Territorio Gulag: los campos del horror, fotos.
Stalin envió a casi 20 millones de personas a trabajar y morir en los campos del Gulag. Con motivo del centenario de la Revolución rusa, visitamos la región de Magadán, donde se levantaron más de un centenar de estos campos del horror.
Esta es la historia de una carretera. La llaman ‘la carretera de los huesos’ o ‘el cementerio más grande del mundo. La construyeron los presos del Gulag, y nadie sabe cuántos muertos yacen bajo ella. Es la única arteria que llega hasta este remoto rincón del mundo. Arranca en la ciudad de Magadán, en el extremo más oriental de Rusia, allí donde Asia casi linda con América. En su punto final, 2000 kilómetros al oeste, se encuentra Yakutsk, la metrópoli más fría del planeta.Casi todo lo que rodea a esta carretera recuerda a los crímenes de Stalin: las poblaciones que se alzan a sus orillas fueron en su día uno de los muchos campos de trabajo que formaban el sistema del Gulag. Hasta la muerte del dictador, en 1953, se levantaron más de un centenar de estos campos en esta región.
A los lados de esta carretera que une Magadán con la ciudad siberiana de Yakutsk, se crearon centenares de campos de prisioneros
La idea de Stalin era deshacerse de la
gente enviándola a esta región hostil, a la tierra del invierno eterno.
Hasta entonces, aquí nunca había vivido nadie. La condena a trabajos
forzados en tierras del norte ya se practicaba en tiempo de los zares,
pero Stalin fue más allá; construyó su propio estado esclavista, con campos repartidos por toda la Unión Soviética.
Las autoridades soviéticas enviaron aquí a 900.000 personas, atrapadas
en una «espesa nube de inconsciencia, de dolor, de esa oscuridad del no
ser», como escribió uno de los prisioneros. Entre los primeros esclavos
que llegaron había obreros, ingenieros, médicos, músicos…
Aquí todo recuerda a los crímenes de Stalin y, al mismo tiempo,
apenas nada queda de aquello. No hay memoriales ni cementerios ni museo
digno de tal nombre. Los antiguos campos están en ruinas, aplastados por
el invierno. La madera de los barracones se usó para alimentar las
estufas.Uno de los campos de trabajo
«Las victorias son más importantes que los capítulos más oscuros de la historia», dijo Vladimir Putin en 2007, y con aquellas palabras todo el país inició el camino de la desmemoria. Stalin ahora es solo el vencedor de la Segunda Guerra Mundial. La mitad de los rusos cree que hizo más bien que mal, aunque provocara más de dos millones de muertes entre su propio pueblo. Arsenii Roginski, presidente de Memorial, una asociación rusa de defensa de los derechos humanos, dice que «es como si todas esas personas hubiesen muerto víctimas de una catástrofe natural o una epidemia». Como si no hubieran sido víctimas del Estado.Superviviente
La historia de la carretera de Kolymá habla de los horrores del pasado, del olvido en una tierra olvidada. Stefanija Dubovnik, de 87 años, vive aquí, en Magadán. La nieve caía hace 70 años, el día en el que llegó a la región. Stefanija nunca había visto una tierra tan dura. Venía del oeste de Ucrania, no había cumplido los 18 años y no hablaba ruso. Un tribunal la había condenado por «actividades antisoviéticas». La pena fue de diez años de internamiento.Stefania Dubovnik llegó al Gulag con 17 años. La enviaron aquí desde Ucrania, condenada por actividades antisoviéticas. Durante su condena se quedó embarazada y le quitaron a su hijo. Trabajaba 16 horas diarias en las minas de oro.
