El gallinero: el poblado de los 300 niños
No hay agua corriente ni baños. Hay más
ratas que perros. Y nadie tiene trabajo. En el asentamiento chabolista
de El Gallinero, en Madrid, viven 300 niños con sus familias. Un informe
de Save the Children y la Universidad de Comillas alerta de una
situación inimaginable en un país del Primer Mundo. Sin embargo, hay
esperanza. Gracias a los voluntarios de la parroquia San Carlos Borromeo
de Entrevías, que llevan 10 años trabajando allí, los pequeños están
escolarizados y sus padres no trafican con drogas. Solo necesitan una
oportunidad... y no ser arrastrados por el fango.
Hay en barrer sobre el barro un acto de dignidad
admirable. Lo lleva a cabo María, con una vieja escoba deshilachada.
Aparta los restos de basura que se mezclan con la tierra delante de su
chabola y después los tira. Cuando termina, descansa con su
mano en la cadera. Lleva un pañuelo en la cabeza. No hay ni un solo
desperdicio frente a su casa.
Hoy cae aguanieve sobre El Gallinero. El día apenas regala un grado sobre cero, y la tierra se ha hecho barro en el poblado más castigado de Madrid. Probablemente de toda España. Enclaustradas entre la autopista A-3 y la M-50 viven 94 familias en infraviviendas. Casi 500 personas. La mitad, 250, son niños. Las chabolas son de madera y lata. Ahora, una tabla lisa; ahora, un trozo de cartón; ahora, una placa de aluminio. Parecen frágiles, improvisadas, pero están hechas con habilidad. Bien hechas. «Cogemos el material de la basura... o madera y palos del campo, y con ellos construimos las chabolas», explica Leonard, uno de los vecinos del poblado. Pura supervivencia.
Ocupan 20.000 metros cuadrados. Las chabolas tienen luz gracias a unos improvisados postes que desembocan en una toma donde se acumulan conexiones y cables. Si se estropea eso, adiós a la electricidad en el poblado. No tienen agua. Solo hay una fuente a 500 metros, donde las mujeres llevan los bidones a primera hora de la mañana. No tienen baños. Un lado del poblado sirve para los hombres y el otro para las mujeres. Los niños improvisan. Cuidado por dónde se pisa.
En medio, basura. Kilos de basura. Se acumulan en los badenes naturales, grandes zanjas convertidas en vertederos que discurren entre las chabolas. Y, con ellas, los gatos, perros y ratas ('ratones', como los llaman los niños) que campan a sus anchas entre las chabolas. Las mordeduras a niños son habituales. Por cierto, estamos en Madrid. A veinte minutos de la Puerta del Sol. «Si yo fuera político y esto siguiera en pie, dejaría la política». Habla Jorge, voluntario de la parroquia San Carlos Borromeo de Entrevías. Acude casi a diario a ayudar a los habitantes de El Gallinero. «Llevan aquí desde el año 2000, cuando los echaron de la Cañada Real», explica. «En este lugar se vulneran derechos humanos. Así de claro. Y nadie hace nada».
