, su cooperativa cerecera marca la actividad agrícola durante estos meses primeros del verano. Los chozos de sus campos son un reliquia de la arquitectura ancestral y el restaurante «Sabores del Jerte» puede ser un lugar magnífico para cenar antes de abandonar el Valle (zorongollo, croquetas de boletus, migas torniegas, cuchifrito, chuletillas, caldereta de chivarra).
En El Torno, las calles tienen nombres tan curiosos y divertidos como De los Maestros, De las Tontas o la travesía Callejita Oscura. Descendiendo hacia la carretera general, nos encontramos el emocionante Mirador de la Memoria, un conjunto de esculturas de Francisco Cedenilla dedicado a los olvidados de la Guerra Civil y la dictadura. El mirador impresiona por su fuerza evocadora y por la intensidad de la panorámica: a un lado, los pueblos junto al río ascendiendo hacia Tornavacas; al otro, la hondonada abriéndose en busca de Plasencia; en medio, El Valle.
La inteligencia territorial se asoma a los pueblos del Valle
Transitar por el Valle del Jerte nos llena la mente de imágenes cercanas: de las cerezas, de los paisajes montañosos floridos, de las espectaculares formas del agua y de pueblos frescos y abiertos que cobijan una cultura tan ligada a la agricultura de montaña. No es de extrañar que la comarca esté empeñada en trazar los senderos de La Cereza, así en mayúsculas, para poder ligar todos sus escenarios mientras caminamos. Porque el turismo se asoma a la economía del valle tanto como su producción cerecera. Tenemos que apreciar igualmente que estamos en una de las comarcas con mayor capacidad innovadora. Sin duda, fruto de su tradición cooperativa para mejorar productos, colectivizar conocimientos o abrir nuevos mercados. Y no solo referido a las cerezas. También al aprovechamiento turístico de sus paisajes y a la proyección social y participativa.
Ahora Barrado, Cabezuela del Valle, Cabrero, Casas del Castañar, El Torno, Jerte, Navaconcejo, Piornal, Rebollar, Tornavacas y Valdastillas, pueblos que componen la comarca, se lanzan al mundo de la inteligencia territorial y adaptarán sus procesos y su imaginación organizativa a la realidad tecnológica que permitirá seguir mejorando sus relaciones internas, la recepción de sus visitantes y la internacionalización de sus proyectos.

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La aventura total de un explorador vallisoletano,.

A caballo, en un alto en el camino durante una de sus aventuras en Egipto, con las pirámides al fondo./Foto cedida por Diego Cortijo.
A caballo, en un alto en el camino durante una de sus aventuras en Egipto, con las pirámides al fondo.

Diego Cortijo ha tocado los restos del legendario Faro de Alejandría, estudiado las pirámides sumergidas de la isla de Yonaguni y descubierto una ciudadela perdida en la selva peruana


