VIAJANDO CON CHESTER, MARTA SANCHEZ CANTANTE,.-foto,.
Marta Sánchez, en 'Viajando con Chester': "No soporto más a Marta Sánchez",.
Marta Sánchez y El Langui, en 'Viajando con Chester',.
Marta Sánchez y El Langui charlarán con una honestidad brutal en 'Viajando con Chester'. La cantante explicará cómo es convivir con el personaje famoso en el que se convirtió hace muchos alños. Mientras que el actor de 'Chiringuito de Pepe' explicará cómo logró superar la incapacidad física con la que nació. Este domingo a las 21.30 en 'Cuatro'.
Marta Sánchez y 'El Langui', en el último 'Chester' de la temporada
¿Cuál ha sido el 'Chester' que más ha recaudado en toda la historia del programa?
Risto Mejide y Chester están a punto
de guardar sus pasaportes en el cajón de los papeles. ‘Viajando con
Chester’ toca a su final este domingo, 21 de diciembre. A las 21:30 h,
el publicista y su querido sofá se embarcarán en los dos últimos viajes
de su exitosa tercera temporada. Lo harán con la satisfacción del
trabajo bien hecho, de haber conseguido mejorar en más de dos puntos sus
datos de audiencia y sobre todo, como Risto señala, "de haber logrado
auténticos momentos de magia".
Para despedirse de los espectadores, Risto y Chester han
juntado a una de las estrellas más deseadas de este país, Marta
Sánchez, y a uno de los hombres más queridos y aplaudidos del mundo de
la interpretación, Juan Manuel Montilla, ‘el Langui’.
Coincidiendo con el fin de temporada, Mediaset España ha querido además
participar, por primera vez, en las pujas solidarias que forman parte
de “Viajando con Chester” desde su primera entrega, adquiriendo el sofá
de Maria Belón. Esta participación se ha saldado con la puja más alta
efectuada hasta la fecha en la historia del programa: 10.000 euros
destinados a Médicos Sin Fronteras.
Marta Sánchez
El “cuerpo” de España durante muchos años. La cantante más deseada por
hombres de todas las edades. La musa del Ejército. Y además, una mujer
de incuestionable talento musical y una rubia sin un pelo De tonta.
Marta Sánchez es muchisímo más que una cara bonita, sin miedo a explotar
lo mejor de sí misma. Ahora toca reinventarse: “Estaba harta de Marta
Sánchez, agotada. No soporto más a Marta Sánchez. Estoy matando ese
personaje que me ha dado mucho pero que no lo puedo soportar más”, dice
la cantante Con cerca de 30 años de carrera, Marta hace repaso de sus
metas conquistadas sobre los escenarios y sobre la vida, y también hace
recuento de las que le aún quedan por cruzar. De algunos fracasos, de
envejecer siendo una estrella del pop y hasta de “Colgando en sus
manos”.
“He sido una marioneta casi toda mi carrera.
Me han dicho lo que tenía que cantar . Y si no me gustaba, pues que me
aguantase” “Mi padre dejó de hablarme después de las fotos de la revista
Interviú. Prácticamente no me cogía el teléfono. Estuvo muy jodido”
“Soy una puñetera trabajadora. ¿Cuántos años tengo que tener de carrera
para que se me respete? ¿Cuánto mejor tengo que cantar para que se me dé
mi sitio?”. Son alguna de sus declaraciones junto a Risto.
‘El Langui’
Jose Manuel Montilla es una de las estrellas de nuevo cuño de la música
hecha en España. Con su grupo La Excepción ha publicado tres discos que
le han llevado no sólo a lo más alto de las listas de ventas sino a
llenar auditorios y recintos con su hip hop; además ha ganado dos
premios Goya, ha escrito dos libros y ahora es uno de los protagonistas
de la serie de Telecinco “Chiringuito de Pepe”. Y hasta dará las
Campanadas de Fin de Año: “Ahora me acuerdo de mi madre. Aunque
lloviera, granizara, verano a 40 grados de calor… No había ni un día, ni
un solo día que me perdonara ir a rehabilitación”, explica Jose Manuel,
‘Langui’ para los amigos.
Afectado por una parálisis
en el cuerpo, hizo de su lucha por sobrevivir el motor de una vida que
le ha llevado a tocar la gloria. Ahora, sentado junto a Risto en su
propio Chester dentro de un parque de Bomberos, toca hacer repaso del
duro camino recorrido.
“La compasión es una lacra, lo
peor, el peor daño que se nos puede hacer a las personas. La pena no
hace triunfar a nadie, por lo menos a mí no me ha hecho triunfar”,
asegura.