Casi todos los habitantes de El Gallinero viven de la mendicidad. De 94 familias, solo 15 perciben la renta básica. Cruz Roja, Cáritas y la parroquia de Entrevías hacen el resto. Piden, limpian parabrisas o venden el periódico benéfico La Farola. Un día soberbio es volver con 20 euros a casa. «Pero el autobús ya nos cuesta ocho», se queja Olivia, madre de tres hijos. «A veces no nos llega para regresar». No están libres de pecado, claro. Sobre una pendiente pegada al poblado descansan metros de cable. Algunos vecinos se dedican al hurto de cobre. Después lo queman y lo revenden. «Cuando vemos salir humo del poblado explica un agente de Policía, nos acercamos porque sabemos que están quemando cable». También hay lo que la Policía llama 'descuideros'. Algún grupo, sobre todo de mujeres, que se desplaza al centro de Madrid y allí se agencia carteras de turistas despistados. «Son hurtos sin violencia, no son conflictivos», comenta el agente. La Policía afirma, además, que en El Gallinero no hay tráfico de drogas, algo que no puede decir el vecino sector 6 de la Cañada Real, el asentamiento chabolista más grande de Europa. «Nos llevamos bien con ellos», dice un vecino. «A veces traen electrodomésticos para que los desguacemos y nos dan 15 euros». Jorge, el voluntario, confiesa después: «No se llevan nada bien. En realidad les tienen miedo. Hay bandas en la Cañada muy peligrosas». La primera generación que va al cole El 70 por ciento de los niños de El Gallinero están escolarizados. Es el brillante resultado de una larga pelea de voluntarios como Blanca. Consiguieron dotar de papeles a todos, pelearon su escolarización y lograron que les pusieran autobuses. Ahora van a varios colegios de la zona. «Hay uno que es concertado y tienen que ir uniformados», explica Blanca. «Un día, un profesor echó a un niño de clase porque traía los zapatos llenos de barro. Creía que era una travesura. Pero por aquí es imposible caminar sin embarrarse». El desafío es lograr ahora que permitan escolarizar a los menores de tres años. «Todavía no les dejan. La Administración dice que no tiene sentido», afirma Blanca. «Pero si los bebés se quedan aquí son las hermanas quienes tienen que cuidarlos. Y dejan el colegio por eso». Por las tardes, los voluntarios ayudan a los niños a hacer los deberes. En un habitáculo de hierro que alberga unos pupitres, un puñado de valientes, de manera altruista, los ayudan a estudiar con infinita paciencia. Es la primera generación que va al colegio en el poblado. «Tiene mucho mérito que estos niños vengan a hacer los deberes. Padecen diarreas, deshidrataciones y hasta sarna. Y, aun así, quieren estudiar». La estampa lo corrobora. Con la nevada contenida por un viento helado pasa un pequeño de tres años descalzo sobre la tierra. Lleva un pequeño jersey, pero en sus diminutas piernas no hay pantalones ni calzoncillos.
Los habitantes de El Gallinero no se llevan bien con la autoridad. «Nos pegan», se queja Leonard. «Un día, un policía pegó cuatro disparos al aire delante de mi chabola mientras me insultaba». Jorge explica: «Hay abusos, sí. Pero también hay policías que los tratan bien. Como en todas partes». Mucho del temor y el odio que los vecinos les tienen a los agentes viene de los derribos. El Ayuntamiento, cada pocas semanas, tira algunas chabolas, por ser viviendas ilegales. Les ofrecen alternativas en campamentos para extranjeros o, en el mejor de los casos, viviendas subvencionadas, pero los habitantes de El Gallinero replican: «Me dan una casa donde no puedo pagar nada: ni luz, ni agua ni alquiler, aunque sea mínimo. Yo tengo 150 euros al mes. ¿A qué casa me voy a ir? Si me derriban la chabola, me dejan sin nada». A El Gallinero sigue llegando gente. Se levantan nuevas chabolas por las que se derriban. O se meten más familiares en la misma. El caso es que ahí sigue el poblado, si acaso el rincón más pobre de Madrid. Miseria extrema a doce kilómetros del centro. Un pequeño paseo en coche que demuestra que hay más mundos en este.
"Tenemos dos hijos, y el mejor día sacamos 15 euros"
-Samuel y María, de 19 y 17 años: «Tenemos dos hijos y vivimos en la chabola del hermano de Samuel. Ahí estamos bien. Pero tenemos la ropa metida en una mochila para poder sacarla rápido si vienen a derribarla. No tenemos trabajo, lo que hacemos es ir a pedir. A veces sacamos 15 euros, y eso es un buen día. Para comer, necesitamos la ayuda de Cruz Roja y de los voluntarios». "Yo y mis hijos pedimos; sueño con que mis nietos tengan trabajo"
-Petra, de 52 años, con su nieto: «Tengo diez hijos. Seis están aquí y cuatro en Rumanía. Me gano la vida vendiendo La Farola. Mis hijos también piden. Solo sueño con que mis nietos puedan tener un trabajo. Sueño con eso».