Resultado de imagen de REVISTA DOMINICAl«Yo me quedo». Posiblemente estas tres palabras definen la trayectoria vital de Diego Cortijo. La realidad es que quedarse, lo que es quedarse en casa, se queda poco. Donde le gusta quedarse es donde Cristo dio las tres voces, esos lugares que aún desafían a la historia, y cuanto más misteriosos y alejados, mejor. Ese 'yo me quedo' ha movido a este policía nacional vallisoletano de 32 años a recorrer la cara b del mundo, la más desconocida, la que, como en un disco de vinilo, te sorprende con un hallazgo fascinante, como sus cinco expediciones a la selva peruana, donde descubrió una ciudadela inca perdida, documentando, además, lugares geográficos inexplorados.
Resultado de imagen de PERIODICO EL PAISEsa misma inquietud le llevó a las profundidades de la isla de Yonaguni, en Japón. Él y sus compañeros de buceo fueron los primeros españoles en filmar las ruinas sumergidas de ese enigmático enclave, donde los arqueólogos tratan de buscar respuestas a lo que parece una pirámide submarina. El remoto norte de Groenlandia, siguiendo las huellas de las tribus vikingas que abrieron las rutas para conquistar el Ártico, ha sido otro de sus destinos. Y al igual que sus aventuras en la selva peruana y bajo el mar en Yonaguni, contó aquella experiencia con los cazadores inuits en una serie de documentales emitidos por Movistar. También ha explorado los cenotes de México, que los mayas consideraban sagrados. «Son miles de cuevas inundadas de agua y dentro hay restos humanos de sacrificios antiguos; se les conoce como el inframundo maya», cuenta Diego, que tuvo que formarse en espeleología subacuática para adentrarse en esas cavidades.
Su más reciente expedición, esta ya por su cuenta y pagada de su bolsillo, le encaminó el pasado mayo a las costas de Alejandría, en Egipto, donde vio con sus propios ojos los restos del fabuloso Faro, considerado una de las siete maravillas del mundo antiguo. Selva, hielo, cuevas, profundidades, desierto... Pese a su juventud, Cortijo va camino de convertirse, si no lo es ya, en el explorador total. Pero principiemos por el principio.
En el corazón de la selva peruana en su expedición de 2016.
En el corazón de la selva peruana en su expedición de 2016.
«Yo me quedo»Diego debe buena parte de ese afán aventurero a su padre, también policía nacional y contumaz lector de J. J. Benítez y Jiménez del Oso, pasión que contagió al chiquillo, a quien esas inquietantes historias de viajes astrales, extraterrestres, chamanes, cultos sincréticos y demás fenómenos extraños no dejaban de estimular su imaginación. La curiosidad por los misterios de la antigüedad y las culturas primitivas marcó su infancia y en su cabeza no dejaban de rondarle preguntas y una repetida certeza: viajar, viajar, viajar.
Lo cierto es que aún tardó unos años en realizar su primer viaje fuera de España, a Finlandia, con 19, en un intercambio mientras estudiaba un ciclo superior de Educación Física. Volvió a Pucela reforzado en la idea de que su vida tenía que girar alrededor del mundo. Siguiendo su otra vocación de prestar una labor social y vivir cada día cosas nuevas, se sacó las oposiciones a policía nacional con 21 años. Su primer sueldo (y el segundo, y el tercero y los que vinieron después) lo invirtió, claro, en un viaje, su primer viaje «potente» y en solitario. Se marchó al desierto de Argelia, atraído por las misteriosas pinturas de Tassili, el lugar del planeta con mayor concentración de arte rupestre. «Es un sitio fantástico y muy poco conocido. Fui con un grupo y cuando llegó el día de volver, les dije que me quedaba, que yo quería vivir esa experiencia más intensamente».
Los del grupo se marcharon y Diego se quedó quince días más. Contrató un guía tuareg y ambos emprendieron una travesía por el desierto, descubriendo campamentos nómadas y formas de vida a las que era ajeno. «Esa fue la mejor parte del viaje. La que hice solo, con un tipo que no hablaba mi idioma y aun así convivimos. Me di cuenta de que no pasa nada por quedarte solo, que al final sales adelante, que las cosas no dan tanto miedo… que hay que coger un avión y luego ya se verá lo que haces. Fue ese el punto de inflexión que me hizo ver que no pasa nada por lanzarse a la aventura».

La historia que oculta el mar

Y lanzándose a la aventura lleva los últimos doce años. Algunas con altos presupuestos y remuneradas (las financiadas por Movistar) y otras, más modestas, pagadas de su bolsillo y con algún pequeño patrocinio. «Viajar e investigar es algo que me sigue apasionando y para ello sales adelante con lo que vas ahorrando, además de algún apoyo puntual de un patrocinador». A la última expedición (a Egipto, con el historiador y doctor en Arqueología Subacuática de la Universidad de Huelva Claudio Lozano) la han bautizado con el nombre de la marca de ropa deportiva que les ha echado un cable: MasterXtrem.
La premisa era estudiar las ruinas arqueológicas sumergidas cerca de la costa. Porque tanto Cortijo y (más académicamente) el profesor Lozano ven factible que los restos más antiguos de las culturas que conocemos (e incluso de las que no conocemos) están, hoy por hoy, sumergidos. Para sostener esta teoría recuerdan que desde la última glaciación, hace cosa de veinte mil años, el nivel del mar ha subido casi cien metros, lo que permite pensar en ciudades enteras bajo el agua, como las que les condujo a la Bahía de Abukir, al norte del país.