Más de 10.000 euros recaudados para Médicos sin Fronteras
‘Viajando con Chester’, el programa producido por Cuatro en
colaboración con La Fábrica de la Tele, cerrará su tercera temporada
repitiendo el compromiso adquirido desde la emisión de su primer
programa: repartir las recaudaciones obtenidas de las pujas de cada uno
de los sofás a las ONG elegidas por sus invitados.
Esta tercera temporada ha conseguido batir el récord de todas las
recaudaciones hasta la fecha en “Viajando con Chester”. 10.000 euros
recaudados con el sofá de María Belón, la médico española que quedó
atrapada junto a su familia en el tsunami de 2004 y cuyo relato inspiró
la película de J.A. Bayona “Lo imposible”, María, una parte esencial de
la familia de Telecinco Cinema, productora de “Lo Imposible”, quiso
participar en “Viajando con Chester” con un único fin: “Quise ir al
programa porque me daba miedo y creo que enfrentarse a los miedos tiene
grandes ventajas. En este caso creo que queda patente. Pero además lo
hice con otro objetivo en mente: recaudar dinero para Médicos Sin
Fronteras. Todo para ellos. Lo máximo posible”.
El
objetivo de María se hizo realidad al cierre de su puja. Mediaset España
quiso responder la entrega y el sacrificio de María cumpliendo su
deseo: donar 10.000 euros a la citada ONG. Una simbólica manera de
corroborar su vinculación emocional y personal con María.
“Me alegra muchísimo por Médicos Sin Fronteras que mi Chester haya sido
la puja más alta de la temporada. No dudé ni un segundo que los
destinatarios de la puja tenían que ser ellos”, explica María Belón. “La
experiencia de hablar con María Belón ha sido una lección en muchos
sentidos. No creo que haya habido un Chester que haya movilizado tantos
corazones”, añade Risto Mejide al respecto. Finalmente, Raquel González,
delegada de Médicos Sin Fronteras en Madrid dice: “Como bien explica
María, lo único que puede salvar a un ser humano es otro ser humano.
Ella es un ejemplo vivo de que en esos momentos de extrema
vulnerabilidad, cuando las personas están pasando momento muy difíciles,
somos necesarios”.
Con las pujas aún abiertas para
conseguir los sofás dedicados de Luz Casal y Cándido Méndez, y con las
de los Chester de Marta Sánchez y el Langui a punto de marcar su precio
de salida, esta tercera temporada de “Viajando con Chester” aún no ha
cerrado la recaudación total de sus pujas solidarias. Sin embargo, la
cifra estimada de momento ya es todo un éxito, pues supera los 83.000
euros que se desglosan de la siguiente manera.
Pedro Sánchez (Cantera del Estudiantes): 2.600 euros
• Joaquín Sabina (Apadrina 2): 3.150 euros
• Pablo Iglesias (Asociación de vecinos de Fontarron): 5.450 euros
• Pedro G. Aguado (Asociación Hermano Mayor): 2.900 euros
• Rosa Díez (Asociación Por las Mujeres Afganas): 1.550 euros
• Enhamed Enhamed (Asociación Voluntas): 1.850 euros
• Jose Antonio Marina (Karibu): 2.200 euros
• Arantxa Quiroga (Banco de Alimentos de Guipuzkoa): 1.600 euros
• Jorge Javier Vázquez (Asociación Baas Galgo): 1.550 euros
• Celia Villalobos (Girasoles de Ara): 1.900 euros
• Josep L.Carod Rovira (Fundación Bonanit): 1.400 euros
• Martin Berasategui (Proyecto Hombre): 5.200 euros
• Bertín Osborne (Fundación Bertín Osborne): 3.250 euros
• Albert Rivera (AECC): 4.500 euros
• Especial Fronteras en Cataluña: 1.700 euros
• Fran Rivera (Fundación Yo Niño): 5.150 euros
• Melendi (Aenilce): 4.650 euros
• Alberto Garzón (Fundación Cudeca): 3.000 euros
• Johan Cruyff (Fundación Johan Cruyff): 8.100 euros
• Leopoldo F. Pujals (Federación Española de Bancos de Alimentos): 3.550 euros
• Lolita (Federación Española de Bancos de Alimentos): 6.900 euros
• Alberto San Juan (Cooperativa Cultural Teatro del Barrio): 1.639 euros
Una temporada de récord: 9,2% de share
“Viajando con Chester” cierra esta tercera temporada promediando un
9,2% de share y cerca de dos millones de fieles espectadores. Con
respecto a su segunda temporada, crece 2,3 puntos de cuota de pantalla y
suma más de medio millón de espectadores. Estas cifras crecen 1,7
puntos atendiendo al target comercial, hasta alcanzar un 10,9% de share,
la mayor conversión de las tres ediciones hasta la fecha. El programa
de Risto y Chester se impone a su principal competidor entre los
espectadores más jóvenes, marcando más de un punto de diferencia entre
el público de 13 a 24 años (8,8% vs. 7,7%). Además, entre la audiencia
de 25 a 34 años, “Viajando con Chester” marca un destacado 12% de share.