"Me dedico a lo que puedo, la verdad. Necesito comer" -Sava Marin, de 51 años: «Primero viví en un campamento de Cruz Roja, pero nos echaron. Nos fuimos a la Cañada y nos echaron. Luego construimos estas chabolas. Tengo seis hijos. ¿A qué me dedico? A lo que puedo, la verdad... Necesito comer». "Espero mi cuarto hijo. Me quedan tres pañales"
-Ana, de 24 años: «Estoy esperando mi cuarto hijo. Mi marido gana unos 100 o 150 euros al mes para todos, y yo no puedo salir a pedir porque estoy embarazada. Ahora mismo, me quedan tres pañales y se me ha acabado la leche. Siempre es así». "Nos tiraron la chabola, pero logré salvar mi bicicleta"
-Diego, de 11 años: «Un día vinieron y nos tiraron la chabola. Nos quedamos sin casa, pero yo logré sacar la bicicleta. Ahora está en mi casa nueva. Voy al colegio. ¿Siempre? Bueno, a veces hace mucho frío fuera y me quedo un rato más en la cama». -Atrapados sin salida: El Ayuntamiento ofrece que se vayan a vivir a alguno de los campamentos para extranjeros sin recursos. En concreto, a los de Valdelatas o Las Tablas (en Madrid), gestionados por la ONG Accem. Pero allí solo pueden estar seis meses. «¿Y entonces qué?», se preguntan ellos. Otra vez, a la chabola.
Hoy cae aguanieve sobre El Gallinero. El día apenas regala un grado sobre cero, y la tierra se ha hecho barro en el poblado más castigado de Madrid. Probablemente de toda España. Enclaustradas entre la autopista A-3 y la M-50 viven 94 familias en infraviviendas. Casi 500 personas. La mitad, 250, son niños. Las chabolas son de madera y lata. Ahora, una tabla lisa; ahora, un trozo de cartón; ahora, una placa de aluminio. Parecen frágiles, improvisadas, pero están hechas con habilidad. Bien hechas. «Cogemos el material de la basura... o madera y palos del campo, y con ellos construimos las chabolas», explica Leonard, uno de los vecinos del poblado. Pura supervivencia.
Ocupan 20.000 metros cuadrados. Las chabolas tienen luz gracias a unos improvisados postes que desembocan en una toma donde se acumulan conexiones y cables. Si se estropea eso, adiós a la electricidad en el poblado. No tienen agua. Solo hay una fuente a 500 metros, donde las mujeres llevan los bidones a primera hora de la mañana. No tienen baños. Un lado del poblado sirve para los hombres y el otro para las mujeres. Los niños improvisan. Cuidado por dónde se pisa.
En medio, basura. Kilos de basura. Se acumulan en los badenes naturales, grandes zanjas convertidas en vertederos que discurren entre las chabolas. Y, con ellas, los gatos, perros y ratas ('ratones', como los llaman los niños) que campan a sus anchas entre las chabolas. Las mordeduras a niños son habituales. Por cierto, estamos en Madrid. A veinte minutos de la Puerta del Sol. «Si yo fuera político y esto siguiera en pie, dejaría la política». Habla Jorge, voluntario de la parroquia San Carlos Borromeo de Entrevías. Acude casi a diario a ayudar a los habitantes de El Gallinero. «Llevan aquí desde el año 2000, cuando los echaron de la Cañada Real», explica. «En este lugar se vulneran derechos humanos. Así de claro. Y nadie hace nada».