Frente a un faro de leyenda

La idea era poder documentar los restos que permanecen sumergidos en la costa de Alejandría, como los templos de la ciudad antigua y el faro, que siempre se trató como un mito y está ahí, a apenas diez metros de profundidad. «Yo lo he visto. Están los restos de las bases, los capitales, las columnas y los bloques del faro original de Alejandría», narra sin alardes. El vídeo de ambos buceando junto al mítico faro, que pudo llegar a medir 130 metros y fue considerado como una de las más grandes construcciones de la Edad Antigua, se puede ver en YouTube, donde los seguidores de Diego le demandan, cada vez con más insistencia, que suba imágenes de sus aventuras.
Sentir el privilegio de ver con tus propios ojos el mismo faro que hace 2.300 años guió a los barcos hasta el puerto de la ciudad fundada por Alejandro Magno ha de ser necesariamente emocionante, una experiencia intensa, un subidón de adrenalina. «Sí, te hace sentir que estás escribiendo un capítulo muy especial de tu vida», admite. «Bucear es como entrar en otro mundo, pero es que cuando cruzas esa barrera del mar y encima te encuentras restos arqueológicos, parece que estás dentro de una película de aventuras».
En la zona donde se encuentran las ruinas del Faro de Alejandría.
En la zona donde se encuentran las ruinas del Faro de Alejandría.
Técnicamente, sumergirse y llegar hasta los restos del faro no resulta tan difícil. Cualquiera con un curso básico puede descender y ver esa maravilla. Cosa distinta es el papeleo, la burocracia, los permisos para hacerlo...

No es tan bonito como lo pintan

En el vídeo se ve a los dos exploradores buceando con sus trajes de neopreno y sus botellas de aire, sobre un lecho marino cuajado de restos arqueológicos. Pero hasta llegar ahí el laberinto burocrático fue de cuidado, ya que las autoridades egipcias son muy celosas de su patrimonio (incluido el subacuático) y no facilitan las cosas. «Cuando parece que ya tienes un permiso, te falta otro». Paciencia en abundancia y algunos buenos contactos acabaron por allanar el camino a los tesoros de la vieja Alejandría. Pero no está de más el aviso a navegantes que lanza nuestro protagonista: «Si te presentas en Alejandría diciendo que quieres bucear porque has leído tal o cual cosa, te digo yo que no lo consigues. Han sido meses de gestión a través de contactos que tenía en la zona para conseguir el acceso. Todo ese proceso es una de las cosas más penosas de estos viajes, pero hay que hacerlo».

Con la miel en los labios

No tuvieron tanta suerte para acometer la segunda parte de la expedición, otra incursión submarina esta vez para estudiar los restos de la antigua ciudad portuaria de Thonis-Heracleion, junto a la desembocadura del Nilo, en la Bahía de Abukir, donde se han descubierto 300 estatuas y amuletos sumergidos.
La zona estaba militarizada y los guías egipcios no querían llevarlos hasta allí ni locos. Ni siquiera los permisos parecían suficientes. «Vas muy ilusionado, pero te das de bruces con la realidad de que las cosas no son tan fáciles como las piensas en casa». Finalmente lograron hacerse a la mar, abrirse paso con un pequeño bote entre los buques de guerra de la Armada, lo que fue celebrado por los guías locales como el éxito de sus vidas, y eso que ni siquiera consiguieron lanzarse al mar. «Para ellos sólo el haber logrado zarpar fue una proeza, estaban más emocionados que nosotros de poder navegar allí, estaban felices y emocionados y lo celebraron como una gran fiesta». Por eso su intención es regresar a medio plazo, aprovechando las vías que ya han abierto. Pero antes, en unos meses, le espera una travesía ártica en solitario por el norte de Noruega. Diego no se queda quieto.

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