«Todavía me sorprende haber sobrevivido», dice. Aún sueña con los cuerpos cadavéricos de los trabajadores, con sus estómagos hinchados por el hambre, con la muerte pegada a la espalda después de turnos de 16 horas en las minas de oro. Dochodjaga, así se llamaba en los campos a esas personas que habían llegado al límite de sus fuerzas. Por las mañanas, ya eran cadáveres que alguien se encargaba de subir en camiones. «El Gulag era el infierno», sentencia. Tras la muerte de Stalin, Stefanija fue puesta en libertad. ¿Qué podía hacer? ¿Adónde ir? Como la mayoría de los reclusos, optó por quedarse en Magadán.«Parece el fin del mundo», escribió Yevgenia Ginzburg, profesora judía de Literatura y prisionera del Gulag. Pasó diez años en los campos, rodeada de «desechos humanos andantes». «La sensación de estar en el confín del mundo, apartada de la civilización humana, no nos abandona ni por un instante», escribió.
Esta tierra sigue así, agreste y fría. En el mismo punto en el que arranca la carretera comienza una naturaleza salvaje. A la gente le aterroriza circular por aquí. En invierno, una tormenta de nieve puede hacer que la calzada desaparezca de repente; si el coche se queda tirado, los móviles no funcionan, no hay cobertura. Tampoco ambulancias.
Un tema tabú
Iván Panikarov, fontanero de profesión, es uno de los principales expertos en los campos de trabajo de Kolymá. El Gulag llegó a su vida de forma casi casual. En los años ochenta, cuando trabajaba en las minas de oro, conoció a un antiguo prisionero. Lo llamaba tío Petia. Por aquellos tiempos, el Gulag todavía era un tema tabú; mucha gente seguía viendo a los antiguos presos como traidores al pueblo. El tío Petia también guardaba silencio, por lo menos cuando estaba sobrio. Por eso, Panikarov empezó a beber con él. Y escribía todo lo que le contaba.Al llegar la perestroika, de repente todo el mundo empezó a interesarse por el pasado, por aquel tiempo del que el Estado había prohibido hablar. Iván Panikarov ya tenía para entonces miles de informes. Durante bastante tiempo recibió ayuda económica de fundaciones extranjeras. Pero cuando la ley lo obligó a registrarse como «agente extranjero» por recibir dinero del exterior, renunció a esos ingresos. No quiere problemas. Y tampoco que lo llamen agente de nadie. Iván Panikarov ama a su país. «De lo que se trata aquí es de la verdad», dice.
Al otro lado de esta alambrada nació Olga Nikishova. Allí se encontraba el campo de mujeres de Elgen. Su madre era una prisionera. Su delito. llegar tarde a su puesto en una fábrica en los Urales. «Mi madre nunca quiso hablar de aquella época. Se avergonzaba. Adoró a Stalin hasta el último día».
Panikarov conoce todos los antiguos campos de Kolymá. Uno de ellos es el campo de mujeres de Elgen. A visitarlo nos acompaña Olga Nikishova, de 64 años. Olga nació en ese campo. Nunca había vuelto a pisar el lugar. Es un sitio feo y desértico. En tiempos de la Unión Soviética, en Elgen había una explotación agrícola estatal. Ahora no crece nada, solo hierba. Mariia, la madre de Olga, penó aquí durante seis años. Su delito: llegar tarde a su puesto en una fábrica de los Urales. «Sabotaje», sentenció el juez. «Mi madre solo empezó a hablar de su cautiverio cuando yo ya era adulta -dice Olga-. Se avergonzaba de aquello». Y añade. «Mi madre adoró a Stalin hasta el último día».Iván Panikarov, el experto en el Gulag, tampoco se considera un enemigo de Stalin. Cree que es culpable de reprimir a su pueblo, pero no lo considera un asesino. Dice que muchas de sus políticas fueron sabias. «Abrió estas tierras a la colonización -dice Panikarov-. Y enseñó a la gente a no retirarse jamás. Construyó cosas». Panikarov añade que no puede decir lo mismo de estos tiempos que corren. Hace 30 años, en esta región había centros culturales, incentivos económicos, pluses en las nóminas, invernaderos estatales. Y quitanieves que despejaban la carretera.