Casi todos los habitantes de El Gallinero viven de la mendicidad. De 94 familias, solo 15 perciben la renta básica. Cruz Roja, Cáritas y la parroquia de Entrevías hacen el resto. Piden, limpian parabrisas o venden el periódico benéfico La Farola. Un día soberbio es volver con 20 euros a casa. «Pero el autobús ya nos cuesta ocho», se queja Olivia, madre de tres hijos. «A veces no nos llega para regresar». No están libres de pecado, claro. Sobre una pendiente pegada al poblado descansan metros de cable. Algunos vecinos se dedican al hurto de cobre. Después lo queman y lo revenden. «Cuando vemos salir humo del poblado explica un agente de Policía, nos acercamos porque sabemos que están quemando cable». También hay lo que la Policía llama 'descuideros'. Algún grupo, sobre todo de mujeres, que se desplaza al centro de Madrid y allí se agencia carteras de turistas despistados. «Son hurtos sin violencia, no son conflictivos», comenta el agente. La Policía afirma, además, que en El Gallinero no hay tráfico de drogas, algo que no puede decir el vecino sector 6 de la Cañada Real, el asentamiento chabolista más grande de Europa. «Nos llevamos bien con ellos», dice un vecino. «A veces traen electrodomésticos para que los desguacemos y nos dan 15 euros». Jorge, el voluntario, confiesa después: «No se llevan nada bien. En realidad les tienen miedo. Hay bandas en la Cañada muy peligrosas». La primera generación que va al cole El 70 por ciento de los niños de El Gallinero están escolarizados. Es el brillante resultado de una larga pelea de voluntarios como Blanca. Consiguieron dotar de papeles a todos, pelearon su escolarización y lograron que les pusieran autobuses. Ahora van a varios colegios de la zona. «Hay uno que es concertado y tienen que ir uniformados», explica Blanca. «Un día, un profesor echó a un niño de clase porque traía los zapatos llenos de barro. Creía que era una travesura. Pero por aquí es imposible caminar sin embarrarse». El desafío es lograr ahora que permitan escolarizar a los menores de tres años. «Todavía no les dejan. La Administración dice que no tiene sentido», afirma Blanca. «Pero si los bebés se quedan aquí son las hermanas quienes tienen que cuidarlos. Y dejan el colegio por eso». Por las tardes, los voluntarios ayudan a los niños a hacer los deberes. En un habitáculo de hierro que alberga unos pupitres, un puñado de valientes, de manera altruista, los ayudan a estudiar con infinita paciencia. Es la primera generación que va al colegio en el poblado. «Tiene mucho mérito que estos niños vengan a hacer los deberes. Padecen diarreas, deshidrataciones y hasta sarna. Y, aun así, quieren estudiar». La estampa lo corrobora. Con la nevada contenida por un viento helado pasa un pequeño de tres años descalzo sobre la tierra. Lleva un pequeño jersey, pero en sus diminutas piernas no hay pantalones ni calzoncillos.
Los habitantes de El Gallinero no se llevan bien con la autoridad. «Nos pegan», se queja Leonard. «Un día, un policía pegó cuatro disparos al aire delante de mi chabola mientras me insultaba». Jorge explica: «Hay abusos, sí. Pero también hay policías que los tratan bien. Como en todas partes». Mucho del temor y el odio que los vecinos les tienen a los agentes viene de los derribos. El Ayuntamiento, cada pocas semanas, tira algunas chabolas, por ser viviendas ilegales. Les ofrecen alternativas en campamentos para extranjeros o, en el mejor de los casos, viviendas subvencionadas, pero los habitantes de El Gallinero replican: «Me dan una casa donde no puedo pagar nada: ni luz, ni agua ni alquiler, aunque sea mínimo. Yo tengo 150 euros al mes. ¿A qué casa me voy a ir? Si me derriban la chabola, me dejan sin nada». A El Gallinero sigue llegando gente. Se levantan nuevas chabolas por las que se derriban. O se meten más familiares en la misma. El caso es que ahí sigue el poblado, si acaso el rincón más pobre de Madrid. Miseria extrema a doce kilómetros del centro. Un pequeño paseo en coche que demuestra que hay más mundos en este.
"Tenemos dos hijos, y el mejor día sacamos 15 euros"
-Samuel y María, de 19 y 17 años: «Tenemos dos hijos y vivimos en la chabola del hermano de Samuel. Ahí estamos bien. Pero tenemos la ropa metida en una mochila para poder sacarla rápido si vienen a derribarla. No tenemos trabajo, lo que hacemos es ir a pedir. A veces sacamos 15 euros, y eso es un buen día. Para comer, necesitamos la ayuda de Cruz Roja y de los voluntarios». "Yo y mis hijos pedimos; sueño con que mis nietos tengan trabajo"
-Petra, de 52 años, con su nieto: «Tengo diez hijos. Seis están aquí y cuatro en Rumanía. Me gano la vida vendiendo La Farola. Mis hijos también piden. Solo sueño con que mis nietos puedan tener un trabajo. Sueño con eso».