Risto t Chester, rumbo a la T4
“Viajando con Chester” volverá próximamente a Cuatro. Lo hará con la
que será su cuarta temporada. Nuevos invitados, nuevos chesters , nuevos
tapizados y un horizonte mucho más internacional. Risto y Chester alzan
el vuelo.
“No podemos adelantar mucho de la próxima
temporada. Pero sí podemos avanzar que habrá sorpresas. Recibiremos a
invitados que habían dicho que sí pero que no habían podido venir por
cuestiones de agenda y también habrá invitados de talla internacional,
personas que son famosas aquí y también fuera de nuestras fronteras que
están deseando ‘hacer un Chester’. La dinámica será la misma. El público
lo que demanda de Chester es que la persona que se siente ahí cuente
algo interesante. Eso no depende de poner artificios, una buena
conversación siempre aporta algo. Espero que consigamos seguir dando
buenas conversaciones”.
foto,.
Llueve un poco y hace frío. La escena tiene lugar en el
centro de Madrid, aunque la habrán visto mil veces en otras ciudades.
Abrigado con un gorro y una bufanda, un hombre joven reparte folletos
publicitarios. Está de pie en la esquina, situado entre un paso de
peatones y una boca de metro. Tiene la ropa mojada y se le ve cansado,
todavía con un grueso fajo de papeles en la mano, que alarga uno a uno a
los transeúntes que pasan cerca. Seguramente lleva ahí un largo rato, y
aún debe de quedarle otro rato más, pues cuando te fijas compruebas
que, en la mochila que tiene abierta a los pies, hay más folletos como
el que reparte.
Lo singular es la actitud de la gente. Los folletos no tienen nada de especial -son reclamos de una tienda de electrónica barata-, pero el personal los rechaza como si transmitieran el virus del ébola. Por cada transeúnte que acepta uno, hay una docena que pasa de largo como si no viera la mano extendida, o que niega con la cabeza, rechazándolo. La mayor parte camina vista al frente, indiferente al folleto, a la mano y al que la extiende; e incluso hay quien hace un rápido quiebro semicircular para eludir al individuo. Pocos son quienes actúan de modo natural: aceptan el folleto, dicen gracias -éstos son todavía menos-, caminan un trecho mirándolo o indiferentes a lo que contiene, y lo guardan o lo depositan en la papelera más próxima. Que es lo normal. Lo esperable en estos casos.
Observando el episodio, me pregunto cuántos de esos transeúntes que en situaciones parecidas rechazan el folleto, o que pasan de largo sin mirar a quien lo ofrece, advierten la esencia del asunto, que nada tiene que ver con el folleto en sí, lo que anuncia o el interés que puedan sentir por ello; cuántos caerán en la cuenta de que están ante un individuo, hombre o mujer, posiblemente en paro y disfrutando -eso, por decirlo de algún modo- de un pequeño empleo precario, ínfimo, mal pagado, que gana con el reparto de folletos un mísero jornal que quizá le permita hoy comer caliente. Que esa mínima incomodidad para quien pasa por su lado, lo inoportuno de la oferta del papelito, supone para quien lo ofrece justificar una dura jornada laboral en plena calle, frío en invierno y calor en verano, mirado con recelo por gente que lo evita, repartiendo una publicidad que, personalmente, le importa un carajo; pues lo que en este momento más desea en el mundo es acabar de repartir el último folleto, decirle a sus empleadores que misión cumplida, cobrar su mezquino salario e irse a su casa. Eso, claro, si no lo espera, al acabar lo que lleva en la mochila, otro buen fajo de papeles para repartir en otro sitio.
Ocurre, concluyo mirando al hombre de la esquina, lo que con esos muchachos que te abordan en nombre de una oenegé o para informarte de tal o cual oferta. Alguna vez me detengo a hablar con ellos, y en buena parte son jóvenes estudiantes o licenciados recientes y en paro, que a menudo no militan como voluntarios, sino que han sido contratados para hacer esas fatigosas gestiones callejeras, y para los que llevar a sus empleadores una lista de contactos supone justificar, también en este caso, el corto salario de un miniempleo miserable. A menudo, la gente pasa junto a esos chicos sin dirigirles siquiera una mirada, sin apenas una sonrisa y un no, gracias. Y son pocos los que se detienen un momento a escuchar. No siempre son oportunos, es cierto. No siempre está uno para charlas callejeras; pero la amabilidad mínima, el rechazo cortés, la sonrisa de disculpa, suavizarían mucho cualquier negativa. Sobre todo si consideramos que, en este país basura donde todo es posible, amigos o familiares, incluso nosotros mismos, podríamos vernos un día en su lugar.