Huesos humanos
Ahora, lo único que sigue en funcionamiento son las minas de oro. Se alzan en medio de un paisaje lunar, con sus montañas de residuos. Allí trabajaron los esclavos de Stalin, por eso no es raro que los empleados de la mina Krivbass encuentren casquillos de bala. Y huesos humanos. Sergéi Basavluzkii, el dueño de la mina, entierra estos restos como es debido. Honra a las víctimas de Stalin. También a Stalin.Para él, Stalin fue un gran gobernante, el mejor que ha tenido Rusia. Por eso, al dueño de la mina le gusta trabajar de acuerdo con los métodos antiguos: cree que no hay nada mejor que el miedo para que los empleados trabajen bien. Su mina es un modelo de orden y limpieza. Como si fuera un campo de trabajo moderno. Basavluzkii está orgulloso de sus métodos. En su mina están prohibidos el alcohol, el tabaco, la pereza. Un turno dura entre 12 y 16 horas. No hay días libres. La mayoría de los trabajadores lo acepta, entre otras cosas porque Basavluzkii se los trae desde las regiones más empobrecidas de Ucrania y retiene sus pasaportes en cuanto llegan. Si encuentra una colilla, castiga a todos los que estuvieran cerca. «También a los inocentes», dice. «Y escriba esto que le voy a decir: que Putin me mande aquí los 300.000 primeros delincuentes que reúna, que yo sabré qué hacer con ellos. ¡Sus gritos se van a oír en toda Rusia!», sugiere.
En Yakutsk, donde termina la carretera, levantaron hace unos años un busto de Stalin. Natalia Chajutina no lograba entenderlo. Conocía de primera mano el legado que Stalin dejó al país: sufrimiento y culpa. Ella conoció a Stalin en persona. Estuvo con él en su dacha, no lejos de Moscú. Y conoció bien a Nikolái Yezhov, jefe de la Policía secreta, también llamado el Enano Sangriento. Yezhov organizó por encargó de su jefe el Gran Terror de finales de los años treinta. Más de 680.000 personas perdieron la vida. Pero con Natalia jugaba al tenis. También le enseñó a montar en bicicleta. Yezhov era su padre adoptivo.
Cuando Natalia tenía seis años, la propia Policía secreta detuvo a su jefe. Yezhov pasó a ser enemigo del pueblo y murió en uno de los sótanos en los que acostumbraba a torturar a sus víctimas.
Natalia Chajutina fue la hija adoptiva de Nikolái Yezhov, jefe de la Policía secreta de Stalin y encargado de organizar las purgas de la etapa conocida como ‘el Gran Terror’. Al descubrir el horror que había causado su padre, se refugió en esta región. «Me arresté a mí misma y me deporté aquí», afirmó.
Cuando Natalia descubrió las cosas que había hecho su padre, inició una huida que se prolongaría de por vida. Se mudaba constantemente de un sitio a otro. En cuanto la gente se enteraba de quién era, volvía a marcharse a otro lugar. Así acabó llegando al remoto oriente del país. Se instaló en una casa a orillas del río Kolymá, el lugar donde encontraron la muerte tantas de las víctimas de su padre.«Me arresté a mí misma y me deporté aquí. Y nunca me concederé la libertad», dijo una vez. Fue en 2015. Estaba ya postrada en la cama y apenas podía salir de casa. Falleció el año pasado a orillas del Kolymá, no lejos de la carretera.
TITULO: REVISTA XL SEMANAL PORTADA ENTREVISTA -CARMELO EZPELETA,.
¿Qué opina de los pilotos Carmelo Ezpeleta?, fotos.
Carmelo Ezpeleta, el empresario español que controla todas las competiciones del motociclismo mundial y su opinión sobre los pilotos,.