"Me dedico a lo que puedo, la verdad. Necesito comer" -Sava Marin, de 51 años: «Primero viví en un campamento de Cruz Roja, pero nos echaron. Nos fuimos a la Cañada y nos echaron. Luego construimos estas chabolas. Tengo seis hijos. ¿A qué me dedico? A lo que puedo, la verdad... Necesito comer». "Espero mi cuarto hijo. Me quedan tres pañales"
-Ana, de 24 años: «Estoy esperando mi cuarto hijo. Mi marido gana unos 100 o 150 euros al mes para todos, y yo no puedo salir a pedir porque estoy embarazada. Ahora mismo, me quedan tres pañales y se me ha acabado la leche. Siempre es así». "Nos tiraron la chabola, pero logré salvar mi bicicleta"
-Diego, de 11 años: «Un día vinieron y nos tiraron la chabola. Nos quedamos sin casa, pero yo logré sacar la bicicleta. Ahora está en mi casa nueva. Voy al colegio. ¿Siempre? Bueno, a veces hace mucho frío fuera y me quedo un rato más en la cama». -Atrapados sin salida: El Ayuntamiento ofrece que se vayan a vivir a alguno de los campamentos para extranjeros sin recursos. En concreto, a los de Valdelatas o Las Tablas (en Madrid), gestionados por la ONG Accem. Pero allí solo pueden estar seis meses. «¿Y entonces qué?», se preguntan ellos. Otra vez, a la chabola.
TÍTULO: ENTREVISTA, MICHAEL KEATON ACTOR,.
-fotos--Michael Keaton: "Yo no era el gracioso de la clase, pero le escribía los chistes"
Todo el mundo parecía haberse olvidado
de Michael Keaton. El hombre al que Batman convirtió en una estrella
llevaba años sin echarse un papel relevante al bolsillo. Pero, de
repente, a sus 63 años, tras meterse en la piel de una vieja gloria del
cine de superhéroes venida a menos, el mundo entero se ha rendido a sus
pies.
De repente, tuvo una revelación. «Me di cuenta de que, al sugerir que me pusiera a cantar, la monja me tenía pillado y que la única forma de salir del paso consistía en hacer lo que decía y disfrutar del momento explica. Así que no me limité a canturrear una estrofa tontorrona para cubrir el expediente, sino que me puse a cantar de verdad, poniendo toda la pasión del mundo». En la clase se formó un alboroto tremendo. El pequeño Keaton volvió a sentarse, sonriendo de oreja a oreja, y en ese momento lo tuvo claro: cuando todos están mirándote, la vulnerabilidad es precisamente la mejor forma de protegerte. «Como David Letterman comentó cierta vez: 'En el colegio, el bromista de la clase no era yo... Pero yo le escribía los chistes'. Letterman lo describió a la perfección agrega. Lo que quieres es que te tengan por una persona divertida, pero sin que todos estén siempre pendientes de ti. Soy muy capaz de quitarme la ropa y ponerme a correr por Times Square, pero no quiero que la gente sepa todo sobre mi vida».
Lo de correr desnudo por el centro de Nueva York no es una figura retórica, sino que es una secuencia clave de Birdman, la última película de Alejandro González Iñárritu, en la que Keaton interpreta a Riggan Thomson, una estrella del cine de acción en horas bajas que dirige y protagoniza una obra teatral en Broadway que él mismo ha escrito como último intento de volver a ganarse el respeto de los demás. Keaton, efectivamente, cruzó por Times Square en calzoncillos, tal y como exigía la escena, que fue rodada hacia las dos de la madrugaba. Salvo unos cuantos extras que flanquean su trayecto, los rostros asombrados y los transeúntes que lo graban todo con sus móviles son de verdad. Se trata de una secuencia osada, pero, en comparación con el resto de Birdman, no es particularmente atrevida. La película en su conjunto es un salto al vacío, y en este papel tan complejo como extraño Keaton está mejor que nunca.
Un monaguillo tentado por el infierno
Le pregunto si cree que Birdman supone su regreso a las pantallas como primera figura. «No -contesta-. Pero si usted lo ve así, por mí no hay problema». Explica que es verdad que han pasado más de cinco años desde su último papel como protagonista, pero que siempre ha estado ocupado. «En papeles muy pequeños y muy distintos. Soltando un derechazo por aquí y un gancho de izquierda por allá. Con la idea de no bajar la guardia en ningún momento». Le pregunto si le molestó que Iñárritu le propusiera un guion sobre un actor entrado en años y en decadencia. «No, nada de eso -responde-. No me lo tomé como algo personal hace una breve pausa. Aunque reconozco que existen ciertos paralelismos, hay una cosa que tengo clara: Iñárritu es un profesional, y seguro que había pensado en otros cinco o seis actores para este papel». Pero Iñárritu no lo hizo.