Es, por otra parte, simple cuestión de educación: esa manera de comportarse que hace más soportable nuestra vida y la de los demás. Los que olvidan esto, quienes pasan indiferentes junto al hombre de la esquina, se parecen a quienes a bordo de un avión, mientras el auxiliar de vuelo explica las instrucciones de seguridad, leen el periódico o miran por la ventanilla en plan «eso ya me lo sé», ignorando groseramente a un trabajador que en ese momento, con la mayor eficacia de que es capaz, cumple su obligación profesional; y a quien, seguro, maldita la gracia que le hace componer posturitas y soplar por el canuto del chaleco para facilitar, en caso de accidente, la salvación de media docena de idiotas arrogantes cuyo derecho a salvarse es más que discutible.
Lo singular es la actitud de la gente. Los folletos no tienen nada de especial -son reclamos de una tienda de electrónica barata-, pero el personal los rechaza como si transmitieran el virus del ébola. Por cada transeúnte que acepta uno, hay una docena que pasa de largo como si no viera la mano extendida, o que niega con la cabeza, rechazándolo. La mayor parte camina vista al frente, indiferente al folleto, a la mano y al que la extiende; e incluso hay quien hace un rápido quiebro semicircular para eludir al individuo. Pocos son quienes actúan de modo natural: aceptan el folleto, dicen gracias -éstos son todavía menos-, caminan un trecho mirándolo o indiferentes a lo que contiene, y lo guardan o lo depositan en la papelera más próxima. Que es lo normal. Lo esperable en estos casos.
Observando el episodio, me pregunto cuántos de esos transeúntes que en situaciones parecidas rechazan el folleto, o que pasan de largo sin mirar a quien lo ofrece, advierten la esencia del asunto, que nada tiene que ver con el folleto en sí, lo que anuncia o el interés que puedan sentir por ello; cuántos caerán en la cuenta de que están ante un individuo, hombre o mujer, posiblemente en paro y disfrutando -eso, por decirlo de algún modo- de un pequeño empleo precario, ínfimo, mal pagado, que gana con el reparto de folletos un mísero jornal que quizá le permita hoy comer caliente. Que esa mínima incomodidad para quien pasa por su lado, lo inoportuno de la oferta del papelito, supone para quien lo ofrece justificar una dura jornada laboral en plena calle, frío en invierno y calor en verano, mirado con recelo por gente que lo evita, repartiendo una publicidad que, personalmente, le importa un carajo; pues lo que en este momento más desea en el mundo es acabar de repartir el último folleto, decirle a sus empleadores que misión cumplida, cobrar su mezquino salario e irse a su casa. Eso, claro, si no lo espera, al acabar lo que lleva en la mochila, otro buen fajo de papeles para repartir en otro sitio.
Ocurre, concluyo mirando al hombre de la esquina, lo que con esos muchachos que te abordan en nombre de una oenegé o para informarte de tal o cual oferta. Alguna vez me detengo a hablar con ellos, y en buena parte son jóvenes estudiantes o licenciados recientes y en paro, que a menudo no militan como voluntarios, sino que han sido contratados para hacer esas fatigosas gestiones callejeras, y para los que llevar a sus empleadores una lista de contactos supone justificar, también en este caso, el corto salario de un miniempleo miserable. A menudo, la gente pasa junto a esos chicos sin dirigirles siquiera una mirada, sin apenas una sonrisa y un no, gracias. Y son pocos los que se detienen un momento a escuchar. No siempre son oportunos, es cierto. No siempre está uno para charlas callejeras; pero la amabilidad mínima, el rechazo cortés, la sonrisa de disculpa, suavizarían mucho cualquier negativa. Sobre todo si consideramos que, en este país basura donde todo es posible, amigos o familiares, incluso nosotros mismos, podríamos vernos un día en su lugar.
Es, por otra parte, simple cuestión de educación: esa manera de comportarse que hace más soportable nuestra vida y la de los demás. Los que olvidan esto, quienes pasan indiferentes junto al hombre de la esquina, se parecen a quienes a bordo de un avión, mientras el auxiliar de vuelo explica las instrucciones de seguridad, leen el periódico o miran por la ventanilla en plan «eso ya me lo sé», ignorando groseramente a un trabajador que en ese momento, con la mayor eficacia de que es capaz, cumple su obligación profesional; y a quien, seguro, maldita la gracia que le hace componer posturitas y soplar por el canuto del chaleco para facilitar, en caso de accidente, la salvación de media docena de idiotas arrogantes cuyo derecho a salvarse es más que discutible.
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