MARC MÁRQUEZ
Lo bueno
«Es un monstruo, un tipo que ha revolucionado la forma de conducir, que tiene una confianza en sí mismo ilimitada y que disfruta mucho haciendo lo que hace».Lo malo
«Antes, Márquez no pensaba en el campeonato y pensaba solo en las carreras. Esto le salió bien unos años, pero en 2015 le salió mal, porque iba a ganar cada carrera, cuando podía hacer segundo y asegurarse el mundial. Por decir algo, porque poco malo puedo decir».MAVERICK VIÑALES
Lo bueno
«Es un tipo excepcional, con una personalidad bestial. En 2012, en Malasia (en Moto3) vinieron a decirme que Viñales se iba, que no corría más porque no estaba de acuerdo con su equipo. Yo lo llamé y le dije. ‘Maverick, aquí hay unas normas y un señor que rompe unilateralmente va a ser difícil que tenga sitio el año que viene. Tienes que correr, acabar y luego yo te ayudaré a irte a otro sitio’. Y lo hizo. Y al año siguiente fue campeón del mundo en otro equipo».Lo malo
«¿Si ese carácter es malo? No. Todos tienen un temperamento. Es que no te puedes subir a una moto si no lo tienes».VALENTINO ROSSI
Lo bueno
«Lo primero, es un piloto buenísimo, más que un buen comunicador y todo eso. Las motos le vuelven loco. Valentino tuvo seriamente la posibilidad de irse a correr a Ferrari con Fórmula 1 y no fue porque le gustan más las motos».Lo malo
«¿Muy protagonista? Mira, yo veo a Rossi desde que empezó en 125 con esas celebraciones rarísimas, que yo al principio dije ‘¿quién es este tío? ¡Qué ganas de tocar las narices!’. Nos retrasaba en el podio, traía una muñeca y la subía… Pero hablamos con él y nos dimos cuenta de que era otra cosa. Nadie entiende la moto como él».JORGE LORENZO
Lo bueno
«Es un piloto excepcional. Por el feeling de conducir una moto y llevarla al límite. Ha pasado por situaciones dificilísimas en su vida, en lo personal, y ha salido de todas. Le tengo un cariño especial. Es un tipo educadísimo, respetuoso. ¿Le sorprende? Conmigo lo es. Yo lo quiero mucho».Lo malo
«A veces se deja influenciar demasiado por cosas externas».DANI PEDROSA
Lo bueno
«Es buenísimo. Pero corre en una categoría donde él tiene un obstáculo bestial. es muy pequeño y pesa poco. Y, pese a ello, está aquí. Encima, luego, cuando se ha caído, siempre se ha hecho daño, pero eso es que los huesos de Dani son así».Lo malo
«No hay nada malo, pero ha tenido mucha mala suerte. Un mecánico se equivocó; Márquez se pasó de frenada y le dio por la parte de atrás…; él no tuvo la culpa de nada de eso».TITULO: EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - UNA HISTORIA DE ESPAÑA ( LXXXIV),.
UNA HISTORIA DE ESPAÑA ( LXXXIV),.
foto, reloj,.