«No había ninguna otra opción me asegura el cineasta mexicano dos días después. Tan solo nos interesaba él. Le dije a Michael que había poquísimos actores que hubieran llevado puesta esa capa. Que tan solo él tenía la combinación de registro dramático y cómico que necesitaba para esta película. Que tan solo él tenía esa autoridad que me hacía falta. Esa misma noche me dijo que sí». No vino mal que a Keaton le hubieran gustado mucho Amores perros y 21 gramos, las dos primeras películas de Iñárritu. «Michael se fiaba de mí; tenía claro que no iba a ridiculizarlo».
Michael es el menor de los nueve hijos del matrimonio Douglas, una familia escocesa, católica y devota llegada a los Estados Unidos a finales del siglo XIX. El pequeño Michael Douglas se cambió el apellido al iniciar su carrera por razones obvias ofició de monaguillo y tuvo muy pronto conciencia de la idea del infierno, lo que tampoco le impidió hacer numerosas trastadas. Según explica, de niño fue una vez a confesarse un viernes y enumeró todas las malas acciones que pensaba efectuar durante el fin de semana. «La idea era que el sacerdote me diera el perdón a crédito». La familia vivía en una granja muy modesta, que a él le encantaba, por mucho que vivieran «como unos paletos». En la casa no había dinero para ir al cine, pero al padre le tocó un televisor en una rifa y el menor de los Douglas se aficionó a las películas. Tras el colegio se matriculó en la Universidad de Ohio para estudiar arte dramático, pero el dinero no le llegaba. Dos años después lo dejó y regresó a Pittsburgh, donde trabajó como taxista y obrero de la construcción, hasta que encontró empleo como ayudante de producción en una serie de televisión para niños.
El hombre que rechazó a Woody Allen
En sus ratos libres escribía monólogos cómicos, y los amigos lo animaron a hacerlos en público. Empezó en un club de jazz. Más tarde le salieron unas actuaciones en Nueva York. Todavía se acuerda del nerviosismo de su debut en el antiguo club Catch a Rising Star. Esa noche compartió cartel con Larry David. Al público le gustó su actuación. Él y David fueron los dos únicos debutantes a los que ofrecieron nuevos bolos. Las actuaciones en Nueva York llevaron a otras en Los Ángeles, donde un amigo guionista le consiguió un pequeñísimo papel en una teleserie. En 1981 obtuvo su primer papel cinematográfico en Night shift, una alocada comedia sobre dos empleados del depósito de cadáveres que dirigen una red de prostitución. La película la dirigió Ron Howard, y las críticas fueron muy buenas. Después, Keaton tomó unas decisiones no muy acertadas. Rechazó trabajar en 1, 2, 3 Splash, Los cazafantasmas y La rosa púrpura de El Cairo. Sin embargo, su trabajo en Night shift había llamado la atención de varios directores.
Uno de ellos fue Tim Burton, que buscaba un protagonista para Bitelchús. En su papel de Bitelchús, Keaton no aparece en pantalla más de 20 minutos, pero su presencia domina toda la película. Justo después del estreno en 1988, Warner Bros. anunció que Burton iba a dirigir la nueva película de Batman y que el superhéroe sería Michael Keaton. Keaton era conocido por sus papeles en comedias alocadas, y los fans de la saga del murciélago temían que la película acabase siendo una parodia. Al estudio llegaron más de 50.000 cartas para protestar por la elección del protagonista. No obstante, fue un éxito de taquilla en el mundo entero. Keaton volvió a probar suerte con el personaje. Batman returns se estrenó en 1992 con mucho menos éxito que la primera entrega. Keaton optó por dejar la serie. «Intuía que las cosas iban a ir a peor.
Querían rodar unas películas con más explosiones, más espectaculares. Y a mí eso no me interesaba. Para nada». Interpretó entonces a un inquilino aterrador en el thriller psicológico De repente, un extraño. Keaton explica que le desaconsejaron interpretar ese papel porque corría el riesgo de acabar para siempre con su incipiente estatus de galán de Hollywood. ¿Fue eso lo que pasó? Los irregulares resultados cosechados a lo largo de los siguientes 20 años sugieren que la decisión no lo ayudó, aunque él no se arrepiente y dice estar bastante contento con su carrera. Incluso pudo dirigirse a sí mismo en un drama titulado The merry gentlemen, en 2008. «Si le digo que siempre tuve la ambición de dirigir, me quedo muy corto explica. Era un ansia que me salía de las entrañas».
