TITULO: EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA -Una historia de España (LXXXII),.
foto.
Durante la Segunda Guerra Mundial, España se había mantenido al margen;
en parte porque estábamos exhaustos tras nuestra propia guerra, y en
parte porque los amigos naturales del general Franco, Alemania e Italia,
no le concedieron las exigencias territoriales y de otro tipo que
solicitaba para meterse en faena. Aun así, la División Azul enviada al
frente ruso y las exportaciones de wolframio a los nazis permitieron al
Caudillo salvar la cara con sus compadres, justo el tiempo que tardó en
ponerse fea la cosa para ellos. Porque la verdad es que el carnicero
gallego era muchas cosas, pero también era listo de concurso. A ver si
no, de qué iba a estar 40 años con la sartén por el mango y morir luego
en la cama. El caso es que a partir de ahí, y gracias a que la Unión
Soviética de Stalin mostraba ya al mundo su cara más siniestra, Franco
fue poquito a poco arrimándose a los vencedores en plan baluarte de
Occidente. Y la verdad es que eso lo ayudó a sobrevivir en la inmediata
postguerra. En esa primera etapa, el régimen vencedor hizo frente a
varios problemas, de los que unos solucionó con el viejo sistema de
cárcel, paredón y fosa común, y otros se le solucionaron solos, o poco a
poco. El principal fue el absoluto aislamiento exterior y el intento de
derribar la dictadura por parte de la oposición exiliada. Ahí hubo un
detalle espectacular, o que podía haberlo sido de salir bien, que fue la
entrada desde Francia de unidades guerrilleras –en su mayor parte
comunistas– llamadas maquis, integradas en buena parte por republicanos
que habían luchado contra los nazis y pensaban, los pobres ingenuos, que
ahora le llegaba el turno a los de aquí. Esa gente volvió a España con
dos cojones, decidida a levantar al pueblo; pero se encontró con que el
pueblo estaba hasta arriba de problemas, y además bien cogido por el
pescuezo, y lo que quería era sobrevivir, y le daba igual que fuese con
una dictadura, con una dictablanda, o con un gobierno del payaso Fofó.
Así que la heroica aventura de los maquis terminó como terminan todas
las aventuras heroicas en España: un puñado de tipos acosados como
perros por los montes, liquidados uno a uno por las contrapartidas de la
Guardia Civil y el Ejército, mientras los responsables políticos que
estaban en el exterior se mantenían a salvo, incluidos los que vivían
como reyes en la Unión Soviética o en Francia, lavándose las manos y
dejándolos tirados como colillas. De todas formas, sobre la URSS y los
ruskis conviene recordar, en este país de tan mala memoria, que si bien
hubo muchos españoles que lucharon junto a los rusos contra el nazismo y
fueron héroes de la Unión Soviética, otros no tuvieron esa suerte, o
como queramos llamarla. Muchos marinos españoles, niños republicanos
evacuados, alumnos pilotos de aviación, que al fin de nuestra guerra
civil quedaron allí y pidieron regresar a España o salir del paraíso del
proletariado, fueron cruelmente perseguidos, encarcelados, ejecutados o
deportados a Siberia por orden de aquel hijo de puta con macetas de
geranios que se llamó José Stalin; y que –las cosas como son, y más a
estas alturas– hizo matar a más gente en la Unión Soviética y la Europa
del Este que los nazis durante su brillante ejecutoria. Que ya es matar.
Y en esas ejecuciones, en esa eliminación de españoles que no marcaban
el paso soviético, lo ayudaron con entusiasmo cómplice los sumisos
dirigentes comunistas españoles –Santiago Carrillo, Pasionaria, Modesto,
Líster– que allí se habían acogido tras la derrota, y que ya desde la
Guerra Civil eran expertos en luchas por el poder, succiones de
bisectriz y supervivencia, incluida la liquidación de compatriotas
disidentes. Dándose la triste paradoja de que esos españoles de origen
republicano represaliados por Stalin se encontraron con los prisioneros
de la División Azul en el mismo horror de los gulags de Siberia. Y para
más recochineo, los que sobrevivieron de unos y otros fueron repatriados
juntos en los mismos barcos, en los años 50, tras la muerte de Stalin, a
una España donde, para esas fechas, la dictadura franquista empezaba a
superar el aislamiento inicial y la horrible crisis económica, el
hambre, la pobreza y la miseria –la tuberculosis se convirtió en
enfermedad nacional– que siguieron a la Guerra Civil. En esos años
tristes estuvimos más solos que la una, entregados a nuestros magros
recursos y con las orejas gachas, sin otra ayuda exterior que la que
prestaron, y eso no hay que olvidarlo nunca, Portugal y Argentina. Para
el resto del mundo fuimos unos apestados. Y el franquismo, claro,
aprovechó todo eso para cerrar filas y consolidarse.
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