Nacionalcatolicismo, es la palabra. Lo que define el ambiente. La piedra angular de Pedro fue el otro pilar, Ejército y Falange aparte, sobre el que Franco edificó el negocio. La Iglesia Católica había pagado un precio muy alto durante la República y la guerra civil, con iglesias incendiadas y centenares de sacerdotes y religiosos asesinados sin otro motivo que serlo; y su apoyo (excepto del de algunos curas vascos o catalanes, que fueron reprimidos, encarcelados y hasta fusilados discretamente, en algunos casos) había sido decisivo en lo que el bando nacional llamó cruzada antimarxista. Así que era momento de compensar las cosas, confiando a la única y verdadera religión la labor de pastorear a las descarriadas ovejas. Se abolieron el divorcio y el matrimonio civil, se penalizó duramente el aborto y se ordenó la estricta separación de sexos en las escuelas. Sociedad, moral, costumbres, espectáculos, educación escolar, todo fue puesto bajo el ojo vigilante del clero, que en los primeros tiempos –esas fotos da vergüenza verlas– incluía a los obispos saludando al Caudillo, brazo en alto, a la puerta de las iglesias. Hubo, justo es reconocerlo, prelados y sacerdotes que no tragaron del todo; pero la tendencia general fue de sumisión y aplauso al régimen a cambio de control escolar y social, privilegios ciudadanos, apoyo a los seminarios –el hambre y el ambiente suscitaron numerosas vocaciones–, misiones evangelizadoras, sostén económico y exenciones tributarias. Que no era grano de anís, y en la práctica un sacerdote mandaba más que un general (como dice mi compadre Juan Eslava Galán, «ser cura era la hostia»). Además, las organizaciones católicas seglares, tipo Acción Católica, Hijos de María y cosas así, constituían un cauce conveniente para que se desarrollara, bajo el debido control eclesiástico y político, una cierta participación en asuntos públicos; o sea, una especie de válvula de escape para quienes no podían expresar sus inquietudes sociales mediante la actividad política o sindical tradicionales, abolidas desde el fin de la guerra. El resultado de todo ese rociamiento general con agua bendita fue que la Iglesia Católica se envalentonó hasta extremos inauditos: duras pastorales contra los bailes agarrados, que eran invento del demonio, contra los trajes de baño y contra todo aquello que pudiera albergar o despertar pecaminosas intenciones. La obsesión por la vestimenta se tornó enfermiza, la censura se volvió omnipresente, lo del cine para mayores con reparos ya fue de traca, y los textos eclesiásticos de la época, con sus recomendaciones y prohibiciones morales, conforman todavía hoy una grotesca literatura donde la estupidez, el fanatismo y la perversión de mentes enfermas de hipocresía y vileza llegó a extremos nunca vistos desde hacía siglos: «El baile atenta contra la Patria, que no puede ser grande y fuerte con una generación afeminada y corrompida», afirmaba, por ejemplo, el obispo de Ibiza; mientras el arzobispo de Sevilla remataba la faena calificando lo de agarrarse con música como «tortura de confesores y feria predilecta de Satanás». Naturalmente, la gran culpable de todo era la mujer, engendro del demonio, y a mantenerla en el camino de la castidad y la decencia, apartándola del tumulto de la vida para convertirla en ejemplar esposa y madre, se encaminaron los esfuerzos de la Iglesia y el régimen que la amparaba. Era necesario, según el Fuero del Trabajo, «liberar a la mujer casada del taller y de la fábrica». Ella, la mujer, era el eje incontestable de la familia cristiana; así que, para devolverla al hogar del que nunca debía haber salido, se anularon las leyes de emancipación de la República, destruyendo todos los derechos civiles, políticos y laborales que la habían liberado de la sumisión al hombre. La independencia de la mujer, su derecho sobre el propio cuerpo, el aborto, la sexualidad en cualquiera de sus manifestaciones, se convirtieron en pecado. Y el pecado se convirtió en delito, literalmente, vía Código Penal. Había multas y encarcelamientos por «conductas morales inadecuadas»; y a eso hay que añadir, claro, la infame naturaleza de la condición humana, siempre dispuesta a señalar con el dedo, marginar y denunciar –esos piadosos vecinos de entonces, de ahora y de siempre– a las mujeres marcadas por el oprobio y el escándalo (las que, para entendernos, no se ponían el hiyab de entonces, metafóricamente hablando). Por no mencionar, claro, la sexualidad alternativa o diferente. Nunca, desde hacía dos o tres siglos, se había perseguido a los homosexuales como se hizo durante aquellos tiempos oscuros del primer franquismo, y aún duró un buen rato. Nunca la palabra maricón se había pronunciado con tanto desprecio y con tanta saña.
No hay comentarios:
Publicar un comentario