Ahora desea volver a ponerse detrás de la cámara, aunque tras el éxito de Birdman prefiere aprovechar la coyuntura como intérprete. Spotlight, la película que está rodando, cuenta la investigación que el diario The Boston Globe realizó sobre el encubrimiento de los abusos sexuales cometidos por varios sacerdotes católicos. El tema es descarnado, y más todavía si tenemos en cuenta la percepción positiva que Michael tiene de su educación católica. Pero le motiva el reto y dice que incluso se está divirtiendo, aunque resulte extraño. Keaton no cree que la denuncia de los casos de pederastia sea incompatible con el buen recuerdo que tiene de su infancia católica. En la escuela eran severos con él, pero no le importaba; encontraba lógico que lo castigaran por haberse portado mal. «Me pegaban en los nudillos con una regla de medir cuenta, pero lo aceptaba. Si me han quedado heridas, no se notan, o eso creo».
PALABRA DE KEATON
-"Nunca he sentido celos de ver a otro actor haciendo de batman. ¿Y sabes por qué? Porque yo soy batman. No tengo la más mínima duda al respecto"
-"Desde un punto de vista artístico, no creo que nada pueda superar a 'Bitelchús'. En términos de originalidad y de aspecto, es cien por cien único"
-"Estuve casado con Caroline ocho años. Falleció de cáncer en 2010 y fue muy duro, más de lo que imaginas. Llevábamos años separados, pero seguíamos en contacto, éramos cercanos. Fue una gran madre..."
-"Nunca he tenido problemas de dinero, pero estaría mejor de haber seguido haciendo lo que me hizo famoso... Solo que habría acabado aburrido"
-"Haré cuatro o cinco pelis de Batman, hasta que esté gordo y el traje ya no me entre. Luego, cuando esté arruinado, actuaré en centros comerciales para familias y fans"
-"No me llaman el bienhumorado en vano"
-Esta es una industria basada en el miedo. si dejas que se apodere de ti, estás jodido»
-"¿Lo que aprendí de Jack Nicholson? Lo mucho que le gustan las mujeres"
-"Mi verdadero apellido es Douglas, pero ya había dos Michael Douglas en Hollywood. A uno de ellos le iba bastante bien, el otro andaba haciendo películas porno baratas como 'Instinto básico'... Elegí Keaton porque leí un artículo sobre Diane Keaton y me gustó como sonaba"
-"Es sorprendente ver cómo la gente todavía se acuerda de mí. Cuando alguien se me acerca por la calle para felicitarme y mostrarme su apoyo, me dan ganas de firmarle un cheque"
-"Todos los actores son mis hermanos y hermanas. No debemos criticarnos unos a otros ni hacer comparaciones entre nosotros. No sería muy educado"
-"Mi mejor amigo es amable, inteligente, divertido y tiene talento. Y, además, es mi hijo, Sean"
Víctimas del cómic
Algunos actores a los que el traje de superhéroe les quedó un poco justo.
-Val Kilmer. Se vistió de Batman en 1995, en una tercera entrega que mantuvo el pulso en taquilla, pero fue vapuleada por la crítica. Trabajo no le ha faltado, aunque su carrera es hoy, eso sí, un páramo de papeles relevantes.
-George Clooney. Desde hace años no deja de pedir perdón a los fans de la saga por haber protagonizado el peor Batman de toda la saga. Aquel fracaso, por lo visto, le sirvió para revisar el modo en que elige sus papeles.
-Ben Affleck. Daredevil le valió al ganador de dos Oscar (como guionista y como productor) un premio Razzie al peor actor. Lejos de escarmentar, acaba de hacer de murciélago enmascarado en Batman contra Superman.
-Tobey Maguire. Tras embutirse tres veces el pijama de Spiderman y recaudar 2,5 millones de dólares, lleva siete años a la espera de algo importante. Con suerte, en 2015 relanzará su carrera haciendo de Bobby Fischer.
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